Subsanar la brecha entre la economía formal e informal

Opinions

En el mundo se respira un descontento profundo y creciente.

La masacre de Marikana en Sudáfrica, la catástrofe del Rana Plaza en Bangladesh, los asesinatos de sindicalistas en Guatemala, la tragedia de la mina de Soma en Turquía... No hay ninguna “buena noticia” de que hablar.

La gente se siente abandonada por sus Gobiernos. Salvo raras excepciones, los dirigentes mundiales y las instituciones internacionales se empeñan en seguir una agenda económica que ha dado lugar a mayores desigualdades y a un nivel de desempleo devastador, socavando las democracias de los países y situando el planeta al borde de un precipicio medioambiental.

La semana pasada presidí un debate sobre economía informal en el Congreso de la Confederación Sindical Internacional (CSI) celebrado en Berlín. Era la primera vez que representantes de la base y activistas del sector informal compartían un escenario global. Los numerosos relatos sobre las dificultades, la perseverancia y la lucha por la dignidad humana que pude escuchar durante el transcurso de los debates fueron para mí una valiosa fuente de inspiración.

Escuche la increíble historia de Shabnam, una trabajadora de la confección en el estado de Gujarat, en la India, y una de los 2 millones de miembros afiliados al sindicato SEWA (Self Employed Women’s Association).

“Antes no tenía ningún amor propio”,
afirma. “Trabajaba duro día tras día, de la mañana a la noche. Pero aun así no tenía dinero ni para comprar comida para mis hijos. Me sentía sola e impotente.”

Shabnam forma parte del creciente sector de la economía informal que hoy en día representa cerca del 40% de la actividad económica mundial.

En su desesperación por obtener mayores beneficios, las empresas multinacionales están a la caza de lugares donde poder fabricar en serie productos baratos, en talleres donde los trabajadores son explotados. Se trata de una ofensiva directa contra los derechos de los trabajadores y contra los derechos humanos, y que muchas veces sólo es posible gracias a la complicidad de políticos y funcionarios sin escrúpulos.

“Acudí a las oficinas de la SEWA”, prosigue Shabnam. “Allí conocí a otras mujeres. Conocí la solidaridad. Aprendí acerca de mis derechos y entendí que mis hijas debían recibir una educación – no como yo, que nunca salí de casa. Si me hago un corte en la mano o si cualquier otra persona se hace un corte en la mano, la sangre que veremos será roja. No importa si uno es hombre o mujer, ni el color de la piel, ni la casta, ni la religión a la que pertenece. Somos todos seres humanos.”

Después de escuchar este relato extraordinario, me dirigí a la Presidenta de la SEWA, Kapilaben Vankar, y le pregunté de qué manera había ayudado la SEWA a las mujeres de la India. “Ya no tenemos miedo”, afirma. “Ahora tenemos nuestra identidad. Yo soy mujer y nadie me puede arrebatar mis derechos humanos. Contribuyo trabajando para mi familia, para mi comunidad y para mi país.

 

Desafiantes y decididas

Al verles expresar sus puntos de vista, no pude evitar sentirme sumamente inspirado por semejante manifestación de valentía.
Me hizo pensar en el pasado, y me acordé del lento pero firme proceso de desarrollo del poder de los trabajadores que tuvo lugar en Sudáfrica.

El eje central estaba constituido por mujeres como Shabnam y Kapilaben, doblemente oprimidas por tener que enfrentarse no sólo a la discriminación política sino también a la discriminación de género durante el Apartheid. Muchas mujeres me han contado que recibieron palizas, incluso a manos de sus propios maridos, porque asistían a reuniones sindicales por la noche y los fines de semana.

De pronto me encontraba ante aquella misma valentía. Como bien lo expresó Kapilaben: “Somos mayoría. Nueve de cada diez empleos en la India son informales. Es trabajo. Somos trabajadores. Queremos que se nos reconozcan nuestros derechos legales para que podamos también beneficiarnos de una protección social y de los derechos de que disfrutan los trabajadores de la economía formal. Pero para el Gobierno y para los sindicatos de la economía formal somos invisibles. Tenemos los mismos problemas. Queremos que se nos pague un salario justo, tener una pensión y compensaciones. Porque si no, los contratistas y los jefes nos tratan como esclavos modernos.”

Estas mujeres expresaron no sólo los problemas de los trabajadores y trabajadoras de la India, sino de todo el mundo – desde los recolectores de desechos y los vendedores ambulantes hasta los agricultores de subsistencia y las comunidades pesqueras. La economía formal se está informalizando.

Otro de los panelistas fue Jorge Ramada, del Sindicato de Recicladores de Uruguay.
“Nuestra libertad y nuestra responsabilidad es fruto de la organización de las fuerzas progresistas. Logramos desarrollar un frente unido, entendiendo que nuestra lucha era política. Los recicladores estaban considerados como la escoria de la sociedad.

Nuestra primera lucha fue por los derechos humanos y por nuestra identidad. Ahora hemos conseguido restablecer nuestra dignidad humana”, afirma Jorge.

Los recolectores de desperdicios son las tropas al frente de la lucha por la protección medioambiental. A menudo ignorados por los grupos organizados de la sociedad civil, a pesar de que el cambio climático es una de las prioridades de la agenda global, ellos se niegan a que se les deje de lado.

Como lo señala Jorge: “Nosotros somos los que protegemos el medio ambiente a diario. Queremos estar reconocidos en tanto que trabajadores. Los Gobiernos locales deberían escucharnos. Sabemos cómo conseguir que los sistemas de eliminación de desechos sean más eficientes.”

Me acuerdo del Presidente uruguayo José Mujica condenando la “ciega obsesión” del crecimiento económico basado en el consumo. Insiste en que todas las políticas gubernamentales deben promover el uso de las energías renovables y el reciclaje. Uruguay se ha fijado el ambicioso objetivo de producir el 90% de su energía a partir de fuentes renovables a lo largo de la próxima década. Sin embargo acepta a regañadientes que tiene que centrarse en el empleo y en un crecimiento que aporte mejoras a la calidad de vida de la población.

Los activistas como Jorge son sus principales aliados. Organizaciones como la CSI son las que tienen que hacer que esto se convierta en una prioridad absoluta durante la próxima década; subsanar la brecha que existe entre la economía informal y la economía formal; organizar y desarrollar el poder de los trabajadores y trabajadoras y luchar por los derechos a un nivel mínimo de protección social en el mundo para todos los trabajadores/as.

Esa es la única forma de abolir el sistema de esclavitud moderna que afecta a 20 millones de trabajadores en el mundo, en su mayoría niños y mujeres.

Es la única forma de promover un mundo sostenible que no hipoteque el futuro de nuestros hijos, porque la codicia humana está provocando cambios climáticos irreversibles que amenazan la seguridad alimentaria, el acceso al agua, a la tierra y al pastoreo y la seguridad económica en el mundo.

Retomando las palabras de Sharan Burrow, Secretaria General de la CSI:
“Nuestra prioridad es el empleo, el empleo y el empleo. Pero no habrá empleos en un planeta muerto. Tenemos que luchar por una economía mundial más respetuosa con el medioambiente y debemos controlar el poder de las corporaciones. El desempleo, los salarios y las desigualdades son las principales preocupaciones de los trabajadores y trabajadoras en todo el mundo.”

Una mano de obra organizada, los movimientos sociales de base y las ONG progresistas, los trabajadores de las fábricas, los trabajadores de la economía informal en nuestras calles, granjas y pueblos, los jóvenes, las mujeres y la intelectualidad son la mejor esperanza de un mundo construido sobre la justicia, la dignidad humana, la solidaridad social y el crecimiento inclusivo.

Me encantaría ver un frente unido con una narrativa fascinante de democracia centrada en las personas, donde todos aspiren a hacer realidad un viejo proverbio de las Primeras Naciones Americanas: “La tierra no es una herencia de nuestros padres, sino un préstamo de nuestros hijos.

 

La versión completa de este artículo se publicó inicialmente en el Daily Maverick.