Cincuenta años después, ¿cuál es el legado de 1968?

A finales de los años sesenta y principios de los setenta, en Europa, pero también fuera de este continente, se estaban produciendo cambios radicales. La revuelta estudiantil y la huelga general francesa de 1968, que tan presentes permanecen en la memoria popular, estallaron en un contexto de agitación social a gran escala. A principios de la década de los sesenta, los países europeos continuaban bajo la sombra del legado de la Segunda Guerra Mundial. Una generación de líderes ya envejecidos, como Charles de Gaulle o Konrad Adenauer, presidían unas estructuras políticas anticuadas, jerárquicas y autoritarias.

Ante esto, los estudiantes de París reclamaban la liberación política, una reforma educativa y más libertad sexual. La brutal respuesta de la policía contribuyó a suscitar la convocatoria de una huelga general y ocupaciones de fábricas en las que participaron millones de trabajadores.

Francia no fue el único país asediado por los cambios. El año 1968 evolucionó de manera diferente según las circunstancias nacionales. En Alemania, Rudi Dutschke se erigió en el portavoz del movimiento estudiantil que reclamaba el fin de la guerra del Vietnam, conocer la verdad sobre el pasado nazi de su país y la liberación de la sociedad en general. En Italia, las protestas de 1968 se hicieron eco de la insatisfacción ciudadana con la corrupta élite democristiana gobernante. En el bloque del Este, la Primavera de Praga de Checoslovaquia recibió un apoyo multitudinario de la población y condujo a una efímera liberalización.

En España, los estudiantes de Madrid se manifestaron en contra del régimen fascista de Franco, exigiendo democracia, derechos sindicales y laborales y reformas educativas. En Portugal, las protestas populares propiciaron el derrocamiento del dictador Antonio Salazar, mientras que en el Reino Unido, la generación del baby boom y el "Swinging London" rechazaba la frugalidad de los tiempos de guerra y aspiraba a una mayor libertad personal.

La vida cotidiana durante este período estaba profundamente politizada. En Italia era un insulto ser llamado qualunquista (’políticamente indiferente’).

Los jóvenes del 68 cuestionaban los valores que sustentaban ese mundo inmerso en el cambio tecnológico, el consumismo y la "sociedad desechable". Reclamaban la recuperación general de la toma de decisiones y había comités donde se debatían todos los ámbitos de la vida en sesiones interminables, en busca de consenso.

El movimiento de las mujeres tomó impulso a medida que las feministas exigían la liberación, la igualdad de derechos y el respeto hacia las mujeres. Fue una época de un optimismo general sin precedentes, en la que imperaba la firme convicción de que la sociedad era capaz de cambiar radicalmente hacia la paz, la libertad y la tolerancia, simbolizadas en el movimiento estadounidense del Flower power.

Lamentablemente, después de 1968 muchos países endurecieron la represión. Los sindicatos y el movimiento estudiantil rechazaron enérgicamente las Leyes de Emergencia (Notstandsgesetze) introducidas en Alemania en 1968. En Portugal, tras el fraude electoral de 1969, el régimen volvió a recurrir al autoritarismo, a arrestar y a obligar al exilio a los opositores, a cerrar sindicatos y asociaciones estudiantiles, hasta la llegada de la revolución de 1974.

La operación encubierta de la OTAN durante la posguerra conocida, como ’Operación Gladio’, y la participación de la CIA en el debilitamiento de las organizaciones sindicales y en las elecciones italianas se mantuvieron en secreto hasta 1990. En las décadas de los setenta y los ochenta, Margaret Thatcher se propuso la destrucción sistemática del movimiento sindical en Gran Bretaña.

La conmoción de 1968 llevó a la clase dominante europea a desplegar una estrategia más sofisticada y contundente para mantener su poder y su riqueza, que se materializó en la represión de los sindicatos, los movimientos estudiantiles y las organizaciones de izquierda. Por su parte, aquellos interminables debates llevaron a plantear reivindicaciones conflictivas y a una izquierda política cada vez más fragmentada.

La frustración y la desilusión se transformaron de manera gradual en protestas más violentas y aisladas. En Italia, la década posterior a 1968 se conoció como los anni di piombo (años de plomo), cuando las Brigadas Rojas tomaron las armas contra el sistema. En Alemania, la banda Baader-Meinhof adoptó métodos igualmente brutales y despiadados.

¿Qué poso nos dejó el 68?

Es fácil subestimar el impacto de los acontecimientos del 68 y sus secuelas. No cabe duda de que creció la desilusión entre una generación que creía en la revolución, además del escepticismo hacia la política de los partidos tradicionales. Algunos cambiaron de táctica: por ejemplo, Daniel Cohn-Bendit —Danny el Rojo—, el líder rebelde parisino, pasó a formar parte de las instituciones de la UE como eurodiputado de los Verdes y no como socialista.

A pesar de los reveses, los europeos han creado una sociedad más liberal y tolerante y pusieron fin al rígido conformismo imperante en la posguerra.

En 1969, Willy Brandt, tras convertirse en el primer canciller socialdemócrata de Alemania desde 1930, lanzó un programa de reformas bajo el lema Wir wollen mehr Demokratie wagen (Atrevámonos a más democracia) que fortaleció los derechos de los trabajadores y propició el nacimiento del movimiento de formación profesional. La apertura de Brandt hacia Alemania Oriental culminaría con la reunificación del país, tras la caída del Muro de Berlín. En Italia, después de 1968, la presión popular provocó los referendos que permitieron legalizar el divorcio y el aborto.

La democracia participativa nos ha dejado un legado en muchos ámbitos de la sociedad civil y pervive en la labor de un amplio abanico de ONG, organizaciones de base y de autoayuda.

El movimiento de las mujeres ha transformado las oportunidades de la mitad de la población. Después de reclamar la igualdad de derechos, la independencia económica y la libertad sexual, plasmada en la disponibilidad de la píldora anticonceptiva, las mujeres han pasado a enfrentar la brecha salarial entre hombres y mujeres, el techo de cristal, la violencia doméstica y los abusos sexuales.

Resulta imposible imaginar un resurgimiento de la energía y del idealismo que impregaron los sesenta. Los jóvenes manifestates del 68 no lograron la sociedad que deseaban, pero su espíritu se ha canalizado hoy hacia otros ámbitos. La ciudadanía europea continúa tomando las calles para rechazar la guerra, expresar su alarma frente al cambio climático, exigir respeto hacia las mujeres o las personas LGBTI o para defender sus pensiones. Los movimientos de protesta se centran hoy en demandas o intereses específicos, no en cambiar la sociedad.

El movimiento sindical ha salido debilitado de las acciones de los gobiernos de derecha, apoyados por las grandes empresas y los medios de comunicación, que aprendieron las lecciones del 68 y decidieron cercenar la capacidad de los trabajadores de actuar solidariamente.

Hoy en día, algunos gobiernos de la UE están intentando llevar a sus ciudadanos de vuelta al autoritarismo y la intolerancia. En Francia, el movimiento sindical es más reducido en número y está dividido en varias organizaciones, aunque conserva una influencia considerable y su capacidad de movilización a través de la acción sindical, y en los países nórdicos se reconoce a los sindicatos como interlocutores sociales cruciales. Los sindicatos tienen el potencial de influir en la formulación de políticas y de cambiar las reglas de juego.

Los sindicatos tienen que seguir reformándose, para ser más inclusivos y fomentar la participación de las mujeres, de los jóvenes (sobre todo en la economía digital) y de los trabajadores de las minorías étnicas. Deben luchar por la humanización del mundo del trabajo, a través de una mejor conciliación entre la vida laboral y privada, de la salud y la seguridad, y abordar cuestiones sociales de carácter global, como la protección del medio ambiente y los derechos de los trabajadores LGBTI.

No obstante, quedan abiertas algunas preguntas acerca de cómo involucrar e inspirar a la gente (sobre todo a los jóvenes) teniendo en cuenta los cambios en la organización del trabajo (contratos precarios, empleo a través de plataformas y por cuenta propia) y los continuos ataques a los sindicatos.

No deberíamos subestimar las libertades que hoy disfrutamos y que no existirían sin el 68. Para preservarlas, los sindicatos deben seguir actuando para defender y ampliar los derechos de los trabajadores y forjar alianzas con movimientos políticos y sociales afines, como las ONG, las iniciativas cívicas y las organizaciones religiosas.