En el norte de Uganda, la terapia con perros ayuda a los sobrevivientes de la guerra a sanar su trauma

En el norte de Uganda, la terapia con perros ayuda a los sobrevivientes de la guerra a sanar su trauma

Photographed on World Animal Day, which falls on 4 October, guardians and their dogs line up in the compound of the Comfort Dog Project, in Gulu, northern Uganda.

(Evelyn Lirri)

Lucy Adoch tenía 13 años cuando, junto con sus tres hermanos, fue secuestrada por rebeldes del Ejército de Resistencia del Señor (LRA, por sus siglas en inglés) en el distrito de Gulu, en el norte de Uganda. Los hermanos se vieron obligados a unirse con otros niños secuestrados para llevar a su base en Sudán los alimentos saqueados por los rebeldes en las aldeas vecinas. “El viaje era largo y penoso. Teníamos las piernas hinchadas a lo largo del camino y nos tomaba varios días cruzar hasta Sudán”, recuerda Lucy, que ahora tiene 39 años.

En Sudán, fue obligada a casarse con un comandante rebelde, un hombre que ya tenía varias esposas, todas tan jóvenes como Lucy, todas secuestradas. Sufrió terribles violencias sexuales y fue testigo de la muerte de otros niños mientras se dirigían de Uganda a Sudán, y durante su estancia en los campamentos rebeldes. “Los comandantes nos iban a buscar al azar y mataban a quienes estaban demasiado cansados para seguir caminando. Temían que, si los dejaban vivos, podrían servir de informadores a los soldados gubernamentales. Vi cómo se asesinó de esta manera a varios niños”, relata Lucy a Equal Times.

Lucy recibió un arma, le enseñaron a disparar y encabezó una pequeña unidad de combate que ocasionalmente iba a las aldeas cercanas para saquear las casas en busca de comida. Un buen día de 1998, cinco años después de su secuestro, logró escapar y regresar a casa.

Aun cuando sus años de cautiverio fueron difíciles, Lucy no estaba preparada para lo que enfrentaría cuando regresó a casa. En su ausencia, algunos de los miembros de la familia de Lucy habían sido asesinados cuando el LRA atacó y mató a unas 300 personas en su pueblo Atiak en el curso de una sangrienta noche. Lucy también tuvo que luchar para reintegrarse en su comunidad: algunas personas culpaban a los retornados como ella por los asesinatos que habían tenido lugar, así como por el secuestro de sus hijos.

“Me venían a la cabeza imágenes de lo que viví en el monte, los niños que vi asesinados a machetazos. Sin embargo, en casa, donde pensé que podía encontrar la paz, me rechazaron. Nadie quería estar conmigo. Nos llamaban ‘asesinos’ a todos los que habíamos sido llevados a la selva”.

Tras su regreso, Lucy, que ahora está casada y tiene tres hijos, vivió la mayor parte del tiempo una vida solitaria. Finalmente se mudó de Atiak a la ciudad de Gulu, a unos 68 kilómetros de distancia, y allí nunca contó a nadie su vida pasada.

Todo cambió cuando un perro llamado Sadik entró en su vida en diciembre de 2014. “Sadik me hace compañía cuando no tengo con quién hablar. De hecho, a lo largo de los años, nos hemos convertido en muy buenos amigos. Jugamos todo el tiempo. Incluso mis hijos lo quieren”, asegura.

Perros de confort

Sadik es un perro de terapia, y uno de los muchos que está cambiando la vida de los sobrevivientes de la guerra en el norte de Uganda, una región que se recupera lentamente de dos décadas de guerra civil entre los rebeldes del LRA y el Gobierno de Uganda. El LRA, dirigido por Joseph Kony, era conocido por matar, mutilar a civiles y secuestrar a mujeres y niños para utilizarlos como combatientes y esclavas sexuales. Durante el conflicto, fueron asesinadas aproximadamente 100.000 personas, y se calcula en 30.000 el número de niños secuestrados y reclutados a la fuerza para luchar con los rebeldes.

Lucy consiguió a Sadik a través del Proyecto Comfort Dog, una iniciativa que utiliza el poder de la terapia asistida por animales para ofrecer compañía y consuelo a los sobrevivientes del conflicto en la región. Este proyecto fue iniciado por Francis Oloya Okello, también víctima de la guerra, cegado por una mina terrestre mientras preparaba el suelo de su jardín. Debido a la pérdida de la vista, a Francis le resultaba difícil desplazarse por las instalaciones del internado en el que vivía, especialmente de noche. A menudo confiaba en la amabilidad de otros estudiantes, pero a veces no querían que les molestara. Francis se deprimió.

Una noche, dos perros callejeros empezaron a seguirlo. Francis se hizo amigo de los perros y los llamó Happy y Rachel; terminaron convirtiéndose en sus compañeros y guías permanentes. “El sentimiento de impotencia y desesperanza se redujo debido a estos perros”, asegura Francis, de 30 años.

“Fueron Happy y Rachel los que me inspiraron la idea de integrar los poderes curativos de los perros con el fin de ofrecer consuelo a los sobrevivientes de traumas de la guerra”, agrega Francis, quien se graduó con un título en psicología comunitaria de la Universidad de Makerere, en Kampala, la capital de Uganda.

El proyecto comenzó oficialmente en enero de 2015 con 12 beneficiarios. Hoy son 41 las personas que reciben ayuda de los perros terapéuticos. Los líderes de la comunidad identifican a beneficiarios potenciales, o ‘tutores’, a través de reuniones de sensibilización. A cada tutor se le asigna un perro, generalmente se trata de perros callejeros de todas las razas que han sido lavados, vacunados y alimentados. Juntos, los perros y los tutores reciben formación sobre todo lo necesario, desde cómo crear el lazo afectivo entre ellos hasta cómo deben cuidar a sus nuevos amigos de cuatro patas.

“Al final de cada año, hacemos una evaluación posterior al entrenamiento y nos damos cuenta de que las personas que no solían hablar nunca habían empezado a socializar con los demás debido a que habían estado hablando con su perro”, comenta Francis sobre el éxito del programa.

El mejor amigo del hombre

Aunque la guerra terminó hace una década, muchas personas en el norte de Uganda continúan padeciendo problemas de salud mental, tales como el trastorno de estrés postraumático (TEPT) y la depresión. Según un estudio realizado siete años después de finalizada la guerra, el norte de Uganda mostraba altas tasas del TEPT y depresión entre la población en general. El estudio también concluyó que las mujeres tenían dos veces más probabilidades de mostrar síntomas de TEPT y depresión que los hombres. El problema también se había exacerbado por la falta de sensibilización con respecto a los problemas de salud mental, el estigma y la falta de acceso a servicios de tratamiento.

En Uganda y, de hecho, en toda África, el proyecto Comfort Dog es único en su género; es la primera iniciativa de este tipo en utilizar perros como forma de terapia para los sobrevivientes que intentan sanar del trauma de la guerra. En África, de acuerdo a la cultura local, los perros suelen ser utilizados para cazar o para cuidar las propiedades. Muy pocas personas crían perros como mascotas, y es todavía más raro encontrar personas que hayan creado amistades fuertes y hablen con su perro como lo hacen los beneficiarios del proyecto Comfort Dog. Es por este motivo que, cuando Francis introdujo el concepto por primera vez, muchas personas lo encontraron extraño, incluidas algunas de las que ahora se benefician del programa.

En el mundo occidental, la terapia asistida por animales está bastante extendida, y algunos estudios han demostrado que tener un vínculo cercano con los perros ayuda a reducir ciertos trastornos mentales entre las personas que han experimentado experiencias traumáticas.

Meg Daley Olmert, una investigadora que ha escrito sobre los beneficios psicológicos que conlleva la cercanía de los animales, asegura que, desde tiempos inmemoriales, los animales y los seres humanos han disfrutado de una interrelación mutua.

“Los perros y los humanos tienen redes cerebrales sociales muy similares, por eso decimos que el perro es nuestro mejor amigo. Tenemos mucho en común”, afirma la investigadora. En su libro Made for Each Other: The Biology of the Human-Animal Bond (Hechos el uno para el otro: la biología del vínculo humano-animal), Olmert, directora de investigación en el Warrior Canine Connection en Estados Unidos y también asesora del proyecto Comfort Dog en Uganda, asegura que el vínculo con los perros tiene efectos biológicos positivos, tales como el aumento de los niveles de la hormona oxitocina, la denominada “hormona del abrazo”.

“Las heridas sociales requieren intervenciones sociales”

En Warrior Canine Connection (que recluta a veteranos de guerra estadounidenses para entrenar perros de servicio para otros veteranos de guerra), Olmert relata que los perros de servicio se han utilizado con éxito para reducir los síntomas del trastorno de estrés postraumático entre los veteranos de guerra, con un número estimado de 5.000 militares y mujeres que se han beneficiado hasta ahora de esta forma de terapia “Varios estudios lo han demostrado. La atención que le dedicas a un perro, y que el perro te devuelve a su vez, es más efectiva para reducir los síntomas del TEPT que los tratamientos estándar”, añade. “Estas personas no padecen una enfermedad mental; padecen una enfermedad social y, por lo tanto, estas heridas sociales requieren intervenciones sociales. Hay tantos perros en Uganda que la gente solo necesita empezar a mirarlos de manera diferente”, explica.

Los beneficiarios ugandeses como Charles Watmon, de 45 años, afirman que finalmente han podido volver a vivir una vida normal gracias al poder de estos animales. Al igual que muchos ex niños soldados en su comunidad, Charles fue testigo visual de los brutales asesinatos de muchos menores, incluidos niños muertos a machetazos. “Siempre soñaba con los niños muertos y en la forma en la que fueron asesinados”, relata.

De vuelta a casa, se encontró con el estigma y al aislamiento social. No tenía amigos y estaba tan desesperado con su vida que incluso intentó suicidarse. Desde que consiguió un perro de terapia, llamado Ogen Rwot, que significa “confiar en el Señor” en acholí, la lengua local, Charles cuenta que su vida ha cambiado. Es capaz de socializar con los miembros de su comunidad y tiene esperanza en su futuro. “Ahora soy un hombre libre. Mi perro me ha ayudado a sanar”, afirma con una sonrisa.