Hakim, vestido con una chilaba azul, atraviesa al volante de su berlina la ciudad de al-Ahmadi, construida por y para los trabajadores de la compañía petrolera nacional. “En Kuwait hay dos tipos de bidunes: los que trabajan en el sector petrolero y los que pertenecen al ejército o a la policía”, explica este destacado activista de la causa de los bidunes en Kuwait. “Hasta 1990 los bidunes disfrutaban de los mismos derechos que los demás ciudadanos kuwaitíes y participaron en la construcción del país”, añade. En las décadas de 1960 y 1970, más del 80% de las fuerzas armadas estaban compuestas por bidunes.
Los bidunes –los “sin” en árabe, en el sentido de “sin nacionalidad”– constituyen una minoría árabe apátrida en Kuwait. No deben confundirse con los beduinos, que son nómadas que viven en el desierto, aunque muchos bidunes descienden de tribus nómadas originarias de la península arábiga. En la actualidad, la mayoría de los bidunes están clasificados por las autoridades kuwaitíes como “residentes ilegales”, pese a no tener ningún vínculo con otros países.
El Comité de Bidunes es una estructura central que se estableció en 2010 para gestionar la situación de los residentes ilegales. Se trata de un organismo público que se supone resuelve los problemas de nacionalidad, concediendo el estatus de ciudadano a quienes tengan derecho a ello. No obstante, muy pocos bidunes han podido beneficiarse de este proceso: el Comité les objeta reiteradamente, y sin ningún fundamento, su pertenencia a otra nacionalidad. La actitud de las autoridades hacia ellos se endureció tras la ocupación iraquí, de 1990 a 1991. Se les acusa concretamente de haber “conspirado con el enemigo”.
Son víctimas de múltiples presiones para obligarles a revelar su supuesta “verdadera nacionalidad”. La nacionalidad se les concede en función de su físico: “Tú tienes cara de iraquí”, les dicen en ocasiones. Algunos han podido obtener documentos de identidad, en los que se especifica “no kuwaití”. Pero desde 2011, y desde las primeras manifestaciones por los derechos, les resulta prácticamente imposible renovarlos.
A algunos de ellos se les ofrece un pasaporte falso para empujarles al exilio, según afirman algunos bidunes. En 2009, tras un arresto durante un control de carretera, Hussain terminó en una oficina del Comité de Bidunes, ante un delegado egipcio*. Este le entregó una tarjeta con los datos de contacto de una persona que le ayudaría a comprar un pasaporte falso. Tras un encuentro con dicha persona, Hussain decidió comprar un pasaporte danés falso, “porque era el más barato”, explica. Según lo acordado con el agente egipcio, acudió a su oficina para que se le expidiera un nuevo pasaporte falso. Unos días después, procedió a recoger su pasaporte falso en la propia Administración.
Actualmente, los bidunes también están excluidos del ejército, del gobierno y de la función pública. Cuando no se ven acosados directamente por las autoridades, que les solicitan, por ejemplo, que cierren sus comercios o les confiscan las mercancías, se ven discriminados en el mercado laboral.
“Llevo 12 años trabajando en un servicio de mensajería de una administración pública. No tengo derecho a vacaciones pagadas y recibía 750 euros. El año pasado decidieron rebajarme el sueldo a 600 euros”, afirma Bender, otro bidún. A título ilustrativo añade que el salario base “de un profesor, incluso extranjero, es de 3.900 euros, mientras que para un bidún es de 1.350 euros”.
Determinar cuántos son es un tema delicado. Durante muchos años, las autoridades calculaban que en Kuwait podía haber cerca de 100.000, una cifra indudablemente muy baja. Hakim asegura que en unos documentos confidenciales que se filtraron en las redes sociales en 2016, relacionados con las políticas públicas que el Gobierno debía aplicar para los bidunes, se mencionaban cifras de 400.000 personas, en una población de cerca de 3 millones de habitantes.
La ciudad de Taima está dividida en varios “bloques”, donde los bidunes se instalaron en los años 1970, a instancias del Estado. Estas casas se construyeron para acabar con el hábitat tradicional de los bidunes, que vivían en chozas “ashish”. En principio iban a ser temporales, y las familias serían realojadas. Pero 50 años después, siguen sin tener la oportunidad de trasladarse a otro lugar.
A pocos metros de estas viviendas hay una escuela pública, a la que no pueden inscribirse niños apátridas. A la mayoría de los bidunes se les niega el acceso a la educación y a la sanidad gratuitas. Los que pueden, pagan una escuela privada para sus hijos. También se les niega sistemáticamente la expedición de certificados de matrimonio y partidas de nacimiento.
En los últimos años se han logrado algunos avances gracias al compromiso de varias asociaciones bidunes. Desde 2014, un centenar de bidunes pueden acceder cada año a la universidad pública, siempre que obtengan buenos resultados académicos; aunque algunos sectores, como la medicina, siguen estando vetados para ellos. “Solo quiero tener libertad de movimiento”, explica el joven Hassan, sentado en su tienda de campaña, donde alquila caballos. A sus 20 años, está orgulloso de su país y de todas sus infraestructuras. “Yo solo quiero poder viajar con mis amigos”.