No podemos erradicar la pobreza sin erradicar primero la esclavitud

Siempre he pensado que la lucha contemporánea para acabar con la pobreza es uno de los retos más importantes a los que se enfrenta la humanidad.

Sin embargo, a medida que nos acercamos a 2015, el año fijado para la consecución de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), parece que estamos perdiendo esta lucha, pues nos estamos olvidando de dónde tenemos que librarla.

 

La Organización Internacional del Trabajo calcula que actualmente existen alrededor de 21 millones de personas sujetas a algún tipo de esclavitud en el mundo.

Sin embargo, la lucha para acabar por fin con esta despreciable forma de explotación sigue siendo un asunto de escasa importancia en la comunidad inmersa en temas de desarrollo.

Los directivos de varias ONG en Reino Unido y otras zonas de Europa me han explicado que la reducción de la pobreza que están intentando alcanzar debilitaría las causas de la esclavitud.

Sin embargo, dichas causas tienen que ver fundamentalmente con los mecanismos políticos y culturales para excluir a la gente de la justicia económica y social.

 A menos que los proyectos y campañas de desarrollo intenten conscientemente socavar dicha exclusión, no lograrán liberar a la gente de la esclavitud y, por consiguiente, de la pobreza.

La esclavitud en el mundo moderno varía desde la trata de personas para su explotación sexual, al trabajo infantil forzoso como trabajadores/as del hogar y el trabajo forzoso de niñas para la fabricación de prendas para grandes marcas en Europa.

Sin embargo, las investigaciones llevadas a cabo por Anti-Slavery International y otras organizaciones demuestran que, aunque la esclavitud adopta muchas formas diferentes, básicamente comparten tres importantes rasgos comunes.

Primero: las personas sometidas al trabajo forzoso suelen ser individuos vulnerables, por lo general desde una perspectiva económica, pero a menudo también social.

Segundo: pertenecen a comunidades que están excluidas socialmente y discriminadas en su país de origen, en el extranjero o en ambos.

Tercero: los gobiernos de los países donde son víctimas (deliberadamente, por falta de capacidad o por corrupción) no consiguen garantizar un nivel adecuado de justicia económica y social ni de Estado de derecho.

Dicho de otro modo: la esclavitud se da entre los que están excluidos, deliberada o irreflexivamente, del desarrollo económico y social, la justicia y el Estado de derecho.

Se trata de un asunto de derechos humanos y también del ámbito político.

Cualquier proyecto de desarrollo que no reconozca esto corre el riesgo de pasar por alto algunos de los inextricables problemas de la pobreza que sigue asolando al mundo.

La incapacidad para reconocer el papel central que desempeñan los derechos humanos en la lucha contra la pobreza queda ilustrada en los ODM. En dichos objetivos no se mencionan la esclavitud, el trabajo infantil ni tampoco la importancia que tiene la reducción de las formas de discriminación y prejuicios por género.

Y aunque existe un ODM para fomentar la igualdad de género y empoderar a las mujeres, apenas hace referencia al imperativo de reducir la violencia contra las mujeres y niñas, algo que se suele relacionar con la esclavitud moderna.

Los programas de desarrollo llevan demasiado tiempo ciegos ante las dinámicas de poder que sustentan la esclavitud.

Tal y como están formulados, cabe la posibilidad de que se alcancen los ODM sin que afecten a la vida de una sola persona en situación de trabajo forzoso.

De hecho, sus vidas podrían empeorar, ya que quedarían excluidas del proyecto de desarrollo.

Aun así, los programas de acción positiva en el ámbito de la justicia económica y social que se centren en la vulnerabilidad de los individuos dentro de las comunidades socialmente excluidas tendrán buenas posibilidades de romper los ciclos de la esclavitud y de otras violaciones de derechos.

Por ejemplo, garantizar el acceso universal de las niñas dalit (intocables) del sur de Asia a una educación de calidad sería un programa de este tipo, en especial si se llevara a cabo en un contexto en el que los Estados estuvieran realizando esfuerzos coordinados para eliminar la discriminación y garantizar un nivel aceptable de Estado de derecho para todos y todas.

Por supuesto, acabar con la esclavitud no depende únicamente de los organismos de desarrollo y proyectos de ayuda humanitaria que tratan este tema. Para ello es necesario establecer formas seguras de migración para la gente sin recursos que busca trabajo y desea una mejor vida para ellos y sus familias.

Es necesario que el movimiento sindical (en busca de modos innovadores de organizar a los trabajadores/as) proteja a los que sean vulnerables o menores de edad, tanto en la economía formal como en la informal.

Es necesario pedir cuentas a las empresas transnacionales que contribuyan deliberada o desconsideradamente a la explotación o esclavización de trabajadores/as.

Y por último, es necesario ampliar el Estado de derecho a nivel nacional, para que todos los ciudadanos y ciudadanas puedan acceder a unos recursos y compensaciones legales adecuadamente gestionados.

Las medidas necesarias para acabar con la esclavitud se pueden aplicar siempre que exista una acción política coordinada.

Martin Luther King dijo: "El arco del universo moral es amplio, pero se inclina hacia la justicia".

Y tenía razón, ya que los seres humanos actúan para que se incline en esa dirección. Por desgracia, sin una comprensión adecuada de la importancia que tienen los derechos humanos en la lucha para acabar con la pobreza, los esfuerzos para que el arco se incline hacia la justicia seguirán fracasando.