Gaza: pescar en la línea de fuego

 

El sofocante sentimiento que uno experimenta en la ciudad de Gaza, de estar atrapado en un círculo de fuego israelí, se desvanece durante unos instantes cuando Mohamad Jabroq y yo salimos del puerto y dejamos atrás la puesta de sol, embistiendo las olas en su pequeña lancha a motor sin chalecos salvavidas y con focos para atraer a los peces.

Para ahorrar combustible, tan caro hoy en día, navegamos amarrados con una cuerda a otras tres embarcaciones; la que va delante nos arrastra al resto hacia la línea del bloqueo israelí de tres millas náuticas.

 

[caption id="attachment_8739" align="alignnone" width="530"] La difícil situación de los pescadores palestinos, entre el bloqueo israelí y las restricciones de Hamás (Photo: Jesse Rosenfeld) 

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Sin embargo, el sentimiento de que uno está escapando por mar dura poco y pronto uno se acuerda de que Gaza es un gueto cerrado con una piscina de agua salada cuando las metralletas israelíes empiezan a disparar contra los pescadores cerca de la costa.

Mientras las patrulleras continúan con sus ruidosas ráfagas de disparos, nos aproximamos a la línea del bloqueo israelí y los pescadores delante de nosotros se sueltan del convoy para lanzar las redes.

La economía pesquera de Gaza se ha visto diezmada tras la toma de poder de Hamás en 2007, cuando Israel impuso un bloqueo naval con restricciones para las embarcaciones costeras que solo pueden internarse en el mar hasta tres millas náuticas. Estos pequeños botes son la norma; solo existen unas pocas embarcaciones mayores.

Por tanto, los pescadores como el señor Jabroq se ven obligados a jugar al ratón y al gato con la armada israelí, poniendo en peligro sus vidas para intentar arreglárselas con los limitados recursos pesqueros a los que tienen acceso y ganarse un salario diario cada vez más reducido.

La situación mejoró brevemente tras el acuerdo de alto el fuego en la guerra israelí de noviembre.

Dicho acuerdo amplió la línea del bloqueo hasta las seis millas náuticas, dando un nuevo impulso a una de las principales industrias locales de Gaza.

Sin embargo, los pescadores afirman que todo se fue al traste en marzo, cuando el presidente estadounidense Barack Obama visitó la región y, entre sus declaraciones de firme apoyo a Israel y peticiones para reiniciar las negociaciones, Israel violó el acuerdo de alto el fuego, volviendo a limitar a las embarcaciones de Gaza a las tres millas náuticas.

A sus 47 años, el señor Jabroq ha visto de todo durante sus 24 años en el mar.

Mientras se suelta del barco situado delante y echa el ancla a tres millas de la costa, escudriña primero el mar abierto en busca de amenazas.

Aunque desde que empezó el bloqueo ha evitado que los israelíes le atrapen en el mar, aun así está nervioso.

Este desgarbado hombre con bigote se yergue en la proa de su pequeña embarcación y recuerda el día de 2006 en que Israel le metió en prisión y se llevó su barco.

Aunque los acuerdos de Oslo de 1993 asignaron a los habitantes de Gaza el uso de 20 millas náuticas de aguas costeras, el señor Jabroq asegura que la armada israelí le detuvo a seis millas de la costa.

Eran los últimos días de la segunda Intifada y estaban empezando a ponerse en marcha las medidas del bloqueo que aislaron a Gaza en 2007.

"Detuvieron mi motor a disparos", rememora el señor Jabroq con gravedad mientras lanza una red al mar. "Luego, con un altavoz, me ordenaron que me desnudara totalmente y nadara hasta la patrullera. Cuando llegué, me detuvieron y confiscaron mi barco". Pasó tres meses en una prisión israelí antes de regresar a Gaza sin su barco, a través del puesto fronterizo de Erez.

Como para la mayoría de los pescadores de Gaza, hoy en día los negocios van lentos para el señor Jabroq: muchos días regresa al puerto sin un solo pescado.

Estamos en el punto álgido de la temporada de sardinas y él jura y perjura que la mejor zona para atraparlas se encuentra a unas seis millas de la costa y que la violación del alto el fuego por parte de Israel se dio justo cuando arrancó la temporada.

A continuación, enciende los focos para atraer a tantos pececitos plateados como pueda.

Asegura que ayer fue un día especialmente bueno, pues capturó pescado por un valor de 135 US$, de los cuales 100 fueron para el combustible; normalmente solo lleva a casa entre 10 y 27 US$ para mantener a su esposa y sus hijos.

Por tanto, me explica que, al igual que muchos otros pescadores, se ve obligado a intentar pescar en aguas egipcias, donde hay 30 millas náuticas accesibles de mar Mediterráneo.

Sin embargo, hacerlo conlleva sus propios riesgos.

El señor Jabroq describe una empresa arriesgada cuyo éxito depende de la buena voluntad de los guardacostas egipcios para hacer la vista gorda.

“Si no, a veces los egipcios también nos disparan”, concluye en un tono exasperado.

Esta política es parecida a las enérgicas medidas que Egipto aplica contra el contrabando a través de los túneles de Rafah, del cual dependen los habitantes de Gaza para la importación de productos básicos.

El barco que nos arrastró hasta la línea del bloqueo vuelve a aparecer cuando el señor Jabroq lanza su última red.

Con la ayuda de los otros pescadores saltamos a bordo. Tienen que dejar sus embarcaciones en el mar y solo regresan horas después para recuperarlas y recoger las redes.

 

Hamás no ayuda

Cuando volvemos a ver la costa sumamente urbanizada de la ciudad de Gaza y entramos al puerto, los pescadores se quejan sobre el modo en que las nuevas regulaciones e impuestos de Hamás les dificulta incluso salir a la mar para intentar pescar.

Asimismo, aseguran que la situación es tan mala que incluso traen sardinas desde Egipto a Gaza por los túneles.

Estas quejas se repiten en el puerto, tanto en las pocas embarcaciones grandes como en las pequeñas lanchas. Los pescadores poseen un increíble sentimiento de orgullo por su trabajo y parece que lo único que les hace volver al mar es el agua salada que corre por sus venas, los pocos minutos en que pueden sentirse libres cuando todo lo que les rodea es mar y una fe ciega en que mañana todo irá mejor.

Sus principales preocupaciones son la drástica disminución de sus beneficios desde que los israelíes volvieron a aplicar las restricciones pesqueras anteriores a la guerra y el creciente control y burocracia que Hamás les está imponiendo en la actualidad.

“Después de la guerra podíamos ganar 2.000 US$ al día”, afirma Ahmed Saidi de 34 años, que trabaja en una de las pocas embarcaciones grandes y cuya familia lleva generaciones pescando en aguas de Gaza.

“Actualmente, si obtenemos una captura de 137 US$ lo consideramos un buen día”, explica sentado en la cubierta de un antiguo y desvencijado barco mientras trabaja con sus primos arreglando parte del motor.

Tras deducir los gastos del combustible y dividir los beneficios, suele llevar a casa tan solo ocho dólares al día.

Su primo Ashraf, un treintañero desaliñado, saca la cabeza de la sala de máquinas para contarnos una detención que sufrió, parecida a la del señor Jabroq.

Nos explica que le quitaron su pequeña embarcación en 2008 y que pasó seis meses en una prisión israelí por pescar poco antes de la línea de tres millas.

“En realidad, Israel pretende limitarnos a las 2,5 millas y suele perseguirnos cuando nos aventuramos más lejos”.

Asimismo, los pescadores en el puerto se quejan de que no disponen de ninguna medida real para llevar a cabo una respuesta colectiva y añaden que la comunidad internacional ignora su lucha.

El Gobierno de Hamás mantiene una fuerte presencia policial en el puerto.

La policía está por todas partes, me vigilan constantemente y para acceder al recinto y abordar cualquier embarcación pesquera me obligan a obtener un permiso oficial del Ministerio del Interior.

Muchos aseguran que Hamás no ha sido capaz de garantizar ninguna mejora a largo plazo.


¿Pueden actuar de forma colectiva?

En cuanto a los sindicatos, numerosos pescadores me explican que no tienen ninguna organización independiente propia y que su sindicato está controlado por el Gobierno de Hamás, que hace muy poco por ellos, aparte de sustituir las redes que pierden y apoyarles públicamente.

En el corazón del pequeño y pintoresco puerto, a medio construir y lleno de escombros, pasada la estatua y las banderas turcas dedicadas a los activistas internacionales que Israel asesinó en 2010 durante su ataque a la embarcación Mavi Marmara de la famosa flotilla humanitaria, se encuentra la oficina del sindicato de pescadores, situada junto a la del guardacostas.

Al entrar para reunirme con Nezar Ayash, el presidente del sindicato, me encuentro a un policía de Hamás revisando documentos en la mesa del líder laboral, de baja estatura, con bigote y de unos cuarenta y tantos años.

Cuando el policía se marcha empezamos la entrevista y el señor Ayash sostiene que el sindicato es totalmente independiente y que hace todo lo posible para luchar colectivamente por sus 4.000 miembros.

En lo que suena como una relación corporativista, el señor Ayash afirma que el sindicato proporciona un canal para que los trabajadores presenten sus quejas al Gobierno.

“El Gobierno de Hamás ayuda como puede. Da algo de dinero, especialmente dinero de países donantes”, asegura.

En lo relativo a las acciones contra el bloqueo y para aumentar los ingresos y la seguridad de los pescadores, explica que sus miembros no pueden llevar a cabo muchas acciones colectivas; lo único que él puede hacer es hablar con la prensa y reunirse con dignatarios extranjeros para abogar por los derechos de sus miembros.

Recostado en su silla, manifiesta su frustración ante la situación y sostiene que los estadounidenses son los que cuentan con el verdadero poder para derrumbar el muro de fuego que aísla a Gaza por mar y por tierra. Los estadounidenses están ayudando activamente a Israel a aislar a Gaza y a destruir su economía pesquera.

“Los estadounidenses estuvieron de acuerdo con la última guerra e Israel utilizó armas estadounidenses para atacar y matar a palestinos. Estados Unidos ayuda a Israel para que este bloqueo siga adelante”, afirma. “¿Cómo podemos acabar con este tipo de poder?”, se pregunta.

Al salir del abarrotado puerto por el puesto de control de la entrada, me sorprende cómo a primera vista el puerto da la impresión de ser un bullicioso centro marítimo en lugar de un recurso vital para Gaza que Israel está estrangulando en silencio mientras deja a sus trabajadores sin ningún modo coherente de resistir.

Al ascender la colina hacia el centro paso junto a un montón de escombros que antes de noviembre eran apartamentos y oficinas.

Un vehículo de policías de Hamás me adelanta en la carretera.

La imagen que Hamás pretende fomentar (la de que son un Gobierno que funciona y lucha para liberar a su pueblo) se desvanece.

La realidad es que a los habitantes de Gaza, aislados del resto de Palestina y del mundo, solo les queda confiar en una administración de gueto que potencia al máximo su limitado poder y mantiene el statu quo.