Cómo penetran los nanoplásticos en el cuerpo humano

Cómo penetran los nanoplásticos en el cuerpo humano

In this 23 September 2021 photo, Felix Weber, a research associate at the Institute of Environmental and Process Engineering at RhineMain University of Applied Sciences, sits in front of a picture of a 3D microscope with plastic particles. The specific dangers posed by microplastics or the even smaller nanoplastics is still the subject of research. But it is already clear that particularly small particles can penetrate cells and trigger reactions there. These nanoparticles are found in cosmetics, for example.

(Dpa/Arne Dedert)

No estamos mejor protegidos del aire plastificado en el exterior que en espacios interiores. Las minúsculas fibras, fragmentos, espumas y láminas de plástico se desprenden de los objetos de plástico y se mantienen persistentemente flotando en la atmósfera, hasta descender en caída libre sobre nosotros. La lluvia arroja micro y nanoplásticos desde el cielo a la Tierra. En zonas urbanas como Bremen (Alemania) y regiones remotas como el Ártico y los Alpes suizos se acumula nieve repleta de plástico.

El viento y las tormentas transportan por el aire las partículas desprendidas de los objetos y desechos de plástico, durante decenas, incluso cientos de kilómetros, hasta depositarlas de nuevo en la Tierra. Dongguan (China), París (Francia), Londres (Inglaterra) y otras metrópolis rebosantes de gente están envueltas en un aire permanentemente impregnado de microscópicas partículas de plástico, tan pequeñas que consiguen alojarse en los pulmones humanos.

Sobre todo las zonas urbanas se encuentran repletas de lo que, según los científicos, podría tratarse de una de las variedades más peligrosas de contaminación por partículas: los fragmentos de plástico, metales y otros materiales que se han desprendido de los neumáticos sintéticos como resultado de la fricción normal causada por las pastillas de freno y las carreteras asfaltadas, y por el efecto de las condiciones meteorológicas y el paso del tiempo. Al igual que el plástico utilizado para fabricar artículos de consumo y envases, los neumáticos sintéticos pueden contener cualquier tipo de mezcla de productos tóxicos patentada por el fabricante para mejorar el aspecto y el rendimiento de un producto plástico.

Las partículas que se desprenden de los neumáticos de los miles de millones de coches, camiones, motocicletas, tractores y otros vehículos que circulan por el mundo impregnan el aire, el suelo y las masas de agua.

Los científicos están empezando a comprender el grave peligro: en 2020, investigadores del estado de Washington determinaron que la presencia de la 6PPD-quinona, un subproducto de la sustancia química estabilizadora del caucho 6PPD, está siendo un factor importante en la misteriosa mortandad a largo plazo del salmón coho, al noroeste del Pacífico estadounidense. Las lluvias otoñales de Washington, que anuncian el regreso de los salmones desde el mar a los ríos, arrastran también fragmentos de neumáticos de coche y otras partículas de plástico y las precipitan a estos ecosistemas de agua dulce.

En los últimos años, han muerto hasta el 90% de los salmones coho que acuden a desovar a esta región, una cifra muy superior a lo que se considera natural, según investigadores de la Universidad de Washington, en Tacoma. Como explica Zhenyu Tian, químico medioambiental de la Universidad de Washington, en una entrevista en la Oregon Public Broadcasting, la radiotelevisión estatal, la 6PPD-quinona parece ser una de las principales causas: “Si introducimos en una pecera esta sustancia química, este producto de transformación, el salmón coho muere... en muy poco tiempo”.

Los efectos para la salud de respirar microplásticos

Aunque otros investigadores habían buscado y detectado ya microplásticos dispersos en el aire en espacios interiores y en exteriores, el estudio de Alvise Vianello, científico italiano y profesor de la Universidad de Aalborg (Dinamarca), ha sido el primero en utilizar un maniquí que emula la respiración humana mediante un pulmón mecánico. A pesar de las pruebas que aporta su investigación –que evidencian que el plástico penetra en el cuerpo humano y podría estar perjudicándonos–, los actuales investigadores de las ciencias de la salud aún no han buscado y estudiado, de forma sistemática y exhaustiva, cómo podrían estar afectando a la salud humana las partículas de plástico que en todo momento tenemos a nuestro alrededor y dentro de nosotros.

Vianello y Jes Vollertsen, profesor de estudios medioambientales de la Universidad de Aalborg, explicaron que han presentado sus hallazgos a los investigadores del hospital de su universidad para que colaboren en futuras investigaciones, quizás buscando plástico dentro de cadáveres humanos.

“Tenemos ya pruebas suficientes de que deberíamos empezar a buscar microplásticos dentro de las vías respiratorias humanas”, afirma Vollertsen. “Hasta que lo hagamos, no estará claro si debemos preocuparnos o no del plástico que estamos respirando”.

Especula que parte del microplástico que respiramos podría ser expulsado al exhalar. Pero, incluso si esto es cierto, nuestros pulmones podrían retener gran parte del plástico que penetra, y provocar daños.

Otros investigadores, como Joana Correia Prata, estudiante de doctorado de la Universidad de Aveiro (Portugal), destacan la necesidad de investigar sistemáticamente los efectos en la salud humana de la inhalación de microplásticos. “Las partículas y fibras de microplástico, dependiendo de su densidad, tamaño y forma, pueden llegar a los tejidos pulmonares profundos y provocar una inflamación crónica”, señala. Las personas que trabajan en entornos con altos niveles de microplásticos en el aire, como los empleados de la industria textil, suelen sufrir problemas respiratorios, añade Prata. La presencia permanente de una cantidad relativamente menor de microplásticos en nuestros hogares aún no se ha relacionado con dolencias concretas.

Los científicos llevan décadas diseccionando el cuerpo de innumerables animales, pero apenas hace unos años que comenzaron a explorar los tejidos humanos en busca de rastros de nano y microplásticos. Ello, a pesar de las pruebas sólidas que sugieren que las partículas de plástico –y las toxinas que se adhieren a ellas– impregnan nuestro entorno y están muy presentes en nuestra dieta. En la última década, los científicos han detectado microplásticos en los cuerpos de peces y mariscos, en las carnes envasadas, los alimentos procesados, la cerveza, la sal marina, los refrescos, el agua del grifo y el agua embotellada. Hay diminutas partículas de plástico incrustadas en las frutas y verduras de cultivo convencional que se venden en los supermercados y puestos de comida.

Bebemos, comemos y respiramos plástico

En las décadas de los cincuenta y sesenta, simultáneamente al crecimiento acelerado de la producción mundial de plástico, se produjeron el bum de la población humana mundial y el imparable desarrollo de la agricultura industrial. Esta última alimentaba a la primera, y fue posible gracias al desarrollo de plásticos, fertilizantes y pesticidas de origen petroquímico. A finales de la década de los cincuenta, los agricultores que luchaban por alimentar a la creciente población mundial recibieron con los brazos abiertos los nuevos trabajos de investigación y las publicaciones de científicos agrícolas que ensalzaban las ventajas de utilizar el plástico, concretamente las láminas de polietileno de baja densidad y color oscuro, para aumentar el rendimiento de los cultivos. Los científicos explicaban, paso a paso, cómo debían extenderse estas láminas de plástico sobre los cultivos para retener el agua, reducir la necesidad de riego y controlar las malas hierbas y los insectos, que no podían penetrar tan fácilmente en el suelo acolchado con plástico.

La plasticultura se ha convertido en una práctica agrícola habitual y ha transformado los familiares suelos que la humanidad lleva sembrando desde tiempos inmemoriales, en algo desconocido. Los cultivos con plástico parecen ofrecer mayores rendimientos a corto plazo pero, a largo plazo, el uso del plástico en la agricultura podría crear suelos tóxicos que repelen el agua en lugar de absorberla, un problema potencialmente catastrófico, que provoca la erosión del suelo, polvo y la ruptura de ancestrales relaciones simbióticas entre los microbios del suelo, los insectos y los hongos que contribuyen a mantener vivas las plantas.

De los suelos contaminados que hemos creado, las plantas absorben a través de sus raíces las micropartículas de nanoplásticos que se encuentran en el agua que necesitan para sobrevivir, con graves consecuencias: la acumulación de partículas de nanoplástico en las raíces de una planta disminuye su capacidad de absorber agua y frena su crecimiento y desarrollo.

Los científicos también han encontrado las primeras evidencias de que los nanoplásticos pueden alterar la composición genética de una planta y aumentar su susceptibilidad a las enfermedades.

Basándose en los niveles de micro y nanoplásticos detectados en la dieta humana, se estima que la mayoría de las personas ingieren involuntariamente entre 39.000 y 52.000 partículas de microplástico en su dieta, cada año. Ese número aumenta en 90.000 partículas de microplástico para las personas que consumen regularmente agua embotellada y en 4.000 partículas para quienes beben agua de los grifos municipales.

En 2018, científicos de Austria detectaron microplásticos en muestras de heces humanas recogidas de ocho voluntarios procedentes de ocho países de Europa y Asia. Claramente, el microplástico está entrando en nuestros organismos y parte de él escapa a través de nuestro tracto digestivo. Todo indica que ya bebemos, comemos y respiramos plástico.