Del mito del sueño americano, al buen vivir en el bosque de sus raíces

Del mito del sueño americano, al buen vivir en el bosque de sus raíces
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José González es un guardabosques de 45 años que vive casi en las nubes, a unos 3.000 metros de altura, en un pueblo de 1.000 casitas rodeadas de plantas de maíz, chiles y manzanos; de pinos y robles gigantes.

José siempre lleva botas y duerme la siesta dentro del coche con el sombrero vaquero sobre la cara. Es de Topia, un vallecito de difícil acceso en plena Sierra Madre, en el norte de México, cerca de la costa del Pacífico. Vive en Durango, un estado que atesora minas de oro y de plata en las entrañas de sus montañas; y que está cubierto de bosque en un 87% del territorio.

Tierra de desayunos abundantes, de camionetas cuatro por cuatro; tierra de caminos sin asfaltar, entre bosques legendarios de pumas, venados y jabalíes acostumbrados a mirar sin miedo al abismo. Así es la sierra donde nació José y donde nació Pancho Villa, uno de los iconos de la Revolución Mexicana; un desigual paraíso natural del que José siempre quiso huir.

Desde que cumplió los 18, intentó abandonarlo muchas veces, rumbo a Estados Unidos, pero, en la frontera, una y otra vez lo devolvían a México. Desde niño trabajó en el campo con su madre; también un tiempo en la mina, como su padre; trabajó mucho, e incluso se arriesgó con el cultivo de amapolas entre las escarpadas montañas de su valle (un negocio tan ilegal como floreciente entre EEUU y México a inicios de este nuevo siglo) y entonces pudo ahorrar hasta que consiguió cruzar y no volver.

 

Forest warden José González in his valley in the mountains of Durango.

Photo: Santi Carneri Tamaryn

No era el único, ni mucho menos en esta parte de la montaña –con curvas desde las que se ve el precipicio y por las que anchos camiones pasan cargando toneladas de maderas y minerales–. Los cultivos de amapola no hicieron otra cosa que aumentar, hasta alcanzar unas 44.000 hectáreas en 2017 a nivel nacional.

Después el precio bajó: “Ahorita no, ahorita la misma gente que la compra la bajó. Por eso mucha gente ya no siembra, se dedica a la mina. Aquí es un pueblo minero”, añade José. Hoy, la superficie total de amapola en México se estima en unas 24.000 hectáreas, según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC). Muchos de esos cultivos se concentran justo aquí, en las escalonadas laderas de estas montañas, en la encrucijada de los estados de Durango, Sinaloa y Chihuahua, zona bautizada como el Triángulo Dorado. En algunas comunidades, donde no había fuentes de trabajo, plantar y cosechar amapola llegó a ser la única actividad económica.

 

Pancho Villa was born in this Sierra (mountain range). He would go on to become one of the icons of the Mexican Revolution when millions of peasants took up arms for the distribution of land in 1910, which, until that point was in the hands of a few wealthy people. This rugged paradise is dotted with thick pines, verdant ferns and orange mushrooms.

Photo: Santi Carneri Tamaryn

Como en toda América, las riquezas naturales de Durango no benefician o no han beneficiado a sus lugareños. En la historia más reciente, concretamente la década de 1960, la tala ilegal, propiciada por empresas estadounidenses para obtener maderas nobles mexicanas a precios bajos, era tal que el gobierno decretó una veda y prohibió tocar 2 millones de hectáreas de bosque. Al levantar la veda creó una empresa pública llamada Productos Forestales Mexicanos (Proformex) a la que dio la exclusividad del aprovechamiento de los recursos forestales de Durango. Pero no salió bien.

Por la falta de control y transparencia, la empresa pública se corrompió y consolidó un régimen casi feudal, según recuerdan los activistas. El director de la firma vivía en Ciudad de México y viajaba a la zona en avión privado. Controlaba el bosque, también los caminos, la educación, los servicios de salud; incluso el suministro de alimentos. El bosque se depredaba y la población no podía impedirlo.

La falta de oportunidades obligó a mucha gente a irse a buscar trabajo a Estados Unidos, abandonando sus comunidades y redes, entrando en un drenaje de talento, de juventud, de fuerza; otra forma de extractivismo. Así que José insistió en llegar a Estados Unidos y cuando lo logró pensó no volver. Pasó de los 23 a los 35 años de albañil en Las Vegas, de jardinero en Los Ángeles y de pintor de casas en Tucson, entre otras “mil cosas”.

 

Topia is a small, difficult-to-access valley in the heart of the Sierra Madre (Mother mountain range) in northern Mexico, near the Pacific coast. Travelling 100 kilometres can take about four hours on the vertiginous routes.

Photo: Santi Carneri Tamaryn

Esta tierra de gente sacrificada y hospitalaria fue por mucho tiempo el bastión del Chapo Guzmán, líder del Cartel de Sinaloa y principal narcotraficante de México hasta ser apresado en 2016. Durante el sexenio del presidente Felipe Calderón, de 2006 a 2012, que emprendió una guerra contra los cárteles, Durango fue uno de los estados más impactados por una dura inseguridad.

Pero mientras tanto, la gente en Durango comenzó a cambiar algunas cosas importantes. Los vecinos que quedaron estaban cada vez más organizados en su ejido, una forma de propiedad comunal de tierra que en México permite el usufructo cooperativo del bosque y de los cultivos, manteniendo parcelas individuales para sus habitantes y un área para el centro urbano. El derecho de uso de esta tierra no se puede vender y es uno de los mejores frutos de las reformas tras la Revolución de comienzos del siglo XX.

El ejido mexicano se creó y reguló inspirado en la forma de vivir de los pueblos nativos de la región y, aunque su forma jurídica ha sufrido algunas modificaciones, en México hay unos 103 millones de hectáreas de tierras ejidales, lo que supone el 55% del territorio, según el Registro Agrario Nacional (RAN).

 

The community sawmill of the Sezaric Group in Topia, Durango.

Photo: Santi Carneri Tamaryn

Mientras José pintaba las fachadas de una casa de un suburbio de EEUU, unas 10.500 familias de su valle, organizadas en la Unión de Ejidos y Comunidades Forestales General Emiliano Zapata (Unecofaez), se activaban por cambiar el presente y el futuro.

Las reuniones, asambleas y campañas de comunicación entre ejidos aumentaron; diplomacia y política hiperlocal que tuvo impacto nacional. Hombres y mujeres con botas y sombreros vaqueros se enfrentaron a la empresa Proformex, al gobierno y a los mineros ilegales y tomaron el control del manejo forestal de un millón de hectáreas de bosque. Más tarde compraron la planta de transformación de madera de Proformex y la antigua fábrica de tablones.

Así nació Silvindustria General Emiliano Zapata, Asociación Rural de Interés Colectivo, más conocido como Grupo Sezaric, que hoy da trabajo digno y directo a 2.500 personas en la zona y cuya comisión directiva debe responder ante ejidos como Topia. Su fábrica de muebles necesita cientos de trabajadores y exporta a otros lugares de México. Sezaric se ha convertido en la primera empresa a nivel nacional que, con los residuos de su producción –biomasa– genera energía eléctrica que utilizan e incluso comercializan.

 

Facilities of the Grupo Silvindustria General Emiliano Zapata, a Rural Association of Collective Interest, better known as Grupo Sezaric.

Photo: Santi Carneri Tamaryn

Aquí trabaja Karina Burciaga, ingeniera forestal de 24 años, nacida y criada en un rancho de la zona, a dos horas, montaña arriba, de Santiago Papasquiaro, la capital departamental ubicada en la ladera oriental de la Sierra Madre.

“Lo que más me gusta es haber podido estudiar un tiempo en la ciudad de Durango y después volver y trabajar cerca de mi casa y de la naturaleza”, explica Karina. De este grupo han nacido otras empresas comunitarias que prestan servicios a la industria, como la Unidad de Conservación y Desarrollo Forestal Integral Topia, donde ingenieras forestales como Chea Soto brindan asesoramiento técnico a los pequeños productores.

 

Photo: Santi Carneri Tamaryn

La mayoría de estos ejidos y comunidades trabajan talando árboles del bosque, pero permitiendo su regeneración por partes planificadas a 15, 40 y 90 años. Se siembran plantines nativos continuamente –la labor de Claro Oropesa, entre otros–. De esa manera la naturaleza no se deteriora y la gente que la habita puede mantenerse en ella, trabajando en las actividades económicas tradicionales de la zona.

 

Claro Oropesa, a farmer from the valley of Topia, has been planting pine trees with care and love for over 40 years.

Photo: Santi Carneri Tamaryn

La reestructuración comunitaria permitió a los ejidatarios cobrar en cooperativa un sueldo fijo a fin de año, como un bonus que les permitió planear su economía en ciclos de 15 años. Por eso decidieron trabajar en certificar su bosque. Topia cuenta ahora con el certificado internacional otorgado por una organización no gubernamental de acreditación y certificación con sede en Alemania, el Forest Stewardship Council (Consejo Cooperativo de los Bosques, FSC, en inglés).

 

Grupo Sezaric has spawned other community-based companies that provide services to the timber industry.

Photo: Santi Carneri Tamaryn

Un certificado FSC garantiza que la madera y derivados que hay en un producto han sido obtenidos de forma legal, sostenible y con respeto a los derechos laborales en la cadena de trabajo y al derecho de las comunidades indígenas locales sobre sus territorios ancestrales. Es la certificadora con estándares más estrictos a nivel internacional porque no depende de empresas ni gobiernos y se autogobierna con tres cámaras asamblearias independientes que se controlan entre sí, explica Luis Alfonso Arguelles Suarez, representante nacional en México de FSC.

José servía en Estados Unidos cuando le avisaron del fallecimiento de su madre. Volvió a Durango inmediatamente y se ocupó de su despedida. Como hijo único, heredó el derecho de uso de su ejido. Al volver a su casa y a sus raíces se dio cuenta de los cambios: había un nuevo aserradero comunitario funcionando en la zona, podía elegir entre varios trabajos relacionados con la naturaleza, podía estar cerca de su familia y amigos de la infancia, podría volver a mirar al abismo y sentir la brisa fría y húmeda del bosque.

 

José González has finally found happiness in his valley. Cooperative and sustainable work in nature has changed his life.

Photo: Santi Carneri Tamaryn

La vida de José cambió de golpe, sembrar maíz en su tierra, como lo hacía su madre, y tener acceso a la cooperativa del ejido se la mejoró mucho. Los enfrentamientos de la “guerra contra el narco” de Calderón se habían reducido, también la violencia. La asamblea de la comunidad votó para que él fuera nombrado guardabosques y ya no quiso volver a Estados Unidos.

“Tuve mucho apoyo en la asamblea cuando gané, así que le puse mucha gana para no caer mal y hasta ahorita muy bien, gracias a dios. Ando con el radio y cualquier humito me avisa la gente, tengo muy buenos contactos y salimos adelante. Estoy a gusto aquí y trato de cuidar el bosque lo más que se puede. He tenido muy pocas quemazones. Este año no tuve ni una”, cuenta sonriente, sentado en el tronco cortado de un árbol, frente a un ultramarino de paredes de madera, uno de los pocos sitios de Topia que además de refrescos, birra y papas fritas venden esas tarjetas prepago satelitales que permiten conectarse un ratito a Internet, a pesar de las montañas.

Hoy, el Valle de Topia es un lugar bastante más apacible, abierto al turismo de naturaleza y con más fuentes de trabajo. Aunque, como en tantos lugares de América Latina, la presencia cotidiana de las camionetas del ejército, con ametralladoras de guerra, delatan que el conflicto con el narcotráfico sigue afectando a la zona.

“La gente tiene temor por lo que le platican por ahí, pero le ponen de más. Aquí los que tienen problemas entre ellos se arreglan. A nosotros no nos molestan. Nadie roba nada aquí”, comenta José y añade que el salario “no está malo”. “Y tengo mi maíz, y así sumando da para comprar tu camionetita y ropa para el niño”, dice. Lo complementa con “el derecho a monte” que percibe por ser parte del ejido; en total, lo uno y lo otro, 70.000 pesos al año, unos 300 dólares por mes, un sueldo seguro que le da para vivir bien y “más holgado que un minero”.

This article has been translated from Spanish.