En Bolivia, el Movimiento Maricas lidera una lucha transversal y descolonial por la emancipación de la disidencia sexual

En Bolivia, el Movimiento Maricas lidera una lucha transversal y descolonial por la emancipación de la disidencia sexual

A street action by the Maricas Bolivia Movement in front of the San Francisco Basilica in La Paz on 12 May 2023.

(Marco Marchese)

Es una serena mañana de viernes de mediados de mayo y el sol ya azota implacable la ciudad de La Paz, encaramada a 4.000 metros de altitud. Frente a la Basílica de San Francisco, una importante iglesia católica en el centro de la ciudad, la plaza está llena del habitual ir y venir de los transeúntes, la letanía de los vendedores ambulantes y el estruendo de cláxones de la calle.

Sin embargo, en el centro de la plaza una escena interrumpe el flujo cotidiano. Edgar Soliz instala una pequeña mesa portátil de madera y dos sillas plegables, una para él y otra para Pewmma, una profesora chilena trans y mapuche, protagonista de la entrevista de hoy sobre el tema de la educación sexual en las escuelas. Sobre la mesita hay una serie de estatuillas que evocan rituales andinos ancestrales: dos llamas besándose, una cerámica mochica y reproducciones de las deidades Pachamama y Chacha Puma. Frente a la mesa, un cartel anuncia en grandes letras: “Maricas Bolivia”, el nombre del movimiento que organiza la entrevista y el canal de Youtube donde será emitida. A pocos metros, Roberto Carita, otro miembro del colectivo, ha preparado el equipo necesario para la filmación.

El plató está listo. Edgar se ajusta su gran collar y sus llamativos pendientes y la entrevista puede comenzar. “Bienvenidos a esta nueva intervención callejera del Movimiento Maricas”, declara Edgar, mirando a la cámara. “Cada semana ofrecemos un producto audiovisual en el espacio público, una toma política del espacio público, porque creemos firmemente que las disquisiciones en torno a las disidencias sexuales tienen que estar en el espacio público para desestabilizar la hegemonía de la heterosexualidad obligatoria”.

Alrededor del escenario, algunos curiosos se acercan a escuchar con interés, otros lanzan miradas de desaprobación mientras murmuraban insultos o pasan de largo persignándose. Tanto si las reacciones eran de aprobación como de rechazo, la intervención logró su objetivo: un cisne negro ocupó valientemente el centro de la plaza, trastocando las relaciones de poder consolidadas en el espacio público.

Los orígenes de un movimiento radical y transversal

El Movimiento Maricas Bolivia nació en 2010 por iniciativa de un grupo de activistas LGBTQI+ de La Paz, en el seno de la escuela de formación de Radio Deseo, dirigida por el colectivo feminista Mujeres Creando. “Queríamos tomar la palabra en primera persona para contrarrestar los discursos estereotipados y sensacionalistas que otros hacían sobre nuestros cuerpos”, explica Roberto.

A lo largo de cinco años de producción radiofónica en Radio Deseo, el movimiento ha desarrollado un periodismo político y activista, publicando testimonios de los miembros más marginados de la comunidad LGBTQI+, tanto de comunidades indígenas urbanas como rurales. Desde el primer programa, Habemus marica, el movimiento provocó un escándalo al entrevistar a un sacerdote homosexual para señalar con el dedo la hipocresía de la Iglesia, que ejerce una enorme influencia sobre la cultura boliviana.

El alcance radical y subversivo del movimiento queda claro en la elección de su nombre. “Marica” es el insulto más común dirigido a los hombres homosexuales en lengua española.

“Llamarnos ‘maricas’ no fue fácil al inicio, porque es una palabra que históricamente violenta nuestros cuerpos, pero de la mano de la formación política y feminista de Mujeres Creando y gracias a la lectura de intelectuales maricas latinoamericanas, aprendimos la estrategia de apropiarse del insulto para resignificarlo”, relata Edgar.

Las activistas explican que esta reapropiación tenía un doble objetivo. En primer lugar, permitió anular el alcance violento de la palabra que, al reivindicarse como autodefinición, ya no puede funcionar como insulto homófobo. Además, al autodenominarse “maricas”, los activistas pretendían provocar un cuestionamiento dentro de la propia comunidad LGBTQI+ boliviana.

“Inmediatamente fuimos entendiendo una clara oposición al término ’gay’, que es una palabra en inglés, una categoría neocolonial del Norte global que se impone con agenda, con nombre, con sigla, con habitus en este movimiento del Sur global”, continúa Edgar. “¿Por qué debería reconocerme como ’gay’, que está posicionando a un sujeto blanco, joven, bello, masculino y económicamente próspero, cuando nuestra realidad es la de maricas tercermundistas, precarizadas laborales, desempleadas, gordas, seropositivas?”.

Edgar se identifica étnicamente como quechua y Roberto como aimara, las dos principales poblaciones indígenas de la región andina. Pertenecen a la primera generación que nace en un contexto urbano, después de que sus padres abandonaran sus comunidades rurales.

“Yo he crecido escuchando el quechua, pero en la negación de aprenderlo porque en la mentalidad colonial de la sociedad boliviana, el progreso es la blanquitud hegemónica”, comenta Edgar. “En el ámbito de la ciudad he sufrido el racismo y el clasismo precisamente porque soy india, y esto en algún momento de mi vida ha representado un odio hacia mí mismo, una negación hacia mí mismo, o sea, negarme como india. Y en la comunidad LGBT, justamente por esta colonización del imaginario, la aspiración al blanco es aún más fuerte”.

Solamente pensándose a sí mismos al margen de la categoría ‘gay’ es que Edgar y Roberto pudieron conciliar los múltiples aspectos de su identidad. Posteriormente lo convirtieron en el eje central de su activismo político. Esta perspectiva permitió al colectivo “transversalizar” la lucha por la visibilidad de las diferencias sexuales, incluyendo la reflexión sobre la identidad étnica y la clase social. Al hacerlo, han escapado a lo que denominan la “autoguetización” del movimiento institucional, que “se deja cooptar por el capitalismo rosa y la que llaman cooperación internacional, [a la que] no le interesa ninguna otra subjetividad marginal y banaliza la lucha, organiza los desfiles habituales en las fechas y en la forma concedidas”, acusa Roberto. “De esta manera se mistifica la realidad social, parece que todo está bien y que la ‘homolesbotransfobia’ ha desaparecido”.

Sin embargo, la situación es muy diferente. El caso de Bolivia demuestra que los derechos formales por sí solos no bastan. La Constitución de 2009, que vio la luz como parte del denominado “proceso de cambio” de Evo Morales, fue efectivamente una de las primeras del mundo en prohibir expresamente la discriminación por motivos de orientación sexual e identidad de género.

Sin embargo, la violencia homófoba y transfóbica está profundamente arraigada en la sociedad boliviana, y en la práctica queda impune. En primer lugar, faltan datos oficiales, ya que no existe un registro específico para los delitos de odio. También se estima que solamente una de cada diez víctimas presenta una denuncia por agresión, por miedo a revelar su identidad, a causa de la presión familiar o por una comprensible desconfianza en el sistema judicial. De los 80 casos de delitos de odio que fueron estimados en los últimos 10 años, solo dos han desembocado en una condena.

De la radio a la arena pública

Ante la gravedad de la situación y con el fin de surtir un efecto radical en el contexto social, muy pronto el Movimiento Maricas decidió ocupar la arena pública, más allá del espacio mediático de la radio. El día de la Marcha del Orgullo de 2012, la Procesión Marica fue la primera de una larga serie de actividades artísticas y de protesta. Vestidos de sacerdotes, los seis miembros que integraban entonces el colectivo desfilaron frente a varias iglesias de La Paz, denunciando la homofobia y la doble moral de la Iglesia, provocando un escándalo.

“Para nosotros, la Iglesia representa el origen de todos los males, porque la imposición de la heterosexualidad obligatoria, [de las nociones] de género y de raza, en esta parte del mundo vino con la invasión española, mediada por la religión judeocristiana: la Biblia con las armas”, acusa Edgar. “Es claro que el patriarcado existía entonces, pero sabemos por los cronistas de la época que, en la cultura indígena, la sexualidad y el género eran mucho más fluidos y plurales. Había varios nombres para definir a las personas homosexuales o transgénero, que en muchos casos tenían importantes roles sacros y agrícolas”.

Primero con las hogueras de la Inquisición, luego a través de su dominio sobre el sistema educativo, la Iglesia nunca ha dejado de imponer su moral al mundo indígena, acusan las activistas. “En nuestros reportajes hemos contado algunas historias positivas de integración de las personas trans a sus comunidades indígenas, pero en general, precisamente por la presencia asfixiante de la Iglesia, hay una fuerte negación y se expulsa a la gente que se enuncia como disidencia sexual”, comenta Roberto. “Muchas veces, las autoridades indígenas nos dicen que estas cosas no existen, que son perversiones de la ciudad”.

En 2017, Edgar y Roberto decidieron rasgar el velo de la hipocresía con su propio cuerpo. Vestidos de aguayo, la pieza de tela tradicional andina que utilizan como bolsa las mujeres indígenas, atravesaron el centro de La Paz cogidos de la mano y besándose, trascendiendo la frontera que, en la época colonial, separaba la ciudad de los blancos de la ciudad de los indígenas.

“En la calle nos gritaban insultos. Luego subimos una foto con un manifiesto en las redes sociales y se volvió viral, hubo muchísimos ataques homofóbicos en términos de odio, hasta en términos de amenazas de muerte”, cuenta Edgar.

“Estos ataques llegaban desde los homófobos, claro, pero también desde la misma comunidad LGBT, que no entendía nuestra acción y nos acusaba de provocar la homofobia de la ciudad. También había, por supuesto, el movimiento indianista afirmando que no hay cuerpos que se enuncian como disidencias sexuales. Para nosotras fue importante este acto porque justamente evidenció todo este odio que el movimiento institucional pretende no ver”, añade.

En 2020, el Movimiento Maricas puso fin a diez años de producción radiofónica, un acervo de más de 250 programas y reportajes. Desde el año pasado, haciendo una síntesis de las dos estrategias de lucha, sus miembros decidieron trasladar la producción audiovisual directamente al espacio público con la serie de entrevistas semanales emitidas en Youtube, como la de hoy, ocupando un lugar simbólico del poder católico en la ciudad.

“Hemos llegado hasta aquí solo con nuestras fuerzas, sin vendernos a los sponsor y sin financiación del exterior. Somos tan pobres como cuando empezamos”, concluye Edgar. “No nos interesa convertirnos en una ONG exitosa para apoyar el progreso capitalista. Continuar pensando desde otro lugar, siempre afuera y siempre abajo, nos permitirá seguir siendo un movimiento [que da la imagen] del fracaso para el orden establecido”.

This article has been translated from French by Patricia de la Cruz