Explotación y trabajo infantil en los campos de algodón de la India

Shankar Bai, completamente encorvada, con un saco de arpillera colgado a la espalda, interrumpe momentáneamente su trabajo para echar una mirada al cielo abrasador.

La tierra de color rojo, y el polvo, bañados por el intenso resplandor naranja del sol, arrojan una luz púrpura sobre los verdes campos de algodón.

Todo está en silencio. Sólo se escucha el ruido sordo y punzante de un generador lejano que bombea agua para regar la tierra.

Shankar se limpia el sudor de la frente y continúa recolectando el algodón blancuzco de las cápsulas abiertas. Hoy va a tener que aguantar por lo menos ocho horas haciendo este duro trabajo deslomador.

Junto a esta madre de 30 años, y recolectando tanto algodón como ella, están sus hijos: Kamlesh Singh, de 12 años, Madhav, de 8, y Dungar Singh, de 6.

Los otros dos, más pequeños, Gojya, de 4 años, y Kavita, de 3, se han quedado jugando en un solar cercano a los campos.

Son reclutas renuentes de un enorme ejército olvidado de niñas y niños trabajadores, que se afanan día tras día, junto a sus madres y padres, familias en la base misma de la pirámide laboral de la India.

Aquí, en la región de Saurashtra de Gujarat, en el distrito de Amreli, situado en la península de Kathiawad, la recolección del algodón, cultivo rey durante ocho meses al año, atrae a decenas de miles de familias de trabajadores migrantes procedentes de los estados vecinos más pobres de Gujarat, como por ejemplo Rayastán y Madhya Pradesh.

Los recolectores trabajan durante ocho meses. La siembra comienza durante la estación del monzón y la recolecta empieza 80 ó 90 días más tarde, en septiembre u octubre.

Se calcula que el 60% de los trabajadores son mujeres adultas, el 20% son hombres adultos y el restante 20% son niños y niñas.

Se han publicado varios informes fidedignos sobre diversos productores de algodón que explotan a los trabajadores que se encuentran en una situación de trabajo forzoso o que trabajan bajo coacción, pertenecientes a la casta inferior de los dalits, los sin tierra y a la comunidad tribal de los adivasis. También se ha hablado mucho de los acosos sexuales y las violaciones que sufren las mujeres trabajadoras.

Las estimaciones sobre el número de niños trabajadores en la India no son nada fiables. Oscilan entre los 20 y los 120 millones de niños. Pero nadie – ni el Gobierno, ni la infinidad de ONG que trabajan con los pobres y los marginados, ni siquiera los sindicatos – conoce la cifra real.

En cualquier caso, lo que es indiscutible y todo el mundo admite es que en la India hay más niños trabajadores que en cualquier otro país del mundo.

Millones de niños y niñas trabajan en diversos puntos del país, en flagrante contravención de la legislación nacional y las legislaciones estatales que prohíben a los menores de 18 años realizar trabajos peligrosos, y a los menores de 14 años realizar trabajos ocasionales o a tiempo parcial.

Un informe publicado recientemente por la Comisión Nacional para la Protección de los Derechos del Niño de la India afirma: “Cientos de miles de niños – en su mayoría niñas – sacrifican su educación y su salud para producir algodón en una industria floreciente”.

 

Los mayores productores de algodón del mundo

Según las cifras suministradas por la Cotton Corporation of India, en la temporada 2014-15, que finalizó el pasado mes de abril, el estado de Gujarat recolectó la mayor cosecha de algodón de la India, produciendo 12,5 millones de fardos de algodón Bt (Bacillus thuringiensis) genéticamente modificado.

La India produce alrededor de 40 millones de fardos de algodón al año, lo que equivale a cerca de 8,7 millones de toneladas métricas – casi el 20% de la cosecha anual mundial.

Y se calcula que el país no tardará en reemplazar a China, convirtiéndose en el mayor productor de algodón del mundo.

En la India, los terrenos y las fincas se miden en “vighas” (pronunciado bigar).

La extensión de una finca de algodón en Gujarat suele oscilar entre 10 y 30 vighas (entre 2 y 7 hectáreas).

Cada vigha produce un promedio de 600 kilos de algodón en bruto por cosecha.

La cosecha se pesa y se vende por “mann”, que equivale a 20 kilos.

Las familias de trabajadores migrantes recolectan un promedio tres o cuatro mann de algodón al día, y reciben 100 rupias (1,5 USD) por mann.

Este año, los productores de Gujarat vendieron su algodón en el mercado a unas 800 rupias por mann (12 USD), es decir que hicieron unos beneficios de aproximadamente 15.000 rupias (235 USD) por vigha de algodón plantado – una vez descontados los salarios de los trabajadores y los gastos de semillas, insumos y fertilizantes.

 

“Trabajo aquí en contra de mi voluntad”

Pero a pesar de los pingües beneficios, los productores se muestran pesimistas.

Prakash Patel, un terrateniente de casta superior, propietario de una finca de 30 vighas situada en las inmediaciones de Vithalpur, en el distrito de Amreli, declara a Equal Times: “El algodón no tiene mucho futuro.

“Hace mucho tiempo, lo normal era que la familia entera trabajara la tierra, pero hoy en día nadie quiere ser granjero.

“Nosotros, los Patels, no tardaremos en perder nuestras tierras, y los trabajadores serán los que tomen el relevo, porque son ellos los que sacan los mayores beneficios del cultivo del algodón. Nosotros, los productores, apenas obtenemos ganancias”, sostiene.

Otro productor de algodón, Ankur Kaswala, de 26 años de edad, afirma: “Cuando les damos el contrato de trabajo, les decimos que no traigan a los niños; que es importante que los niños vayan a la escuela. Pero no nos hacen caso”.

Sin embargo, la insistencia del terrateniente Kaswala al decir que “cuando los trabajadores vienen aquí, nos ocupamos bien de ellos”, no encaja demasiado con la realidad.

Los trabajadores tienen que organizarse su propio alojamiento y comida.

Equal Times visitó a una familia de recolectores de algodón, y pudo constatar que dormían en la propia finca, en un endeble cobertizo de madera situado al lado de un pozo, en una zona infestada de mosquitos. No había ningún tipo de baño, ni siquiera una primitiva caja de compost.

Cocinaban haciendo una hoguera en una zona pelada de tierra, delante del cobertizo, y se alimentaban de gachas de mijo y verdura que cultivaban.

Antes había una escuela de pueblo, pero los hijos de los trabajadores no iban. Había también un pozo de agua dulce, pero como son dalits de casta inferior, no se les permitía beberla. Y la instalación médica más cercana estaba a dos horas de camino de Amreli.

Al no estar organizados, los trabajadores apenas disponen de protección jurídica y no reciben ningún tipo de prestación de la seguridad social.

Están constantemente expuestos a las peligrosas sustancias químicas que se utilizan en los pulverizadores de pesticidas y al riesgo frecuente de enfermedades pulmonares provocadas por el polen y las fibras de algodón microscópicas.

“El maíz que cultivamos en nuestras propias tierras no nos basta para sobrevivir. Por eso venimos aquí”, explica Fumti Behru, una trabajadora migrante de 45 años de edad.

“Ganamos entre 50.000 y 70.000 rupias por temporada (entre 780 y 1.100 USD), y nos vienen muy bien. Así que seguimos viniendo”, afirma.

“Yo antes no podía permitirme tener una casa en mi pueblo, pero desde que empecé a trabajar aquí he podido construirme mi propia casa”.

En cambio, Kamlesh Singh, un niño trabajador de 12 años, muy maduro para su edad, tiene una perspectiva mucho más dura de su situación.

“No me gusta en absoluto este trabajo”, afirma el joven recolector de algodón. “Si le digo la verdad, estoy trabajando aquí en contra de mi voluntad. Pero supongo que no tenemos más remedio que hacerlo. La situación es así.

“Les pregunté a mis padres si podía ir a la escuela, pero me dijeron que en casa no hay nada. Así que no me dejan. Dicen que tengo que trabajar. Así que aquí estoy.

“Tengo que hacer este trabajo para que mi familia pueda sobrevivir”.

 

Este artículo ha sido traducido del inglés.