¿Ha gestionado mal Irán su intervención en la crisis del agua?

¿Ha gestionado mal Irán su intervención en la crisis del agua?

The 415-year-old Si-o-seh Pol (The Bridge of 33 Arches) in Isfahan, Iran now stands over the dead Zaiandehroud River due to desertification.

(Mehrnoush Cheragh Abadi)

La provincia de Juzestán, en el sureste de Irán, es famosa por sus enormes reservas de petróleo y gas, las cuales desempeñan un papel vital en la industria petrolera del país. Esta provincia rica en petróleo es corrientemente conocida como la región donde se genera el dinero que todo el país necesita. En los últimos años, Ahvaz, la capital de Juzestán, se ha ganado un nuevo título por ser una de las ciudades más contaminadas del mundo. De hecho, Ahvaz registra los niveles de contaminación por partículas más elevados de Irán.

El 7 de febrero, una fuerte tormenta de arena azotó Ahvaz, como consecuencia de la cual se tuvieron que cerrar escuelas y administraciones públicas. La tormenta, que duró una semana, provocó cortes de electricidad en la provincia y redujo temporalmente la producción petrolera media de Irán de 3,8 millones de barriles por día a 3,1 millones.

Las autoridades iraníes han echado las culpas a los países vecinos, señalando que Irak y Arabia Saudita provocaron la tormenta de arena al no haber conseguido resolver el problema de desertificación que tienen en sus respectivos territorios.

En una entrevista con los medios de comunicación nacionales, el vicepresidente y ministro de Medioambiente de Irán, Masoumeh Ebtekar, restó importancia al papel de Irán en la actual crisis medioambiental de Juzestán, alegando que “los problemas medioambientales de Irak y Arabia Saudita son responsables del 65% de las tormentas de arena que se producen en Irán”.

No obstante, los expertos medioambientales y los gestores de recursos hídricos tienen otros puntos de vista.

“Cuatro décadas de implementación de planes de transvase de agua y de construcción de presas en Irán han modificado profundamente el panorama del país”, declara a Equal Times Samaneh Pour Achraf, ingeniera de riego que ha trabajado en varios proyectos en el ámbito de la gestión del agua en Irán.

“Lagunas y ríos se han secado debido a la política de presas de Irán”, añade. “Varios humedales del país se han convertido en terrenos baldíos.

El terreno baldío de Hoor Al-Azim había sido en otra época uno de los principales recursos hídricos de Juzestán, pero ahora está completamente seco y se ha convertido en fuente de arena para las tormentas de arena que azotan la provincia”.

La crisis del agua no es algo nuevo para las autoridades iraníes. En diciembre de 2016, el ministro de Energía Hamid Chitchian declaró que los recursos hídricos del país habían alcanzado unos niveles críticos. Según un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, de aquí a 2025 el nivel de los recursos hídricos per capita de Irán habrá disminuido a cerca de una tercera parte del nivel que registraban en 1990.

En respuesta a esta situación, el Gobierno se ha centrado principalmente en una serie de planes para mantener el agua fluyendo por las tuberías de la capital, Teherán, y de grandes ciudades como Isfahán, Shiraz, Mashhad y Tabriz. Sin embargo, la escasez y el racionamiento de agua son problemas habituales en las ciudades más pequeñas del centro de Irán y en la costa iraní del golfo Pérsico y el golfo de Omán.

Presas en tierras áridas

Hamoun, Uroumieh, Bakhtegan, Parishan y Tashk son lagos y lagunas iraníes que se han reducido entre un 80% y un 100% a lo largo de la pasada década. En la histórica ciudad de Isfahán, el río Zayandeh, que significa el río que da vida, también se ha secado. Anteriormente, el Zayandeh había sido el principal río de la meseta central iraní.

La sequía y el cambio climático no son las únicas razones de la catástrofe medioambiental que se está produciendo en este árido país. La mala gestión de los recursos hídricos también ha provocado daños irreversibles para Irán, un país con aproximadamente 250 mm de lluvia al año –es decir, menos de la tercera parte de la media global–.

En un estudio de la universidad malaya University of Malaya llevado a cabo por investigadores iraníes, se señala que “para la mayoría de las presas que se han construido en Irán, no se tienen completamente en consideración las repercusiones medioambientales”.

Según este estudio, la construcción de la Presa de Sivand, construida en 2007 en la provincia de Fars, ha sido un desastre y “ha destrozado miles de hectáreas de pastizales en Irán central. Como resultado directo de la presa, Bakhtegan, el segundo mayor lago de Irán, se ha secado y se ha convertido en un cementerio de flamencos migratorios.

Y Sivand no es la única presa de Irán que ha repercutido negativamente en el medio ambiente. Irán ocupa la tercera posición internacional de países constructores de presas, después de China y Turquía.

Durante las últimas cuatro décadas, los funcionarios iraníes –independientemente de sus inclinaciones políticas– han aplaudido la construcción de presas como un signo de desarrollo rápido, de éxito de una gestión revolucionaria y de una economía independiente.

Esta retórica política ha sido la principal inspiración para la construcción de más de 600 presas grandes, medianas y pequeñas en Irán desde la revolución de 1979. Sin embargo, esta política no solo no ha solucionado la crisis del agua del país sino que además ha acelerado el proceso de desertificación.

“Las autoridades de Irán nunca hablan de la inmersión de tierras situadas río arriba de las presas; ni de las perturbaciones de la vida animal, que provocan graves daños geológicos; ni del hundimiento de emplazamientos históricos en la parte posterior de determinadas presas”, explica Pour Achraf.

“Varios estudios llevados a cabo recientemente en Irán, también han demostrado que la construcción de presas influye directamente en la inundación de bosques río arriba y en la reducción de los bosques maderables río abajo, lo que en última instancia provoca la desertificación de los terrenos”.

A lo largo de las dos últimas décadas, la desertificación ha afectado gravemente a la provincia de Kermán, situada también al sureste de Irán. Los agricultores se han visto obligados a abandonar más de 8.330 pueblos de la provincia debido a la desertificación, a las sequías y a la mala gestión del agua. Muchos de ellos están ahora teniendo muchas dificultades para ganarse la vida en las ciudades cercanas.

Hojat Abad es un pueblo de la región de Takab, en la provincia de Kermán, a aproximadamente 1.100 kilómetros de Teherán. Hace dos décadas, los campesinos del lugar podían cultivar arroz, sandías y pepinos en sus tierras. Hoy en día, las únicas plantas que quedan en el pueblo son unas palmeras medio muertas.

“Ahora solo se ven tierras polvorientas en el pueblo, pero en otra época estaba todo verde”, dice Vakili, de 47 años, uno de los pocos residentes que quedan en Hojat Abad. “Cuando nuestro qanat [sistema tradicional de abastecimiento de agua en Irán] se secó, todas las tierras se cubrieron de arena y la gente empezó a abandonar sus casas solariegas”.

La fantasía de desviar el agua

Los ambiciosos proyectos de transvase de agua también han agravado la crisis del agua en Irán. Dos importantes proyectos de Irán tienen por objetivo transvasar agua desalinizada desde el mar Caspio hasta la provincia central de Semnán, y desplazar el agua desde el río Omán, al sur del país, hasta la meseta central de Irán.

“El transvase de agua a largas distancias no podrá ser una solución sostenible para la crisis del agua mientras no se aborden y se solucionen las principales causas de la crisis”, insiste Hamid Norouzi, profesor iraní del neoyorquino New York City College of Technology. “Cualquier alteración del medio ambiente conlleva siempre repercusiones negativas. Los planes de transvase de agua entre cuencas implican una importante manipulación del medio ambiente, y este tipo de proyectos acabarán por manifestar tarde o temprano sus repercusiones negativas”.

Según Norouzi, los efectos a largo plazo de los proyectos de transvase de agua pueden ser muy diversos, desde daños al ecosistema de las regiones donantes hasta el desplazamiento de comunidades.

A pesar de las objeciones de los expertos en gestión del agua y de los activistas medioambientales, el presidente de Irán, Hassan Rouhani, dedicó un presupuesto de 400 millones USD para poner en marcha el Proyecto del mar Caspio en marzo de 2016. Rouhani presentó el proyecto bajo la presión de la organización económica, política, militar y de seguridad más poderosa de Irán, los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica, que posteriormente se convirtió en el principal contratista del proyecto.

Desde la década de 1960, se han implementado en Irán una serie de planes de transvase para desviar el agua desde la cordillera de Zagros, al oeste de Irán, hacia la árida región central de Irán, como resultado de los cuales el río Zayandeh ha desaparecido de Isfahán y el río Karún ha perdido la mitad de su caudal en Juzestán.

A pesar de todo, las autoridades insisten en recurrir a técnicas de gestión del agua que resultan anticuadas e inadecuadas para controlar la crisis del agua de Irán.

Norouzi opina que lo que hace falta es un plan integral que tenga en cuenta todos los aspectos de la crisis del agua. “Irán necesita un plan que haga que las presas operativas funcionen mejor; un plan que encuentre la manera de reutilizar el agua, que tenga en cuenta la urbanización y el crecimiento de la población de Irán y que examine incluso aspectos como los cambios de cultivos en el sector agrícola”, explica Norouzi.

“Construir una presa o implementar un plan de transvase de agua sin tener en cuenta todos los aspectos medioambientales de este tipo de proyectos no solucionará el problema”.