Desde hace unos diez años, Honduras atraviesa una grave crisis social: corrupción, violencia de las pandillas o maras, un sistema de salud precario, falta de oportunidades laborales y educativas (apenas el 40% de los adolescentes están inscritos en la escuela secundaria, según la UNICEF, y las clases de primaria se imparten únicamente por la mañana). En tales circunstancias, resulta difícil para la juventud hondureña escapara a esa realidad y entrever un futuro más prometedor.
Sin embargo, en las calles de los barrios más pobres de Tegucigalpa, la capital, algunos jóvenes han encontrado una escapatoria, el antídoto a la violencia urbana: los bailes de salón. Vals, foxtrot, tango, chachachá, y muchos otros vienen a sustituir al habitual reguetón de las barriadas populares. Se trata de una iniciativa de Mathilde Thiebault, de 41 años, fundadora de la ONG París-Tegu y del centro CCAA, quien lanzó este proyecto para la creación de una escuela de danza.
Esta mujer, de origen hondureño y adoptada nada más nacer por una familia francesa, fue condecorada con la medalla de Caballero de la Orden Nacional del Mérito de Francia en agosto de 2018. En 2005, regresó a su país natal, en busca de sus raíces. Impresionada por la falta de oportunidades y de esperanzas para la juventud, decidió comprometerse con los barrios desfavorecidos de Tegucigalpa creando el Centro Cultural Arte & Amistad (CCAA), un lugar único de formación, cultura y convivencia, que actualmente acoge a más de 250 adolescentes cada año.
Abierto todos los días de la semana, ofrece a jóvenes de entre 13 y 22 años, provenientes de barrios desfavorecidos de Tegucigalpa, un marco seguro y protegido, proponiéndoles toda una serie de actividades culturales y de formación totalmente gratuitas: música, teatro, cursos de cocina, sin olvidar el baile de salón, un proyecto pionero en Honduras.
Asistidos por Mathilde Thiebault y su equipo –integrado mayoritariamente por antiguos alumnos convertidos en mentores–, los adolescentes del centro tienen que participar para garantizar su buen funcionamiento (logística, limpieza, recepción, recogida del material, etc.). “Todos tienen un papel y cada cual participa de alguna manera”, explica Mathilde. “¡Es un proyecto para formar futuros ciudadanos!”.
La danza se utiliza por tanto como herramienta educativa, de integración social y desarrollo personal. Educar y permitir a los jóvenes desarrollarse plenamente, implica “deconstruir” los pensamientos negativos, incluso autodestructivos, inculcados en ocasiones por su propio entorno o el ambiente hostil en el que viven. Por eso se organizan espectáculos todos los trimestres. Cada representación supone una ocasión para reunir a padres, amigos, vecinos o antiguos alumnos. Durante esos eventos culturales, que representan varios meses de trabajo colectivo, se crea una auténtica comunidad, donde la cohesión social pone coto a la violencia. El simple ejemplo seduce a otros jóvenes para que también se inscriban. La formación artística, con un enfoque integral, aporta a la juventud nuevos hábitos y un cambio de mentalidad. Aquí los motores son la amistad, el apoyo mutuo y el esfuerzo común.
Es más, los resultados son visibles incluso en la vida cotidiana de estos jóvenes. Muchos padres constatan una influencia positiva respecto al comportamiento de sus hijos: redescubren valores fundamentales como el respeto, la construcción de una imagen positiva de sí mismos y de relaciones entre hombres y mujeres basadas en la igualdad de género.