La calidad de los puestos de trabajo

 

No resulta sorprendente que un creciente número de trabajadores y trabajadoras de todo el mundo estén perdiendo la confianza en los líderes políticos.

Después de todo, el debate económico no suele tener nada que ver con la vida real de los trabajadores/as, ya sea porque acusa a los trabajadores/as de los recortes presupuestarios nacionales cuando en realidad la culpa la tienen los banqueros o porque los directivos imponen los despidos en masa para ocultar las escandalosas remuneraciones a los ejecutivos que se esconden tras las principales reducciones de ingresos.

 

[caption id="attachment_2790" align="alignnone" width="530"] Solicitantes para empleos esperan la apertura de una feria de trabajo en National Career Fairs en Fort Lauderdale (AP Photo/Lynne Sladky) 

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El debate en Estados Unidos constituye un buen ejemplo.

Hace tan solo unos días, el Gobierno estadounidense anunció que la tasa de desempleo había disminuido del 8,1% al 7,8%.

Inmediatamente, este dato se convirtió en un elemento esencial de la retórica política que predomina en la campaña presidencial.

Barack Obama pregonó la reducción como una señal de que las cosas estaban mejorando y los votantes debían mantener el rumbo: “Las noticias de hoy deberían levantarnos el ánimo… Hemos realizado demasiados progresos como para volver a las políticas que nos llevaron a la crisis en primer lugar”.

Como era de esperar, su rival, Mitt Romney, no coincidió con él y afirmó que la mayor parte de esta reducción había sido provocada porque la gente se había rendido: “Si uno deja de participar en la fuerza laboral, si se rinde y dice ‘No puedo volver a trabajar, así que me quedo en casa’, si se da por vencido, ya no forma parte de las estadísticas de empleo y, por tanto, parece que el desempleo está mejorando”.

 El problema es que ninguna de las dos partes habla demasiado sobre la calidad de los puestos de trabajo.

No se trata de un fenómeno nuevo, sino de un diálogo bastante predecible que infecta el debate todos los meses y mantiene la atención principalmente en las cifras brutas.

Sin embargo, la verdad es que uno de cada cinco estadounidenses no tiene un trabajo con un sueldo decente. En otras palabras, el 20% de la población.

Como ejemplo destacan los millones de personas empleadas a tiempo completo con el salario mínimo, que en EE.UU. es de 7,25 US$ por hora. El salario mínimo es un salario de pobreza.

Si alguien trabaja todas las semanas y todos los días del año por la magnífica cantidad de 7,25 US$ por hora, ganaría 14.645 US$ al año, probablemente sin derecho a asistencia médica, jubilación, vacaciones pagadas ni días de baja por enfermedad.

Si se compara, el nivel federal de pobreza para una familia de tres miembros asciende a 17.600 US$, una cifra anticuada, pues no tiene en cuenta el coste real de la vida.

Sin embargo, incluso esta cifra es superior a lo que una persona ganaría con el actual sueldo mínimo.

Por no hablar de los 10 millones de trabajadores (el 70% de los cuales son mujeres) que son camareros en restaurantes estadounidenses con un sueldo mínimo de solo 2,13 US$ por hora, en teoría porque las propinas cubren la diferencia entre 2,13 y 7,25 US$ por hora.

Sin embargo, la diferencia nunca se cubre y millones de trabajadores/as se van a casa con un salario que está por debajo de la normativa federal.

 Si el debate político fuera serio, alguien abogaría por aumentar de inmediato el salario mínimo a 10 US$ por hora, seguido de otros aumentos del salario mínimo para que empiece a reflejar tanto el coste real de la vida como la increíble productividad de los trabajadores y trabajadoras estadounidenses que no se ha reflejado en sus salarios en los últimos 30 años.

Si el salario mínimo en EE.UU. tuviera en cuenta el aumento de la productividad en los últimos 30 años, sería de casi 20 US$ por hora.

Se trata de un asunto político. En Australia, por ejemplo, el salario mínimo nacional se aumentó el 1 de julio a unos 16 US$ por hora.

Los camareros ganan eso y, muchas veces, hasta 20 US$ por hora. Y no hay que olvidar que también están cubiertos por el plan nacional de asistencia médica.

Esa es la diferencia: la explotación al estilo estadounidense contra los salarios justos al estilo australiano.

La situación no solo tiene que ver con los salarios, sino también con la jubilación.

Después de todo, los ciudadanos, en especial los que tienen más de cuarenta años, determinan la calidad de su trabajo actual en términos de qué prestaciones les ofrece para su jubilación.

Desde 1978, el número de planes de prestación definida (es decir, pensiones reales en las que se puede contar con una cantidad fija de dinero al mes) ha caído en picado desde 128.041 planes que cubrían a aproximadamente el 41% de los trabajadores/as del sector privado hasta solo 26.000 en el 2009, según datos del Employee Benefit Research Institute; desde entonces, las cifras no han hecho más que caer.

Actualmente, solo el 21% de los trabajadores/as del sector privado disponen de pensiones de prestación definida.

Así, la sensación de inseguridad campa a sus anchas, en especial tras la Crisis Financiera Mundial que ha acabado con los ahorros de decenas de millones de trabajadores y trabajadoras de todo el mundo.

Por tanto, no resulta sorprendente que casi 40 millones de estadounidenses vivan por debajo del umbral de la pobreza.

 El nivel de pobreza en EE.UU. se encuentra actualmente en su punto más alto desde que el Gobierno empezó a analizarlo hace 50 años.

Para los que viven en la pobreza y ganan el salario mínimo, los ciclos económicos de expansión y recesión son bastante irrelevantes, pues sus vidas no dejan de empeorar independientemente de dichos ciclos.

También es cierto que el actual desastre económico a raíz de la Crisis Financiera Mundial ha empeorado mucho más la situación y que es mejor que haya disminuido la tasa de desempleo en EE.UU.

Sin embargo, el descontento entre los votantes y el aumento de los ciudadanos que se declaran “independientes”, deja claro que los políticos no están escuchando y que la gente intuye que están usando las cifras sobre el empleo para sus propios y limitados fines políticos.

De hecho, se trata de un fenómeno a escala mundial. La calidad de los puestos de trabajo se está ignorando en todas partes, lo cual provoca acciones sindicales en todo el planeta, como destaca incluso el Financial Times:

En Camboya, Phnom Penh aumentó recientemente el salario mínimo en un 21% – de 50 a 61 US$ al mes, por debajo de lo que exigían los sindicatos más activistas de los 273 que existen en el país, aunque finalmente no se materializó la huelga de tres días en todos los sectores que habían planeado.

 El año pasado, en Vietnam se registraron 200 huelgas de trabajadores y trabajadoras afectados por la inflación del 9%.

En abril, por ejemplo, casi 10.000 trabajadores/as abandonaron en protesta una fábrica de calzado de propiedad taiwanesa, exigiendo mejores salarios.

 En Indonesia – donde poderosos sindicatos con millones de afiliados desempeñan un papel crucial en las negociaciones con los empleadores – han ido aumentando los salarios mínimos, fijados por las autoridades regionales.

 En el 2008, Yakarta aumentó el salario mínimo local en un 10%, hasta casi 100 US$ al mes, aunque los salarios en las regiones más remotas del país ascienden a la mitad de dicha cantidad.

Todo esto se puede resumir en una inteligente cita del líder estadounidense de los derechos civiles Jesse Jackson, quien afirmó hace años que “Incluso los esclavos tenían trabajos”.