La década perdida de los salarios

 

Por qué debemos debatir si los sindicatos constituyen el camino más claro hacia la prosperidad para los trabajadores/as?

Porque vivimos en un mundo en que la retórica del “mercado libre” ha envenenado de tal modo el debate lógico y basado en hechos que las políticas económicas constituyen hoy en día un abismo orwelliano que arrastra incluso a numerosos líderes políticos con buenas intenciones.

El lugar donde esto se hace más evidente son los Estados Unidos de América, donde el antisindicalismo se ha refinado tanto que constituye un arte y ha creado el nivel de pobreza más alto en generaciones.

Podemos comenzar con algunos datos lúcidos y precisos del Economic Policy Institute. Este instituto investigó la “década perdida” de los salarios (la última década), relacionándola con la tendencia a más largo plazo de los últimos cuarenta años. Descubrió que ha sido un desastre para la gente de a pie. Los salarios mínimos de los trabajadores y trabajadoras aumentaron solo un 10,7% entre 1973 y el 2011.

Uno puede entender lo que ha ocurrido si lee estos cinco puntos del EPI:

  • La prima sindical (el salario con un plus porcentual que perciben los que están cubiertos por un contrato sujeto a un convenio colectivo) asciende a un total del 13,6% (17,3% para hombres y 9,1% para mujeres).
  • Los trabajadores y trabajadoras sindicalizados tienen un 28,2% más de probabilidades de tener cobertura a través de un seguro médico proporcionado por su empleador y un 53,9% más de probabilidades de recibir una pensión privada financiada por su empleador.
  • De 1973 al 2011, el porcentaje de la mano de obra representada por los sindicatos disminuyó del 26,7% al 13,1%.
  • El declive de los sindicatos ha afectado a los hombres de salario medio más que a cualquier otro grupo y explica alrededor de tres tercios de la creciente diferencia salarial entre trabajadores manuales y no manuales y más de un quinto de la diferencia salarial entre trabajadores de educación primaria y de educación universitaria entre 1978 y el 2011.
  • Un análisis más amplio que incluye el impacto directo y el impacto en las normativas que ejercen los sindicatos demuestra que la desindicalización puede explicar alrededor de un tercio del crecimiento total de la desigualdad salarial entre los hombres y alrededor de un quinto del crecimiento entre las mujeres entre 1973 y el 2007.

Es decir, la falta de sindicatos significa falta de aumentos salariales que reflejen lo duro que han trabajado los empleados.

La desindicalización no es algo que ocurra de la noche a la mañana de forma natural. Eso lo ha dejado claro el Center for Economic and Policy Research (Centro para la Investigación Económica y Política) casi al mismo tiempo que el informe del EPI.

Este centro quiso demostrar algo obvio: la causa del declive de los sindicatos es una campaña concertada y despiadada llevada a cabo durante los últimos 40 años por empleadores con sede en EEUU y no, como mucha gente suele argumentar, el resultado de la globalización, los cambios tecnológicos ni tampoco de un cambio a gran escala en el apoyo público a los sindicatos.

Además, el CEPR tiene un modo excelente de demostrar su teoría: comparando lo que ha ocurrido en EEUU con la experiencia al norte de la frontera, en Canadá.

¿Cuáles son las diferencias en el proceso sufrido por los trabajadores/as sindicalizados de Canadá y los de EEUU?

“Durante la primera mitad del siglo XX, las tasas de sindicalización en EEUU y Canadá eran muy parecidas. Sin embargo, a partir de 1960 aproximadamente, cuando ambas tasas se situaban alrededor del 30%, empezaron a tomar rumbos distintos. La tasa canadiense se ha mantenido bastante estable desde entonces, pero la estadounidense ha caído en picado. En el 2011, la tasa estadounidense se situaba en solo el 11,8%, mientras que en Canadá ascendía al 29,7%”.

¿Por qué? Para resumir, la legislación sobre relaciones laborales en Canadá, así como su cultura, tuvieron como resultado políticas laborales muy diferentes:

“Canadá cuenta con dos políticas laborales de uso generalizado que pueden ayudar a explicar las diferencias entre las tasas de sindicalización de ambos países y cómo llegaron a tomar rumbos diferentes. En primer lugar, varias jurisdicciones en Canadá disponen de lo que llaman “autorización por comprobación de tarjeta” (card-check authorization) como el proceso para formar sindicatos, por medio de la cual una mayoría de empleados en un lugar de trabajo firman tarjetas sindicales de autorización y luego las envían a la junta laboral para que las verifiquen y certifiquen su sindicato. En cambio, en Estados Unidos presentar tarjetas firmadas a la junta laboral normalmente solo constituye el primer paso del proceso. A menos que un empleador decida voluntariamente reconocer a un sindicato, hay que programar y celebrar unas elecciones. Durante el periodo entre la petición y las elecciones, que suele prolongarse debido a la oposición del empleador y puede durar meses, los empleadores suelen organizar campañas antisindicales, a menudo acompañadas de procedimientos ilícitos de coacción, intimidación o despidos, en un intento por desalentar a sus empleados de que voten a favor de la sindicalización”.

Por tanto:

Comparados con los canadienses, muchos trabajadores y trabajadoras en EEUU no pueden ejercer su derecho a formar y afiliarse libremente a sindicatos ni a participar en convenios colectivos, en gran parte debido a la oposición de los empleadores; la actual legislación laboral no aborda adecuadamente este asunto.

No resulta sorprendente.

Así, terminamos con algo predecible: en EEUU, 46 millones de personas viven en la pobreza, la cifra más alta registrada durante los 52 años que la Oficina del Censo de EEUU lleva siguiendo esta constante; uno de cada cinco ciudadanos estadounidenses no tiene un empleo a tiempo completo con un buen sueldo ni la esperanza razonable de que, a finales de mes, acabe en números rojos y no en bancarrota, sin hogar o con una deuda tan enorme que no tenga escapatoria.

A nivel mundial, según la OIT, “alrededor de 5,1 mil millones de personas (el 75% de la población mundial) no están cubiertas por una seguridad social adecuada (OIT) y 1,4 mil millones de personas viven con menos de 1,25 US$ al día (Banco Mundial). El 38% de la población mundial (2,6 mil millones de personas) no tiene acceso a unas condiciones sanitarias adecuadas y 884 millones de personas carecen del acceso a fuentes adecuadas de agua potable (ONU-HABITAT); 925 millones sufren de carencia alimentaria crónica (FAO); casi 9 millones de niños menores de cinco años mueren anualmente de enfermedades prevenibles (UNICEF /OMS); 150 millones de personas sufren catástrofes financieras cada año y 100 millones quedan por debajo de la línea de pobreza cuando se ven obligadas a pagar por la asistencia médica (OMS)”.

Las raíces de toda esa grave depresión económica (anterior a la actual Crisis Financiera Mundial) se remontan al declive del poder sindical en todo el mundo.