La energía solar mejora la vida de millones de refugiados

La energía solar mejora la vida de millones de refugiados

Houses with solar panels in the Rahmet settlement, which provide some 800 internally displaced Syrian refugees with a place to live.

(IHH)
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La energía solar ha salvado la vida de los hijos de Rabab en más de una ocasión. Mahmoud, de 15 años, y Kamal, de 11, son asmáticos y necesitan usar su nebulizador a diario para no sufrir episodios de asfixia que podrían llevarlos a la muerte. Y su nebulizador funciona con electricidad.

“[Tener acceso a la electricidad] significa mucho para nosotros”, explica Rabab Gharib Khabas, de 41 años y cubierta por su nicab, desde su pequeña casa prefabricada de ladrillos de cemento, una de las cien del asentamiento de la aldea de Rahmet, que acoge a 800 refugiados sirios.

Rabab, que aquí es conocida como la viuda del mártir Abdo Mahmoud Al-Dairi, del barrio de Al-Bayada en Homs, huyó de su ciudad con sus hijos a causa “de las palizas” que sufrió a manos de militares del régimen de Bashar al-Assad y de los bombardeos. “Vinimos a refugiarnos a las zonas liberadas [de la oposición], alabado sea dios, y cuando llegamos aquí a las casas, nos proporcionaron energía solar para la iluminación, y para hacer funcionar la nevera y la lavadora”, explica la viuda.

La energía que acumulan los paneles de su azotea también le permite ahorrar dinero a esta madre sin ingresos, ya que las bombonas de gas que tendrían que usar para calentarse en invierno cuestan unas 400 liras turcas (12 euros), “que nosotras, las viudas, no podemos permitirnos cada mes”.

La mayoría de los desplazados internos de esta guerra civil cronificada, casi un millón de personas, se acumulan en Idlib, la provincia –en el noroeste del país– fronteriza con Turquía. A vista de pájaro sobre Rahmet se divisa el centenar de casitas, pintadas de amarillo y teja, perfectamente alineadas en medio de suaves colinas de olivos. En la azotea de cada una de ellas se divisa un depósito de agua y varias placas solares. Este asentamiento piloto cuenta con un centro de salud, una escuela, un parque infantil y una mezquita.

Impacto en múltiples frentes: salud, alimentación, educación

Unas casitas más allá, Abu Yusuf, sentado en la posición del loto sobre un camastro y ataviado con un thobe crudo hasta los tobillos, explica cómo llegó a esta aldea desde Kafruma, al sur de la provincia, hace cuatro años huyendo de los bombardeos rusos que apoyan al régimen de Assad.

“Al cabo de un año pude asegurarme dos paneles solares, una batería y un inversor [equipo que recibe y transforma la energía generada por los paneles]. Ahora tengo electricidad semipermanente, aunque sea iluminación de 12 voltios. Podemos conectar la lavadora y la nevera, y el ventilador que es tan necesario en verano. Tenemos hijos en edad escolar, y teníamos que usar velas o luces de queroseno para que pudieran estudiar por la noche”, explica este padre de siete hijos, con edades comprendidas entre los 12 años, Youssef, y apenas un año, Gufran.

Umm Abdo, otra refugiada, recuerda cuando no podían permitirse ni conectar una nevera. “Si nos sobraba algo de comida, la tirábamos porque no duraba hasta el día siguiente, y yo tenía que lavar la ropa a mano, era muy duro. Pero ahora tenemos nevera y una lavadora, nuestra vida ha mejorado. Ojalá pudiéramos ampliar este proyecto y comprar más paneles solares y una batería más grande para poder cocinar con electricidad, porque estamos sufriendo mucho por la crisis del gas y su elevado precio, y además provoca muchos incendios”, alerta esta madre.

La mayoría de estos refugiados coincide no obstante en que el número de paneles no cubre sus necesidades, algo que se siente más en invierno, cuando los que tienen no son suficientes para calentarse, pero se compadecen de quienes todavía tienen que calentarse en tiendas de campaña mediante calentadores alimentados por paja, con un alto riesgo de incendio y deterioro del entorno.

Algunos de los refugiados de Rahmet todavía tienen que calentarse prendiendo hogueras, asegura otro refugiado, Rakan Al-Hussein, porque son tan pobres que no pueden comprar ni un panel solar.

El precio de cada uno oscila entre los 50 y 500 euros, dependiendo de la calidad. Los refugiados solo pueden permitirse los de segunda mano, explica a Equal Times Selim Tosun, de la ONG islámica turca IHH (siglas en turco de Fundación de Derechos Humanos, Libertades y Ayuda Humanitaria), que gestiona esta aldea de refugiados. “Cada familia compra según sus necesidades y presupuesto. En cada vivienda hay una media de dos o tres hombres, que trabajan en diversos oficios, incluidas labores agrícolas”, explica Tosun.

IHH cuenta con casi 40 proyectos de refugios dentro de Siria –más de la mitad en Idlib pero también en A’zaz– que acogen a cerca de 105.000 desplazados internos, la mayoría de ellos viviendo en tiendas de campaña –donde no se pueden instalar paneles solares–, y en contenedores. Rahmet es uno de los seis proyectos de casitas de cemento en Idlib, el segundo en cantidad tras Yeni Hayat Residences; la ONG ya lleva construidas 452 unidades.

En una suerte de terapia botánica, Tosun explica que cada casita de Rahmet, de 75 metros cuadrados, tiene además su propio jardín, “para que los propietarios cultiven y los arreglen como les guste, y puedan reconectar con su tierra después de tantos años de traumas por la guerra”. La ecología también sana las heridas.

La energía solar se usa en viviendas, pozos de agua, escuelas y mezquitas en todos los asentamientos de esta ONG en Siria. Además de respetar el medio ambiente, la energía solar reduce los costes energéticos para esta población vulnerable.

Potencial en los campos de refugiados

La solar es la energía preferida en los campos de refugiados que en todo el mundo están apostando por energías limpias, ya sea por iniciativa de agencias de la ONU, grupos humanitarios o gobiernos. Y los fabricantes y distribuidores se han lanzado con entusiasmo a satisfacer esta necesidad en un sector boyante, valorado globalmente en 167.830 millones de dólares en 2022 que alcanzará los 373.840 millones en 2029.

Según datos de la ONU de 2023, hay 110 millones de desplazados forzosos en el mundo que huyen de conflictos, hambre y violencia. De este total, 36,4 millones son refugiados, y una quinta parte de estos refugiados, o 6,6 millones, residen en 500 campos de acogida en todo el mundo. La mayoría de estos refugiados en campos, un 85%, son acogidos por países pobres, que son reticentes a invertir en suministros y servicios a largo plazo, aunque la media de vida de un campo es de 17 años.

En términos de impacto medioambiental, los campos generan anualmente unos 8,1 millones de toneladas de residuos, la mayoría plásticos que podrían reciclarse. Además, la inmensa mayoría de estos refugiados, o un 90%, se abastecen de electricidad mediante generadores diésel, si hay combustible disponible, o dependen de la biomasa tradicional para cocinar, es decir, bosques cercanos, de los que cada año se talan 64.700 hectáreas. La necesidad de acceso a energías limpias es acuciante.

Los mayores campos de refugiados del mundo se ubican en Sudán (Um Rabuka), Jordania (Zaatari), noreste de Kenia (Dadaab), Bangladés (Kutupalong) y noroeste de Kenia (Kakuma). Desde este último, el congolés Vasco Hamisi explica a Equal Times cómo hizo de la necesidad virtud:

“Mi negocio de paneles solares ha mejorado la vida de otros refugiados, les proporcionamos electricidad barata, así evitamos que usen queroseno y pilas de un solo uso, reducen riesgos para la salud y les ayuda a montar pequeños negocios después de que se ponga el sol para impulsar su economía”, señala.

Hamisi, de 35 años, llegó a Kenia en el año 2010, y allí pasó dos meses en un centro de acogida. “Es muy duro ser un refugiado; al centro de acogida llegaban cada día 300 refugiados, era muy difícil adaptarse”. Pero su experiencia previa en Tanzania desarrollando proyectos humanitarios facilitaron que floreciera su iniciativa empresarial, Okapi Green Energy, que con 64 paneles con capacidad de 20 kilovatios crean una red a la que se pueden conectar el resto de refugiados por un módico precio: 0,38 dólares por unidad para hogares y 0,51 para empresas. Hamisi suministra electricidad para 200 refugiados y los negocios de estos en Kakuma.

El del congolés es uno de los proyectos que ACNUR visibiliza como ejemplo de su ambicioso proyecto Clean Energy Project (CEC), lanzado en 2020 con el objetivo de incrementar el uso de energías limpias y asequibles hasta 2030 que sustituyan al petróleo, el carbón o la leña en estos asentamientos, combinando los esfuerzos de particulares, gobiernos, empresas y organizaciones de todo el mundo.

Un proyecto ambicioso, señala a Equal Times la portavoz global de ACNUR Eujin Byun, “que ya ha visto cumplidos varios de sus compromisos, después de atraer a 250 partes interesadas en su primer año”. “En el Foro Mundial de Refugiados de [diciembre de] 2023, hemos lanzado un nuevo compromiso multilateral denominado Asentamiento Humano que también abarca la energía”, añade.

Según los últimos datos –de 2022– computados por la agencia, un subprograma del CEC consiguió que el 46% de todas las bombas de agua y el 44% de todos los centros sanitarios apoyados por ACNUR funcionen ya con energía solar y que un 15% de los refugiados africanos cocinen con energía limpia. Los datos son alentadores.

This article has been translated from Spanish.