La inseguridad alimentaria, en el centro de la campaña electoral de Brasil

La inseguridad alimentaria, en el centro de la campaña electoral de Brasil

Over the past two years, the queues in front of food distribution points across the country have grown longer. Here, in front of the Sé Cathedral, in one of the main squares in central São Paulo, 500 hot meals are distributed on weekdays by the Homeless Workers’ Movement (MTST). 5 September 2022.

(Gustavo Basso)
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“Muchos de los niños que acogemos aquí están desnutridos”, asegura Simone Rego, profesora brasileña que dirige un pequeño centro sociocultural autogestionado en las afueras de São Paulo, la Academia Carolinas. Varias veces a la semana, los niños del barrio vienen después de la escuela para participar en actividades lúdicas, de apoyo escolar, pero sobre todo, para disfrutar de las comidas gratuitas. “Dar acceso a comidas sanas y equilibradas es nuestra acción principal. Estos niños provienen de familias numerosas con 3 o 4 hijos, a veces hasta 10, y en casa no hay suficientes alimentos para todos. Cuando los ves comer con avidez, y luego te preguntan si pueden llevarse algo a casa para sus hermanos, dice mucho sobre lo que las familias están pasando aquí”, agrega.

En los márgenes de la enorme área metropolitana, a más de dos horas en transporte desde el centro, Cidade Tiradentes es uno de los barrios más pobres de la capital económica de Brasil. Casi el 80% de las casas que rodean la Academia Carolinas, ubicada en una antigua cafetería, son casuchas de madera construidas ilegalmente sin acceso al agua corriente. El arroyo contiguo hace las veces de alcantarillado y la electricidad se obtiene a través de conexiones artesanales que a veces provocan incendios. Sin embargo, lo más grave es que prácticamente no funciona ningún servicio público en estas zonas informales y superpobladas. Una realidad semejante a la que viven millones de brasileños en todo el país.

“La pandemia ha trastocado los pocos servicios públicos que existen aquí, la gente ha perdido su empleo. Para acceder a las ayudas de emergencia, hay que saber leer, tener internet, una dirección oficial, algo de lo que carecen muchas personas aquí”, comenta Simone Rego, quien primero llegó con algunos voluntarios para ayudar a las familias privadas de recursos y que no sabían cómo solicitar ayudas sociales por su cuenta. Ante la miseria de esta población, hace año y medio abrió un espacio para los jóvenes, un “refugio”, según ella, contra la violencia de la vida cotidiana.

El “retorno del hambre”, agudizado por la crisis sanitaria y económica

Hoy día, según Rede Penssan, la red brasileña de investigación en soberanía y seguridad alimentaria, casi 33,1 millones de personas se encuentran en una situación de inseguridad alimentaria severa, es decir, no comen lo suficiente todos los días. Esta cifra fue muy citada por los candidatos y los medios de comunicación durante todas las semanas de campaña política para las elecciones generales del próximo 2 de octubre. En diciembre de 2020, esta cifra ascendió a 19,1 millones. Un aumento espectacular. En términos más generales, Rede Penssan calcula que aproximadamente 125 millones de personas sufren de una forma más o menos moderada de inseguridad alimentaria. El “retorno del hambre” en Brasil es, por ende, un marcador que preocupa a los analistas, a los agentes sociales, así como a las familias afectadas.

Fernanda tiene 33 años y 4 hijos, entre ellos un bebé de 3 meses. Vino con su cochecito para tratar de obtener una “marmita”, un plato para llevar distribuido este lunes de septiembre por una asociación en el centro de São Paulo. Vive en un edificio okupado, no muy lejos de la plaza de la Catedral. “No tenemos agua, ni frigorífico, ni cocina, es imposible cocinar donde vivo”, relata.

“También ahorro tiempo gracias a las distribuciones, porque cuido sola a los niños. Ya he pasado días sin comer y no es fácil, porque estoy amamantando”, añade sin un asomo de queja.

En pocos minutos, el Movimiento de Trabajadores sin Techo (MTST) distribuyó 500 “marmitas” en la plaza. El menú consistió en arroz, frijoles negros, salchicha y yuca farofa: los ingredientes de la comida base brasileña, la feijoada. El MTST es un movimiento de base que empezó a luchar hace 20 años por el derecho a la vivienda. Sin embargo, ante la inseguridad alimentaria provocada por la pandemia, principalmente en las afueras de las ciudades donde está activo, ha puesto en marcha recientemente una red de “cocinas solidarias”. Los activistas del movimiento se ofrecen como voluntarios para cocinar para las personas necesitadas, de lunes a viernes.

“Al principio, se distribuían canastas de productos de primera necesidad. Pero rápidamente nos dimos cuenta de que muchas personas no tienen manera de cocinar en casa. Con la inflación, el precio de una bombona de gas se ha triplicado en los últimos meses. Entonces cambiamos nuestro modelo y ahora distribuimos comidas preparadas”, explica Cécilia Gladchi, una de las coordinadoras de este proyecto que ahora cuenta con 32 cocinas solidarias en todo Brasil (incluidas 7 en São Paulo), financiadas con donaciones privadas, al igual que las comidas gratuitas de la Academia Carolinas.

Una cuestión de batalla política

Según la FAO, la agencia alimentaria de la ONU, Brasil habría retrocedido casi 20 años, volviendo a cifras de inseguridad alimentaria comparables a las de la década de los años 1990, pese a que este país había dejado de figurar en el mapa del hambre en 2014, gracias a políticas de asistencia social específicas (por ejemplo, Fome Zero, Bolsa familia, etc.) y un entorno económico favorable. La pandemia de coronavirus, que se ha cobrado más de 600.000 vidas en el país, ha aumentado drásticamente la pobreza, lo que ha venido a sumarse a varios años de una economía que apenas está saliendo de la recesión y donde la inflación alcanza el 10% en un año y el desempleo un pico del 14% en 2021 antes de descender al 9,1%.

Cifras que no son del agrado del presidente saliente, Jair Bolsonaro, quien el pasado 26 de agosto negó por segunda vez el hecho de que sus conciudadanos realmente puedan padecer hambre. Durante su mandato, ya había cuestionado cínicamente el número de muertes por covid-19 o las cifras de deforestación. Sin embargo, ello no le impide intentar limitar el descontento con ayudas sociales de emergencia concedidas en vísperas de las elecciones. En el campo opuesto, el candidato de la izquierda y expresidente Lula da Silva, adopta la postura contraria, recordando a todo aquel que quiera escucharlo su propia experiencia del hambre en su infancia miserable y jugando a fondo la carta de la promesa de un retorno a los prósperos años de sus mandatos y de los de su partido, el PT (2003-2014).

El camino, sin embargo, puede ser largo, ya que son muchos los problemas estructurales que afectan a la economía interna del país.

En noviembre de 2021, el Gobierno de Bolsonaro convirtió la ayuda de emergencia prevista para la fase de la pandemia (auxilio emergencial) en ayuda social a largo plazo (auxilio Brasil). No obstante, los 600 reales (aproximadamente 120 euros) mensuales de esta inyección de dinero público son, en opinión de muchos brasileños, insuficientes ante la subida de los precios.

Uno de los principales desafíos socioeconómicos tiene que ver con la cuestión de la consolidación del gasto público, votada durante 20 años por el Gobierno de Michel Temer (y luego inscrita en la Constitución), y que en lo sucesivo restringe todas las políticas públicas de asistencia a las personas más vulnerables. Por lo tanto, el presupuesto federal para la ayuda alimentaria se ha visto drásticamente privado de recursos al pasar de casi 586 millones de reales en 2012 a solo 58,9 millones en 2021.

En enero de 2019, el Gobierno de Bolsonaro abolió el Consejo Nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional (CONSEA), un organismo multipartidista en el que la sociedad civil podía participar en el desarrollo de políticas públicas sobre el tema. En 2010, gracias al trabajo de este Consejo, el “derecho a una alimentación adecuada” fue inscrito en la Constitución a través de una enmienda. La justificación oficial del Gobierno para esta supresión fue la “invasión de prerrogativa sobre el poder ejecutivo”. En resumidas cuentas, aun cuando el CONSEA haya estado funcionando perfectamente durante 15 años, en particular teniendo en cuenta la voz de los pequeños agricultores y de los pueblos indígenas, se interponía a la agenda presidencial.

La acción a nivel estatal para el acceso a los alimentos

Si el estado federal falla, es posible que los gobernadores de los estados federados sigan su propia política sobre ciertas cuestiones. Esta posibilidad se constató particularmente durante la epidemia de covid-19, cuando varios gobernadores tomaron las medidas necesarias para proteger y vacunar a las poblaciones a nivel local, mientras que desde Brasilia Jair Bolsonaro se negó a parar la economía por algo a lo que luego se referiría como una “gripita”. Las gubernaturas de los estados también estarán en juego en las elecciones de octubre.

El norte y el noreste del país son las regiones de Brasil más afectadas por el hambre (respectivamente 25,7% y 21% de la población, pero este porcentaje alcanza el 60% en las zonas rurales). En Maranhão, el gobernador del estado, Flávio Dino (comunista electo del PCdoB, ahora candidato al senado, el 2 de octubre) estableció durante sus dos mandatos (2014-2022) un vasto programa de alimentos para los habitantes de las zonas más pobres.

Es en el barrio de João de Deus en São Luís, la capital, donde se encuentra la mayor parte de los 150 “restaurantes populares” de este estado del noreste. Tres veces al día, se forma una larga cola delante de este recién estrenado establecimiento.

Aquí se sirven cerca de 1.000 comidas completas por solo 1 real (unos 19 céntimos de euro). Un costo simbólico y accesible para todos, sin ningún justificativo. En todo el estado, esta iniciativa representa 100.000 comidas diarias.

A pesar de que existen “restaurantes populares” en otras partes de Brasil con diferentes fórmulas, es el Maranhão el que tiene la red más grande. “Y pronto se abrirán 48 más”, asegura Rafael Bernal, coordinador del proyecto en el secretariado local de desarrollo social. Además, al menos el 30% de los alimentos deben provenir de pequeños productores locales, “pero muchas veces es más, hasta el 100% en algunas localidades”, añade el coordinador.

José está sentado a la mesa con su esposa y su hija de 3 años. Conductor de mototaxi de profesión, explica venir aquí dos o tres veces a la semana. En su caso, alivia su presupuesto y también le ahorra tiempo, porque sus días de trabajo son largos. A su alrededor, observamos familias y muchos hombres con ropa de trabajo en la construcción. “Hay muchos trabajadores manuales. Vienen a comer aquí porque necesitan comer bien por el trabajo físico que hacen”, observa Cristianne Pereira da Costa, nutricionista y funcionaria, que dirige una pequeña oficina de consultas gratuitas junto al refectorio.

Porque además de proporcionar comidas asequibles, estos comedores populares también insisten en la educación para una alimentación sana con comidas balanceadas, con menos grasa, azúcar y sal. “Este enfoque no siempre agrada al paladar de los brasileños acostumbrados a los excesos”, subraya la nutricionista. De hecho, Brasil se enfrenta a la paradoja de contar con una población desnutrida, pero también con sobrepeso (en 2021 este problema afectaba a 1 de cada dos personas).

La alimentación, una cuestión cultural por redefinir

Comer mejor, comer local, comer tradicionalmente y repensar el modelo agrícola productivista demasiado orientado a la exportación. Estas son las batallas que Claudia Visoni libra desde hace varios años. Activista medioambiental, postula su candidatura en una lista colectiva para la diputación por el estado de São Paulo bajo el lema Alimenta SP (afiliada al Partido Verde). “La alimentación sana para todos es el problema más grave hoy en día y, sin embargo, somos los únicos candidatos que abordamos este problema como tema prioritario”, explica mientras reparte volantes en la arteria principal, la Avenida Paulista, un domingo de septiembre.

Su candidatura es una extensión del trabajo realizado con el Frente Alimenta creado durante la pandemia para organizar redistribuciones de excedentes de agricultores locales a cocinas solidarias y así crear sinergias virtuosas. “Las soluciones existen y han demostrado su valía, pero ahora tenemos que convertirlas en políticas públicas”, señala.

También quiere un mejor apoyo a los productores locales y se opone a los lucrativos monocultivos. “Cuando voy al interior del país, solo veo campos de caña de azúcar, soja, eucalipto... ¿Dónde están el arroz y el feijão (frijol)? Es hora de que produzcamos alimentos para los brasileños y menos para los cerdos chinos. Al mismo tiempo, dice que observa el empobrecimiento cultural. “La globalización ha destruido nuestras tradiciones alimentarias. Las madres de familia ya no saben cocinar las plantas endémicas”. Por lo tanto, el Frente Alimenta también ha comenzado a ofrecer clases de cocina, en lugares como la Academia Carolinas, en Cidade Tiradentes, donde mientras los niños juegan, algunas madres voluntarias aprenden los conceptos básicos de una nueva gastronomía.

This article has been translated from French by Patricia de la Cruz