¿Pueden los disturbios en Palestina provocar otra Intifada?

 

Una tarde soleada de principios de marzo después de la oración del viernes en la Cisjordania ocupada.

Hace semanas que están estallando enfrentamientos debido a las continuas huelgas de hambre en las prisiones.

Grupos de jóvenes corren por las colinas de Bituniya contiguas a la prisión militar israelí de Ofer, cerca de Ramala, quemando neumáticos y lanzando piedras a los soldados que responden con gas lacrimógeno y balas de goma.

El 1 de febrero, en una concentración a favor de los prisioneros palestinos, un joven sostiene pancartas donde se pueden ver hombres detenidos en prisiones israelíes. En árabe se puede leer: “En huelga de hambre contra la detención administrativa” (Fotografía de la AP/Mohammed Ballas).

Hoy los jóvenes están llenos de ira por la muerte de Arafat Jadarat, un palestino de 30 años que falleció hace cinco días mientras estaba detenido y siendo interrogado bajo custodia militar.

Tras certificar su defunción el 23 de febrero, se realizó una autopsia en la que encontraron costillas rotas, sangre en la cara y desgarros en la espalda.

Aunque las autoridades israelíes lo niegan, los palestinos concluyeron que le habían torturado hasta la muerte.

Esto provocó el tipo de disturbios que estallaron en Cisjordania a raíz de las huelgas de hambre que iniciaron los prisioneros para quejarse por sus detenciones y las condiciones de su reclusión.

Quizás el ejemplo mejor conocido sea el de Samer Issawi, de 33 años, que lleva más de 240 días en huelga de hambre como respuesta a su detención sin cargos ni juicio.

A medida que las huelgas de hambre siguieron adelante, el descontento fue aumentando y se tradujo en enfrentamientos entre jóvenes con piedras y soldados israelíes armados.

Entonces, cuando la comunidad internacional centró su atención en la situación de Issawi, Jaradat falleció bajo custodia de los israelíes.

Le habían detenido e interrogado por ser el supuesto autor del lanzamiento de piedras contra soldados.

Prácticamente todos los palestinos tienen un pariente que ha pasado por alguna cárcel israelí, por lo que los prisioneros constituyen una cuestión muy personal y son el último tema candente que ha provocado protestas y enfrentamientos por todos los Territorios Palestinos ocupados.

Pero aunque los medios de comunicación y los dirigentes israelíes reflexionen sobre la posibilidad de que estalle una nueva Intifada, la realidad es que los disturbios actuales se han generado más por la desesperación debido a las actuales condiciones de la ocupación que por cualquier intento real de movilización social en masa.

“Llevamos años haciendo esto y nada ha cambiado. Solo ha empeorado”, explica Issa (nombre falso), un chaval de 14 años que participa en los disturbios junto a la prisión de Ofer.

Varios jeeps del ejército israelí pasan a nuestro lado a toda velocidad hacia los grupos de jóvenes enmascarados a unos 100 metros de distancia.

Cuando los jóvenes echan a correr, los jeeps frenan en seco y los soldados salen disparando una descarga de gases lacrimógenos y balas de goma hacia la multitud que se bate en retirada.

Issa se vuelve hacia mí y afirma desanimado que no confía en que la Autoridad Palestina (AP) logre la libertad para el pueblo palestino y que no cree que nadie apoye realmente su causa.

Este adolescente de voz suave residente en Bituniya suele participar en las protestas y enfrentamientos, pero no porque crea que así se conseguirá que los prisioneros obtengan justicia o se precipite un proceso de liberación.

Su participación tiene más que ver con el espectáculo. Existe un sentimiento generalizado de que lo único que los jóvenes palestinos pueden hacer es realizar gestos simbólicos contra el gobierno israelí.

“Vengo aquí por muchas razones, no solo por los prisioneros”, dice Issa mientras explotan varias granadas.

“Hace varios meses dispararon a mi primo, que tiene 21 años, cuando iba al supermercado. Vengo aquí a menudo, a veces participo y a veces no. Pero ningún día es un buen día”.

 

Divisiones políticas

La tortura y humillación de los palestinos encarcelados, el aumento de la ocupación de tierras por parte de los colonos, los nuevos autobuses segregados para el número cada vez más reducido de palestinos capaces de ganarse un jornal en Israel y el ataque a Gaza de noviembre han provocado suficiente resentimiento como para iniciar varias Intifadas.

Sin embargo, en lugar de provocar una nueva rebelión popular, la ira simplemente sirve como válvula de escape para la indignación por la ocupación.

Forma parte del ciclo de provocaciones israelíes y brotes localizados de la ira palestina que se llevan dando desde la invasión israelí de Gaza en 2008.

Aunque haya sido a causa de un ataque militar israelí, de la serie de huelgas de hambre de los prisioneros, del deterioro económico, de las movilizaciones nacionales para conmemorar la Nakba (la expulsión de los palestinos en 1948) o de las protestas inspiradas en la Primavera Árabe, toda la resistencia se ha ido apagando en medio de las continuas divisiones políticas.

Actualmente, cuando otra oleada de disturbios seguida de una visita del presidente de EE.UU. ocupa los titulares de la prensa, existe un claro sentimiento de frustración sobre cuál sería el siguiente paso a dar.

Aunque muchos activistas afirman que un levantamiento popular como la Intifada de 1987 es más necesaria que nunca, se hace patente una total ausencia de las medidas que adoptaron los sindicatos, la sociedad civil y las organizaciones comunitarias y que hicieron posible la resistencia en masa a la ocupación.

Lo que se puede observar hoy en día es retórica y gestos políticos de las distintas facciones.

Empapada de las divisiones nacionales que priorizan la lealtad al partido sobre cualquier otra cosa, la posibilidad de que cualquiera de las facciones ofrezca algo más que muestras simbólicas de fuerza es cuestionable.

Esto quedó especialmente claro en el funeral de Jaradat.

 

Funeral

El 25 de febrero, miles de personas de todas las facciones palestinas (desde el Frente Democrático Marxista para la Liberación de Palestina hasta la Yihad Islámica) se congregaron en el pequeño pueblo de Sa’ir, situado junto a Hebrón, para enterrar a Jaradat.

La ocasión también se utilizó para hacer hincapié en el sacrificio que realizaban los prisioneros palestinos y para manifestar un compromiso pleno con su liberación.

El olor a marihuana se extendió por el pueblo y unos combatientes enmascarados afiliados a la Brigada de los Mártires de Al-Aqsa de Fatah dispararon al aire y distribuyeron panfletos prometiendo venganza.

Deambulando entre la multitud y flanqueado por un joven miembro de la Yihad Islámica que ondea varios banderines de su partido, Khader Adnan, que ya hizo una huelga de hambre, parafrasea un texto coránico sobre el asesinato de inocentes: “Cuando asesinaron a Arafat fue como si asesinaran a todo el pueblo de Palestina”, afirma rotundamente.

A continuación, bajan el cuerpo de Jaradat de un camión de las fuerzas de seguridad de la Autoridad Palestina y le rinden homenaje con una salva militar antes de enterrarle en la plaza principal.

El sentimiento de impotencia y desesperación que se ha hecho patente en las descripciones de su detención se vuelve sofocante.

“Nos despertamos cuando le detuvieron”, explica el primo de Jaradat, que ostenta su mismo nombre.

Enfrente de la casa donde viven la viuda de Jaradat y sus dos hijos, su primo señala la casa donde le detuvieron.

“Le golpearon con las culatas de los rifles y todos los vecinos se despertaron con sus gritos”.

Afirma que antes de llevarse a su primo (un empleado de gasolinera de clase trabajadora y activista de Fatah), los soldados le llevaron frente a su esposa y le “dijeron que se despidiera”.

Jaradat volvió a casa en un ataúd para su funeral.

Mientras vago entre la multitud acongojada, hablando con los aldeanos y los miembros de la familia de Jaradat, la gente me pregunta: “Esto es lo que nos hace Israel. ¿Qué se supone que tenemos que hacer ahora?”.

Envuelta en un manto de indignación y dolor, la multitud empieza a disiparse cuando concluye la ceremonia funeraria.

En esta ocasión el funeral no provoca el tipo de violentos enfrentamientos que son frecuentes en los controles después de que el ejército israelí se cobre la vida de un joven palestino.

Nadie parece tener la energía suficiente como para volver a intentar liberarse de la ocupación.