Ser reciclador informal de metal, aparatos eléctricos y electrónicos en Agbogbloshie (Ghana)… y contarlo

Ser reciclador informal de metal, aparatos eléctricos y electrónicos en Agbogbloshie (Ghana)… y contarlo
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Los residuos de aparatos eléctricos y electrónicos desechados representan el flujo de desechos de crecimiento más rápido en todo el mundo. Sin embargo, según el Foro sobre residuos de aparatos eléctricos y electrónicos, solo el 17,4% de estos, a escala mundial, se recogió y recicló adecuadamente en 2019, lo que significa que 44,3 millones de toneladas métricas, valoradas en 57.000 millones de dólares USD (unos 48.700 millones de euros), se tiraron a un vertedero, se incineraron o se comercializaron y trataron ilegalmente sin cumplir las normas mínimas.

A pesar del Convenio de Basilea, que entró en vigor en 1992 con el fin de reducir y prevenir el comercio de desechos peligrosos de países desarrollados a países menos desarrollados, algunos de estos residuos acaban en Ghana, en la sección de chatarra del mercado de Agbogbloshie, en Accra, donde las máquinas, los enseres domésticos, las piezas de automóviles y los aparatos electrónicos que no pueden ser reparados o revendidos, son desmontados y procesados para aprovechar las piezas y la chatarra.

Los trabajadores son, en su mayor parte, migrantes internos del norte de Ghana. Se trata de los hijos de agricultores, productores y otros trabajadores agrícolas que abandonan sus pueblos en busca de trabajos bien remunerados para apoyar a sus familias.

De hecho, la mayoría de los trabajadores migrantes van a Accra, la capital, con el objetivo de ganar suficiente dinero para construir una casa para su familia en su lugar de origen, pagarse los estudios para lograr una cualificación técnica (a menudo como mecánicos o electricistas) o abrir un pequeño negocio.

Los trabajadores migrantes que llegan a Agbogbloshie con un poco de dinero en el bolsillo a menudo empiezan trabajando en la sección de reparación y desguace. Su relativa liquidez financiera les permite comprar artículos de segunda mano para intentar repararlos y revenderlos, actividad por la cual pueden ganar hasta 80 cedis ghaneses al día (13,75 USD, 12 euros). Lo que no se puede reparar se desmonta: las piezas que pueden utilizarse en futuras reparaciones se guardan y el resto se vende por peso a otros trabajadores y después se quema en zonas destinadas a la incineración para extraer metales valiosos, como el cobre y el aluminio, para su reventa.

Sin embargo, estas actividades de incineración son increíblemente tóxicas y no están sujetas a ninguna regulación. Los recicladores informales, algunos de ellos niños, son víctimas de quemaduras y de los efectos peligrosos de la contaminación del aire, la tierra y el agua. Los trabajadores que terminan en los lugares para la incineración, muy contaminados, son aquellos que llegan sin dinero y están dispuestos a aceptar cualquier trabajo, sin importarles lo sucio o peligroso que sea.

Carolina Rapezzi, una fotógrafa italiana afincada en Londres, viajó a Ghana en 2018 y 2019 para hacer un reportaje fotográfico sobre los trabajadores de Agbogbloshie titulado Burning Dreams (Sueños en llamas). A continuación, publicamos una selección de las imágenes de su serie galardonada (Flash Forward).

 

En esta foto tomada el 31 de octubre de 2018, los trabajadores meten chatarra en un camión en el desguace de Agbogbloshie. Una vez que el camión está lleno normalmente van al puerto de Tema, a las afueras de Accra, para revender el metal principalmente a comerciantes extranjeros.

Foto: Carolina Rapezzi

Hay dos partes principales en el desguace de Agbogbloshie: en la primera, los artículos de segunda mano grandes y pequeños, que llegan en contenedores de Europa y América del Norte al puerto de Tema, son descargados, clasificados y desmontados por desguazadores y vendidos, a menudo a comerciantes de chatarra de la India y China afincados en Tema. En la segunda, las piezas que no se pueden vender se llevan al vertedero donde los trabajadores prenden subproductos industriales inflamables para quemar los neumáticos y el plástico de los cables eléctricos con el fin de recuperar los metales valiosos para su reventa.

 

Alouta (segundo por a la izquierda) y otros trabajadores queman neumáticos, componentes de máquinas, alambres y cables en Kilimanjaro, la zona de incineración de Agbogbloshie.

Foto: Carolina Rapezzi

El trabajo en el vertedero es informal. Los trabajadores esperan de pie en las zonas de incineración una remesa de chatarra y quien esté libre para quemarla consigue el trabajo. Los fuegos más grandes normalmente se empiezan por la noche, para ayudar a los trabajadores a soportar mejor el calor. Una vez que se ha quemado todo, la recogida de chatarra en general comienza a primera hora de la mañana. Sin embargo, algunos recolectores de metal empiezan a trabajar cuando todavía no ha amanecido, utilizando las linternas de sus teléfonos para iluminar el suelo y buscar mejor la chatarra.

La práctica de la incineración es muy tóxica. Además de provocar la filtración de plomo, mercurio y arsénico en la tierra, expone a aquellos que la realizan a metales tóxicos. Las enfermedades pulmonares, las afecciones cutáneas, los problemas de espalda, las cefaleas, los dolores en el pecho, las quemaduras y las heridas infectadas son algunas de las dolencias comunes. Entre los problemas de salud a largo plazo cabe mencionar el cáncer y los problemas relacionados con los sistemas respiratorio y nervioso. Según el Informe de seguimiento mundial de los residuos de aparatos eléctricos y electrónicos de 2020, “entre los adultos que se dedican al tratamiento informal de residuos de aparatos eléctricos y electrónicos o viven en comunidades donde se practica esta actividad, las lesiones en el ADN se han vinculado a la exposición a sustancias químicas en los residuos”.

 

En esta foto tomada el 27 de octubre de 2018, varios trabajadores buscan entre las cenizas de alambres y cables quemados para recuperar chatarra, que después venden a comerciantes.

Foto: Carolina Rapezzi

Los trabajadores en la zona de incineración –tanto los recolectores de metal como los encargados de quemar los artículos– suelen ser los trabajadores más jóvenes y recientes del vertedero. Como consecuencia, también son los que ganan menos, ya que cobran propinas de los desguazadores que les llevan artículos para incinerar a fin de evitar el contacto directo y continuo con los gases tóxicos. Por lo tanto, sus ingresos diarios son muy inestables, ya que dependen de la cantidad de aparatos que se lleven a la zona de incineración.

El metal recuperado a través del proceso de incineración se vende por peso: los trabajadores ganan un promedio de 2 cedis (0,34 USD, 0,30 euros) por una libra (453 gramos) de aluminio, 13 cedis (2,25 USD, 1,8 euros) por una libra de cobre y 1 cedi (0,17 USD, 0,15 euros) por el hierro (que se vende por kilo). Los ingresos diarios de los incineradores oscilan entre los 30 y 60 cedis (5,15 a 10,30 USD; 4,5 a 9 euros), mientras que los de los trabajadores que recogen chatarra van de los 10 a los 40 cedis (1,70 a 6,90 USD; 1,5 a 6 euros).

 

En esta foto tomada en noviembre de 2018, Gafaru (que entonces tenía 18 años), originario de Savelugu, en el norte del país, hace una pausa lejos de los cables que arden en Kilimanjaro, una zona de incineración de Agbogbloshie.

Foto: Carolina Rapezzi

Gafaru perdió la audición cuando era niño tras un episodio de fiebre elevada y la administración de medicamentos en un hospital remoto en el norte del país. Desde entonces no le ha examinado ningún médico ni ha recibido ningún diagnóstico de su afección. Después de quedarse sordo dejó de ir a la escuela y empezó a trabajar con su padre como carnicero. Se mudó a Agbogbloshie a principios de 2018 siguiendo el ejemplo de algunos amigos del mismo pueblo que ya trabajaban en la zona de incineración. Aunque solo se comunica por medio de gestos y la lectura de labios, comparte que espera convertirse en mecánico algún día.

 

Rashida, de edad desconocida, espera para vender agua a los trabajadores que queman aparatos y cables. Noviembre de 2018.

Foto: Carolina Rapezzi

Como muchas otras niñas que viven en la zona, Rashida vende agua en Agbogbloshie. Cada bolsita de “agua pura” (como se llama a las omnipresentes bolsitas de plástico que contienen 500 ml de agua) cuesta 1 cedi.

Agbogbloshie es más que un simple vertedero. La parte principal del mercado de Agbogbloshie, justo enfrente del vertedero, es uno de los mercados de alimentos más grandes e importantes de Ghana. Mujeres y niñas venden verduras en puestos por todo el mercado. Las más jóvenes, venden agua y bebidas en el vertedero durante las sesiones de incineración para saciar la sed de los trabajadores.

 

En esta foto tomada el 24 de octubre de 2018, Mohammed, de edad desconocida, muestra la herida profunda que se hizo mientras quemaba alambres y cables unos días antes. No fue a ver a un médico porque no podía permitirse perder un día de trabajo. Como consecuencia, su herida sigue sin curarse. “¿Quién va a trabajar por mí?”, pregunta. “Necesito trabajar. Necesito dinero para comer”.

Foto: Carolina Rapezzi

Los trabajadores están constantemente expuestos a peligros en el vertedero. Trabajan sin ropa de protección ni formación alguna, ni medidas de salud y seguridad. Hasta el año pasado, ver a un médico significaba perder un día de trabajo y muy pocas personas, incluso en los casos más urgentes, podían permitírselo. Sin embargo, en 2019 se abrió el primer centro de atención en Agbogbloshie. A la clínica de salud, financiada por el organismo alemán para el desarrollo (GIZ) por un coste de 5 millones de euros (5,85 millones de USD), se suma un campo de fútbol y un centro de formación técnica donde se celebran talleres sobre el desguace y reciclaje seguros, así como formación sobre actividades como la fabricación de jabón, repostería y peluquería, para intentar fomentar empleos alternativos.

El centro de formación también cuenta con dos máquinas que pueden hacer pedazos marañas de alambres y cables para permitir a los trabajadores extraer los metales sin quemarlos. Se dice que la iniciativa, establecida por las organizaciones sin ánimo de lucro Pure Earth y Green Advocacy Ghana, procesa hasta el 30% de los alambres y cables que llegan a Agbogbloshie, pero como las máquinas no siempre funcionan y no pueden procesar el volumen total de chatarra disponible en el mercado, la incineración continúa por el momento.

 

En esta foto tomada en noviembre de 2018, Zakari aparece junto a pilas de ordenadores portátiles de segunda mano para vender o reparar dentro de la tienda de ordenadores de su hermano en Old Fadama, en Accra, una zona situada al lado del vertedero de Agbogbloshie.

Foto: Carolina Rapezzi

Youssef es de Tamale, una ciudad al norte del país. Se trasladó a Accra hace unos 17 años y durante dos años aprendió a reparar ordenadores portátiles. Con sus ahorros abrió una pequeña tienda en el asentamiento de Old Fadama, donde viven aproximadamente 100.000 personas. Su tienda de ordenadores es una de las primeras de la zona y su hermano pequeño, Zakari, le ayuda desde 2005. Compran ordenadores de mesa y portátiles al final de su vida útil de toda la ciudad para desmontarlos y vender las piezas de repuesto. Lo que no se puede reutilizar se desmonta, se vende por peso a otros trabajadores y después se quema para extraer metales valiosos.

Sin embargo, los residuos de aparatos eléctricos y electrónicos representan solo uno de los aspectos del floreciente mercado de ordenadores de segunda mano en Ghana. La mayoría de los contenedores de aparatos eléctricos de segunda mano que llegan cada día desde Europa y América del Norte al puerto de Tema, a las afueras de Accra, están destinados a la reventa. Aunque hay pocos datos oficiales, un informe de 2011 ya indicaba que alrededor del 15% de los aparatos electrónicos de segunda mano “no se podían vender” y un porcentaje significativo de ellos se destinarían al reciclaje informal.

 

El contaminado río Odaw divide el asentamiento informal de Old Fadama del vertedero de Agbogbloshie.

Foto: Carolina Rapezzi

El río Odaw fluye por la laguna de Korle hasta llegar al océano Atlántico (a través del golfo de Guinea), después de pasar por la zona de incineración de Agbogbloshie. Con el ritmo acelerado de industrialización en el área, el Odaw se ha convertido en uno de los mayores lugares de aguas residuales de la ciudad. Los residuos sólidos, las sustancias químicas, los residuos no tratados privados e industriales, y partes de residuos de aparatos eléctricos y electrónicos de las zonas de incineración de Agbogbloshie y también de la ciudad han provocado un aumento masivo de la contaminación en el río. Existen programas de rehabilitación a largo plazo en curso, pero por el momento el agua continúa fluyendo hacia el golfo de Guinea sin ningún tipo de sistema de filtración o purificación.

Este artículo ha sido traducido del inglés.