¿Son los textiles (creados por) indígenas la última “fashion victim”?

¿Son los textiles (creados por) indígenas la última “fashion victim”?

A Cambodian woman weaves a cloth in the traditional way, close to Kompong Cham, in the country’s north-east.

(Laura Villadiego)

Los omas, un pequeño pueblo indígena laosiano, son la antítesis a la rapidez de la moda que se ha impuesto hoy en día. Las calles de sus pequeños poblados, en las montañas del norte de Laos, no son lo suficientemente atractivas para las grandes marcas y los omas siguen tejiendo afanosamente sus ropas en casa, conservando un estilo único heredado desde hace generaciones que sólo podía encontrarse en el país asiático.

Hasta hace unos meses, cuando los motivos de sus bordados aparecieron en las tiendas de medio mundo de Max Mara, una marca italiana de ropa de lujo que, según el Centro de Artes Tradicionales y Etnología (TAEC en sus siglas en inglés), habría plagiado esos diseños tradicionales en una de sus colecciones sin reconocer la autoría original. “No tengo ningún problema con la inspiración. Pero cuando los pones uno junto al otro ves que son los mismos colores y diseños. Es claramente plagio”, asegura Tara Gujadhur, codirectora de TAEC, una organización que trabaja por la conservación de la diversidad cultural en Laos.

No es la primera vez que un grupo étnico ve su patrimonio cultural en las estanterías de marcas conocidas mundialmente, muchas de ellas de la industria del lujo. Así, Louis Vuitton enfureció a los masáis al copiar su estilo, mientras que Christian Dior fue acusado el año pasado de copiar una chaqueta tradicional de los oriundos de Bihor (Rumanía). Una de las últimas polémicas ha puesto en el punto de mira a Carolina Herrera, quien utilizó motivos mexicanos en su línea Resort 2020. Esta inspiración “del ambiente juguetón y colorido de las fiestas latinas”, como la describía la modista venezolana en su página web, enfureció al gobierno mexicano, que presentó una queja formal a la marca y a su diseñador Wes Gordon.

Sin embargo, lo que los diseñadores ven como simple inspiración es para muchos activistas una práctica corriente que devalúa el patrimonio cultural de los pueblos indígenas y pone en riesgo su supervivencia. “Nos preocupa que, al poner sus diseños a disposición del público general, estos pierdan su valor”, asegura Gujadhur. Según la codirectora de TAEC, Max Mara copió los motivos de los omas; los industrializó, por lo que estos perdieron buena parte de su riqueza. La organización que dirige Gujadhur denunció además en un comunicado que la empresa no ha reconocido a los omas “en [sus estrategias de] marketing, en el etiquetado, la presentación de la colección en sus tiendas [físicas] ni en su tienda en línea, ni se les ha pagado compensación alguna”.

El marco internacional actual no protege las demandas de los omas y de otros pueblos indígenas.

En este sentido, la legislación sobre propiedad intelectual se fundamenta sobre el modelo de copyright individual del siglo XVII que excluyó la protección a las producciones comunitarias, entre ellas las indígenas, porque “no se puede reconocer a un autor [concreto]”, explica Monica Bota Moisin, una abogada especializada en moda y derechos culturales indígenas.

Así, a pesar de que la Declaración Universal de los Derechos Humanos reconoció en 1948 el derecho de toda persona a “tomar parte libremente” en la vida cultural de la comunidad y de los beneficios que resulten, no se ha conseguido llegar a un acuerdo concreto para poner en marcha un marco legal internacional que proteja los derechos artísticos comunitarios, explica Moisin. “Es muy difícil llegar a un acuerdo sobre cuál es el límite entre protección y restricción de la creatividad”, asegura la letrada. Sin embargo, la falta de esta protección ha llevado a una situación “paradójica y poco ética”, en la que “se puede poner una etiqueta [de una marca de moda] en un diseño tradicional”, afirma. “[Las comunidades indígenas] deberían tener derecho a algún tipo de protección por la que al menos tengan que dar su consentimiento”, continúa la abogada.

Aunque quizá eso puede empezar a cambiar. Tras la polémica con Carolina Herrera, el gobierno de México anunció que presentaría una nueva ley para proteger la riqueza cultural del país y a los artesanos que viven de ella. “Se trata de un principio de consideración ética que… nos obliga a hacer un llamado de atención y poner en la mesa un tema impostergable…: promover la inclusión y hacer visibles a los invisibles”, habría escrito la secretaria de Cultura de México, Alejandra Frausto, en su carta a Carolina Herrera según informaron varios diarios mexicanos y el español El País.

Para la activista indígena Matcha Phorn-in, la mercantilización de los diseños en Tailandia, un país donde falsas ropas de las tribus de las montañas pueden encontrarse en prácticamente todos los mercadillos para turistas, está llevando a que se pierdan los saberes. “Cuando los turistas lo ven en un mercadillo muy barato, quieren comprarlo por el mismo precio cuando van a las zonas rurales. Pero no lleva el mismo tiempo fabricarlo”, explica. “Ya no ganan dinero así que las nuevas generaciones no se quedan en casa ni aprenden cómo hacerlo”. Algo similar ocurre en otros países de Asia, como con los típicos kramas (pañuelos) camboyanos, o los batik indonesios, cuyos artesanos han tenido que adaptarse a la mecanización y la mercantilización.

Colaborar para no morir

La ropa que tejen los omas no es su sustento diario. Lo es el arroz, los plátanos y el maíz que cultivan, y el caucho que obtienen de las plantaciones cercanas. Pero el dinero que obtienen de los diseños es crítico para no vivir continuamente al borde de la pobreza y permitirse algunos ‘lujos’ como alimentar mejor a sus hijos o pagarles la escuela, explica Tara Gujadhur. “La artesanía es una fuente suplementaria de recursos importante para ellos”, asegura la antropóloga.

Por ello, insiste Gujadhur, las marcas deberían al menos reconocer la autoría comunitaria y en una “situación ideal” establecer alianzas de colaboración con los grupos indígenas para que las prendas se fabriquen en las mismas comunidades para que así puedan obtener parte de los beneficios.

Algo que además podría convertirse en una oportunidad para las marcas de aportar un valor añadido en una industria teñida por las denuncias de abusos. “Los consumidores cada vez tienen más en cuenta de dónde procede lo que compran”, asegura Gujadhur.

Para Matcha Phorn-in, una relación más equitativa beneficiaría sobre todo a las mujeres indígenas, que son quienes mayoritariamente desarrollan estos saberes, y podría mejorar la situación de estas comunidades en países como Tailandia, donde, asegura, “la gente niega a los indígenas”. “Hay una historia detrás de esas ropas y de esos motivos y las mujeres están orgullosas de ello. Es una cuestión de orgullo y de valor para las comunidades indígenas”, asegura la activista.

Para la abogada Mónica B. Moisin, el problema empieza con la misma educación que reciben los diseñadores de moda. “Hay un problema endémico en las escuelas de diseño. Cuando dejan las escuelas no entienden qué es inspiración o que existe una cultura textil previa a la industria de la moda”, asegura. “La moda es algo que tiene un periodo de tiempo limitado. La artesanía es algo que permanece”, concluye.

This article has been translated from Spanish.