En Grecia, los artistas reivindican como nunca sus derechos y “cultura para todos”

En Grecia, los artistas reivindican como nunca sus derechos y “cultura para todos”

Fotini Banou and Dimitris Alexakis founded the KET theatre in Athens in 2012. Despite the closure of their space due to health measures, they continue to work while waiting to once again welcome the public.

(Laetitia Moréni)

Entre las paredes del teatro vacío resuena su potente voz. Fotini Banou se prepara para una representación: “aun cuando no sabemos cuándo vamos a reabrir”, dice. A mediados de marzo, el Gobierno griego decidió cerrar cines, teatros, museos, sitios arqueológicos, escuelas y universidades, en resumen, todos los espacios comunes (salvo supermercados, farmacias, hospitales y consultorios médicos) con el fin de frenar la propagación del coronavirus en su territorio (que cuenta hasta la fecha con 4.279 casos y 203 decesos). Una situación como la que vivió Italia sería un desastre para un país cuyo sistema sanitario se encuentra exangüe tras diez años de políticas de austeridad.

Desde el 18 de mayo, la Acrópolis de Atenas está de nuevo accesible, al igual que todos los sitios arqueológicos y museos del país. Los cines al aire libre reciben al público desde junio. Sin embargo, las salas de espectáculos y los teatros cubiertos permanecen cerrados. Por lo que la actriz y directora Fotini Banou se encuentra a la espera, así como Dimitris Alexakis, de la autorización oficial para volver a levantar el telón del KET, un teatro experimental de dimensión artística, social y política que fundaron juntos en el barrio de Kypseli, en el corazón de Atenas.

Visto que su principal fuente de ingresos es el reparto de los ingresos de la taquilla entre los artistas, “una gestión financiera sostenible, a fuerza de perseverancia”, no cuentan, para hacer frente a esta crisis provocada por la pandemia de la covid-19, con un Estado cuya deuda pública representa alrededor del 180% de su PIB y “que no suele ayudar a sus artistas independientes”, opina Fotini. Desde que abrieron su teatro en 2012, Dimitris y Fotini no han recibido el más mínimo apoyo financiero de los Gobiernos que se han sucedido. Aun cuando la ministra de Cultura, Lina Mendoni, insistiera a finales de mayo en que “no habría verano 2020 sin cultura”, las decisiones tomadas principalmente a favor de los sitios del patrimonio histórico y de las instituciones públicas obligan a todos aquellos que no forman parte de los circuitos oficiales a hacer gala de autonomía.

La fuerza de lo colectivo ante la tragedia

Y en Kypseli, no faltan iniciativas en este sentido. Desde principios de mayo, Dimitris y Fotini han participado en reuniones semanales organizadas en el barrio por unos cincuenta agentes culturales: “Todos han puesto sus angustias vitales sobre la mesa. Algunos espacios independientes, particularmente aquellos que tienen que pagar un alquiler, posiblemente tendrán que cerrar. Lo que están viviendo los artistas con la pandemia del virus es una especie de derrumbamiento”, comenta Dimitris. “Es un drama, incluso una tragedia”, afirma Fotini.

En medio de esta tragedia, nació una alianza entre artistas: Kypseli está repleto de sitios culturales y asociativos. En la década de los años 1950 vivían allí escritores, intelectuales, actores, pintores. Era un barrio elegante al que se acudía para salir de noche. Luego, en las décadas de 1980 y 1990 vinieron a establecerse comunidades procedentes de África y Asia, convirtiendo a Kypseli en una de las zonas actuales más multiculturales de la ciudad. A diferencia de otras zonas de la capital, los alquileres todavía asequibles y el hecho de estar preservada de alojamientos Airbnb están atrayendo de nuevo a galeristas, pintores, actores y músicos que buscan espacios para crear. Es esta estratificación social la que unió a los artistas tras el desconfinamiento en torno a una interrogante: “¿Qué necesitan los habitantes? ¿Cómo vamos a reabrir los locales para hacerlo con la comunidad?”.

Para responder a la realidad del barrio, en el que todos los días puede verse la silueta inclinada de un hombre o una mujer rebuscando entre las basuras, los artistas han contactado varias iniciativas, tales como ONG feministas, asociaciones de mujeres africanas, un centro de desintoxicación, comunidades de personas migrantes. El objetivo no es plantear demandas al Estado, sino fortalecer las acciones locales. Dimitris Alexakis, por ejemplo, se incorporó a la asociación de ayuda alimentaria Khora, que prepara y distribuye hasta 200 comidas gratis al día.

En esta efusión de solidaridad, los músicos, la gente de teatro y de las artes visuales se prestan mutuamente los espacios, incluso los materiales para la creación, y unen fuerzas con un centro de desintoxicación para montar talleres de cerámica y con las ONG del barrio para realizar talleres de escritura.

“De ahora en adelante, la comunicación es posible”, indica Benoît Meteoritis, quien participa en este movimiento de ayuda mutua. En marzo, vivió el cierre de su librería O Meteoritis como un acto de violencia. El espacio, con una fachada de color verde pastel, se encuentra en el corazón de Kypseli, en el callejón peatonal Fokionos Negri, que no ha visto transeúntes durante dos meses. A finales de junio, en colaboración con la estructura local El Sistema Greece, Benoît invitó a músicos a que vinieran a tocar frente a su librería. El concierto al aire libre devolvió la vida al barrio, incitando a los pasantes a devenir espectadores y a recorrer el interior de su tienda, en la que se aparecen menos compradores que antes.

Más arriba, no lejos de la librería, tres jóvenes pintores repensaron la actividad de su estudio, en el que realizaban actividades pedagógicas infantiles antes de la interrupción. Durante la cuarentena, Katerina Charou, Vincent Meyrignac y Olga Souri se preguntaron, tras constatar el mutismo de las autoridades locales, cómo mantenerse activos. “No tuvimos ningún tipo de intercambio con el ayuntamiento durante el confinamiento, simplemente no se dejaron ver nunca, y como resultado, nació un sentimiento de urgencia, de ahí esta reunión entre artistas y la necesidad de movilizarse”, explica Vincent Meyrignac. “Si el Estado no quiere invertir en la dimensión cultural de la zona, y en general en la cultura contemporánea, optamos por dirigirnos a las iniciativas locales", agrega. En mayo, los tres se unieron a la red Kypseli, y ahora se están organizando para abrir su espacio de exhibición Noucmas a las asociaciones, con el objetivo de dar cursos gratuitos y pasar películas. “Nos mantenemos en contacto con lo que sucede más allá del umbral de nuestra puerta: crear, reflexionar y continuar comunicándose con los vecinos del barrio abriéndoles nuestro estudio es tan necesario para vivir como las necesidades más básicas”, observa Katerina Charou.

Una movilización nacional por los derechos de los trabajadores

Si todas estas acciones hacen de Kypseli un lugar en el que “la vida se reorganiza", como afirma Benoît frente a una hilera de libros, es todo el sector cultural el que se moviliza en Grecia. Con el movimiento nacional de apoyo a los trabajadores del arte, Support Art Workers, que desde hace dos meses reúne a los que trabajan en el ámbito cultural, los artistas independientes están haciendo oír su voz. “La cultura no es solo una idea, detrás de ella hay personas, eso es lo que tratamos de mostrar con esta campaña que colabora con los sindicatos y los sensibiliza con respecto a la fragilidad del estatuto de los creadores”, en palabras de Konstantina Karameri, responsable de la gestión de proyectos culturales.

Comprometida en este movimiento reivindicativo, que cuenta con 24.000 miembros, ha participado desde mayo en varias manifestaciones: “Pedimos al Gobierno un plan de apoyo para los próximos seis meses, una regularización de los derechos de autor y los derechos de los independientes”. Ante estas reivindicaciones, los artistas coinciden en que el Gobierno no ha dado respuestas que satisfagan las necesidades más urgentes, y estas dificultades relacionadas con los derechos de los trabajadores ya existían antes del confinamiento. “Es un problema inherente al sistema desde hace años. Un gran porcentaje de las personas que trabajan en el sector cultural lo hacen sin contrato y se les paga en negro. El resultado es que no están registradas en ninguna parte y tienen que conseguir otros trabajos para sobrevivir”.

Y añade: “cuando tu trabajo no es declarado, no tienes derechos. Necesitamos la regulación. Si no trabajas en instituciones públicas, como el teatro nacional, por ejemplo, no tienes ninguna ayuda estatal”.

Otro aspecto es que los lugares independientes también padecen de una carencia de visibilidad. “No hay una pequeña compañía de teatro que no haya hecho su debut en un lugar como el nuestro; forma parte del tejido cultural y, en última instancia, también es una base de lanzamiento para teatros más comerciales”, interviene Dimitris Alexakis. “Sin embargo, a nivel oficial, nadie habla de este hecho. Nuestra ministra de Cultura, Lina Mendoni, no parece darse cuenta de la situación y ofrece soluciones que nos ignora [a los actores no institucionales]. Por otro lado, pasa su tiempo haciéndose fotografiar frente a la Acrópolis”.

Según un estudio de Eurostat sobre la distribución del gasto público destinado a los servicios culturales en 2018, Grecia se encuentra en la clasificación más baja, con un porcentaje del 0,3% en relación con la media del 1% en la Unión Europea. En 2020, el presupuesto nacional oficial dedicado a la cultura asciende a 335,2 millones de euros (unos 378,2 millones de dólares USD) y, hasta la fecha, no se ha previsto ningún plan de emergencia tras la crisis sanitaria que ha afectado a todo el sector.

Mientras diferentes grupos, como la federación griega del espectáculo (Πανελλήνια Ομοσπονδία Θεαμα -Ακρομα-), que reúne a cuarenta y tres sindicatos, tratan de abrir el diálogo con el Estado, el Gobierno de Kyriakos Mitsotakis anunció, a mediados de junio, la supresión de la enseñanza artística y de la música en ambos ciclos de las escuelas de enseñanza secundaria. Los eventos culturales siguen estando prohibidos y las salas de espectáculos cubiertas están cerradas. Al mismo tiempo, Grecia ha autorizado los vuelos internacionales desde el 15 de junio, esperando recibir visitantes extranjeros.

“Van a recibir a miles de turistas, pero mantienen cerradas las salas de espectáculos. ¿Dónde está el equilibrio?”, cuestiona Konstantina Karameri.

Con un sector turístico que aporta más del 20% del PIB, la apertura del país es esencial para evitar un próximo desastre económico. “Están en una lógica de encantamiento con la recuperación, pero la recuperación nunca llega y la economía sigue igualmente frágil y agobiada por la deuda”, señala Dimitris Alexakis, quien percibe la urgencia de vincular la lucha de los agentes culturales con la del personal sanitario, los migrantes y los activistas climáticos. Para ello, es preciso que sigan haciendo oír su voz en los próximos meses. “Si conseguimos una verdadera movilización general, los artistas podrán adquirir visibilidad”, analiza el politólogo Gerassimos Moschonas.

Paralelamente a la acción, el mundo de la cultura se esfuerza por existir y convencerse de que es posible lograrlo. Dimitris y Fotini tienen la esperanza de que su obra sobre la comunidad judía de Janina logre representarse y que Fotini consiga finalmente interpretar las canciones tradicionales de Epiro frente a un público de carne y hueso. Queda por ver cuándo y en qué condiciones.

This article has been translated from French.