En el desierto argelino, los saharauis en el exilio se organizan día a día para una vida mejor

En el desierto argelino, los saharauis en el exilio se organizan día a día para una vida mejor

Fifty-nine-year-old Fatimetu, a Sahrawi, and 46-year-old Idenia, from Cuba, both teach at the nursing school in the wilaya of Smara, in the Tindouf refugee camp, pictured here in April 2022. They teach gynaecology, obstetrics and midwifery. The school has trained 198 midwives since it was founded.

(Sara Saidi)

Tinduf, abril de 2022. Ya es de noche cuando el avión deja a parte de sus pasajeros bajo la luz de la luna. La alegría es palpable y el ambiente de campamento de verano continua en los autobuses que conducen al campo de refugiados. Muy pronto, a través de las ventanas abiertas del vehículo entra la arena del desierto y azota el rostro de Tesh Sidi. La joven saharaui de 27 años esconde tras la risa sentimientos confusos: aprensión y alegría.

Vuelve al lugar donde nació tras una ausencia de diez años. Hace diez años que no ve a su madre, quien permaneció en el campo de refugiados. No es la única. Para la mayoría de los saharauis presentes, la crisis sanitaria y el cierre de las fronteras de Argelia han hecho imposible el traslado a los campamentos de refugiados. Detrás del minibús, las maletas se balancean según el estado de la carretera. Los productos que llevan para paliar las necesidades de sus seres queridos se cuentan por kilos... Porque aquí, en el sureste de Argelia, en lo que los saharauis llaman “la Hamada”, es decir, el desierto en el desierto, un lugar de temperaturas extremas, es una cuestión de supervivencia.

Desde hace 47 años, los saharauis se encuentran refugiados en la wilaya de Tinduf, Argelia. Un éxodo que comenzó con el conflicto entre el Frente Polisario (los independentistas saharauis), Marruecos y Mauritania en 1976. Hoy día, el Sáhara occidental es uno de los 17 territorios que las Naciones Unidas clasifican como no autónomos. Por otra parte, la ONU precisa que el Sáhara occidental vive un proceso de descolonización. Sin embargo, Marruecos considera este territorio de más de 250.000 km² como sus “provincias del sur” y el Frente Polisario sigue denunciando la ocupación marroquí. Por ende, el conflicto entre Marruecos y el Frente Polisario continúa a pesar de un alto el fuego en 1991, interrumpido en noviembre de 2020, y la promesa, nunca cumplida, de la Organización de las Naciones Unidas de organizar un referéndum de autodeterminación a través de la MINURSO.

Actualmente, viven en los campamentos de Tinduf alrededor de 200.000 refugiados con la esperanza viva de volver algún día a su tierra. Y en este territorio donde el tiempo parece suspendido se está operando poco a poco un cambio. Al cabo de más de cuatro décadas de lucha por la libertad de su pueblo, hoy día los saharauis tienden a anteponer el bienestar individual y los derechos fundamentales de la población a la lucha colectiva: “Lo que importa no es la tierra sino la supervivencia del pueblo”, afirma una persona próxima al Frente Polisario.

“Primero hay que sobrevivir, luego hay que educar a los niños. La solución viene del progreso social y de la educación... hasta el día en que la geopolítica cambie”, asegura.

Los campamentos se encuentran bajo la administración de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), reconocida desde su proclamación en 1976 por unos 80 países en el mundo (desde entonces, algunos han retirado su reconocimiento), y da la impresión de ser un Estado dentro de un Estado.

Según un informe del Observatorio de Campos de Refugiados (O-CR), “Argelia se ha desvinculado oficialmente de la gestión de los campos de refugiados dejándola en manos del Frente Polisario. Por consiguiente, las autoridades argelinas han renunciado a las prerrogativas que les habían sido atribuidas en todo el territorio de los campamentos, a saber, el poder administrativo, judicial, policial, militar y político, así como la protección de los derechos humanos. Estos poderes ahora son ejercidos por las autoridades administrativas de la RASD”. Por lo tanto, los campamentos de refugiados tienen su propia estructura y organización, dividida en circunscripciones y barrios, y son dirigidos por un gobernador y representantes electos locales.

Medicamentos “hechos en Tinduf”

Tinduf cuenta con peluquerías, tiendas de comestibles, una profusión de talleres mecánicos, panaderías, etc. Todos son proyectos dirigidos por saharauis y financiados con la ayuda internacional y/o de asociaciones occidentales. Aun cuando la gestión de residuos y la distribución del agua siguen siendo un problema importante para la RASD, las carreteras principales están pavimentadas, la mayoría de los vecindarios están conectados a la electricidad día y noche, lo que permite que las condiciones de vida de los refugiados sean más dignas. Las construcciones de adobe dan paso gradualmente a casas de concreto, más sólidas frente a condiciones climáticas extremas.

Cada campamento cuenta también con su propio dispensario, un hospital, escuelas e instituciones especializadas para niños con discapacidad. Una organización cuyo principal interés es la unión y la solidaridad de la población.

En Rabuni, sede de la administración de la RASD, el hospital “nacional” resulta impresionante. Con 70 camas, atención completamente gratuita, médicos a menudo formados en el extranjero que regresan para ayudar a su comunidad y “profesionales sanitarios que vienen de diferentes países para realizar determinadas operaciones quirúrgicas”, señala en perfecto español Mohammed Fadel, director del hospital.

El personal de enfermería del hospital se forma principalmente en la escuela de enfermería del campamento. Creada en 1992, gracias a la asociación francesa Enfants réfugiés du monde (ERM) y al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), esta escuela ha formado desde su creación a 850 profesionales de enfermería. Algunos estudiantes se fueron al extranjero, otros se quedaron para formar o cuidar a otros refugiados. Orgulloso del trabajo que realizan sus equipos, Mohammed Fadel lamenta, sin embargo, la dependencia de la ayuda internacional:

“La principal dificultad es la gestión y el costo de una política sanitaria que ha de pasar por la cooperación internacional. Todo se hace a través de proyectos y fondos de ayuda, lo que reduce nuestro margen de maniobra”, explica el director.

Frente a la farmacia del hospital, Mulay Mesaud ha logrado hacer crecer algunos arbustos, un milagro, visto el calor que hace en este lugar. Acostumbrado a los milagros, este hombre de 50 años trabaja como químico en el hospital nacional de Rabuni. Durante 20 años ha producido, con su equipo de 12 profesionales saharauis, alrededor de cincuenta medicamentos para tratar entre 30.000 y 70.000 pacientes cada año. Ibuprofeno, gel hidroalcohólico, ácido fólico, amoxicilina, paracetamol. El presupuesto se limita a 50.000 euros, la producción depende de la llegada de materias primas, pero el laboratorio creado en 1998 cubre actualmente las necesidades del 5% de la población: “En realidad, nadie sabía que teníamos la capacidad de hacer medicinas en un desierto y en un campo de refugiados: es un milagro”, exclama Mulay Mesaud. “El objetivo es no depender de la ayuda externa. Para que el día en que consigamos nuestra independencia, solo tengamos que comprar nuestras propias materias primas para cubrir las necesidades de nuestro pueblo”, asegura Mulay Mesaud, para quien la esperanza de la liberación nunca está muy lejos.

En Tinduf son muchos los héroes cotidianos que buscan ser útiles para hacer avanzar la sociedad: “Aquí todos somos voluntarios, para cubrir las necesidades de nuestra población”, afirma Mulay Mesaud, uno de los que aquí llaman cubarahuis, es decir, saharauis que se marcharon a estudiar a Cuba para luego regresar con su diploma en la mano a los campos de refugiados: “Me fui a los 15 años y volví después de cumplir los 25. Forma parte de la cultura de los saharauis, si salimos y nos vamos lejos de nuestra familia, de nuestro país, es para volver con un diploma”, explica.

Feku Hamdan, de 30 años, estudió en Argelia antes de regresar a los campos de refugiados. “Aunque hubiera tenido la oportunidad, no me habría quedado a trabajar en Argelia, porque tengo que ayudar a mi gente. Nuestro gran objetivo es tener nuestro país. Nosotros los saharauis vemos nuestro futuro en nuestro pueblo”, confía. Hoy día, Feku Hamdan supervisa el programa “Vacaciones en paz”, establecido en 1979 para permitir a los niños saharauis ser acogidos durante el verano en familias españolas y en centros educativos de Francia e Italia, a través de asociaciones de amistad con el pueblo saharaui.

Para los niños refugiados, estas estancias les permiten alejarse de las temperaturas extremas del verano, pero también mezclarse con la población europea y aprender un nuevo idioma. Al mismo tiempo, se convierten en embajadores de la causa saharaui ante las familias que les acogen. Una apuesta de futuro.

El papel esencial de la diáspora

Aún más sorprendente es el proyecto de piscicultura desarrollado en 2019 por la asociación Triangle Génération Humanitaire a pocos kilómetros del hospital de Rabuni, un poco más cerca de la frontera que conduce al denominada Sahara “libre”, controlado por el Frente Polisario: “Es la primera piscifactoría en un campo de refugiados”, asegura Teslem Sidi, uno de los tres biólogos del equipo. Unas pocas palmeras dominan los edificios y los estanques de 40x20m que albergan peces del Nilo: “Aquí, el 100% de las personas empleadas son saharauis para permitir la integración profesional”, explica Teslem Sidi.

El año pasado, de septiembre a noviembre, la piscicultura permitió la producción de 1,3 toneladas de pescado haciendo posible el abastecimiento de todos los hospitales de los campamentos. El objetivo final es lograr ser autosuficiente y cubrir las necesidades de toda la población. Un proyecto socavado por la reducción de la financiación internacional de estos últimos años.

Esta disminución de la ayuda internacional es uno de los principales desafíos de la RASD, ya que afecta de lleno a los refugiados saharauis y hace recaer el peso de la ayuda financiera en la diáspora. De hecho, para algunas familias de refugiados, el dinero que aportan sus allegados asentados en Europa les permite reducir un poco su dependencia de la ayuda internacional: “No puedo ser artista ni bailarina, porque necesito tener un trabajo para mantenerme a mí y a mi familia”, precisa Tesh. Además de sostener económicamente a su familia, la joven, ingeniera informática en un gran banco español, también comenzó hace dos años a difundir, a través de las redes sociales, información dirigida a la sociedad civil española sobre la situación en los campamentos, el derecho internacional y la responsabilidad de España como potencia administradora.

Si ha vuelto a los campamentos tras diez años de ausencia, es para ver a su gente y aprender de sus luchas para poder hablar mejor de ellas. Porque la diáspora desempeña un doble papel: también lleva la voz del pueblo fuera de los campamentos y, al integrarse en la sociedad y la política occidentales, suscita la esperanza de que algún día se produzca un cambio a favor del pueblo saharaui.

This article has been translated from French by Patricia de la Cruz