Mujeres, trabajo y violaciones en grupo

 

El 16 de diciembre de 2012, una joven india fue víctima de una violación en grupo tan brutal que sus intestinos quedaron fuera de su cuerpo. La noticia de este suceso no sólo causó conmoción en la India, sino en todo el mundo.

En Delhi, una enorme efusión de indignación de la opinión pública acusaba a la policía, a la administración, a los dirigentes políticos de la India y a la sociedad en general.

Los manifestantes achacaban esta espantosa agresión sexual a su indiferencia, su incapacidad de brindar a las mujeres un entorno seguro, y su discurso ambiguo.

Los medios de comunicación quedaron libres de culpa gracias a su amplia cobertura tanto del incidente como de las manifestaciones de repulsa que siguieron, lo que sin lugar a dudas incentivaría las protestas.

Cada uno de los días durante los cuales la víctima lucho por su vida, miles de manifestantes la animaban, alabando su valor, enfrentándose a la policía y exigiendo el procedimiento sumario de los hombres acusados de haber cometido tal crimen.

Cuando finalmente perdió la batalla por su vida el 29 de diciembre, toda una nación estaba de luto.

El dramático silencio reinante durante las siguientes marchas infundió un aire más contemplativo a las protestas.

En el debate público que se produjo en torno al incidente, salieron a la palestra numerosas cuestiones que han venido siendo planteadas desde hace años por generaciones de activistas del movimiento de liberación de la mujer.

Se presiona al Gobierno indio para que se deje de aplazamientos – específicamente en relación con la ampliación del alcance de las leyes sobre agresión sexual, garantizando su aplicación, que se intensifique el castigo por violación y se eliminen los arcaicos procedimientos legales y de investigación que atropellan aún más a las víctimas.

Están aquellos, por supuesto, que se sitúan en el extremo opuesto de la balanza.

Una figura pública acusó a la víctima de ser “tan culpable como sus violadores… debería haberlos llamado ‘hermanos’ y suplicado que parasen”.

Otros líderes políticos y religiosos han aprovechado la atención despertada por este incidente como una plataforma para exigir que se prohíba que las niñas lleven faldas a la escuela.

Este tipo de declaraciones no son nada nuevo y las mujeres indias víctimas de casos de violación – al igual que en el resto del mundo – generalmente se enfrentan a reproches similares que las culpabilizan.

Lo que es nuevo, sin embargo, es que ya no se permite que ninguna de estas declaraciones quede sin respuesta.

Ha surgido una corriente de opinión cada vez más fuerte, hostil a la ideología de restringir la movilidad y las opciones de las mujeres con la excusa de protegerlas frente a agresiones sexuales.

En un país donde todavía no se han erradicado las castas ni las restricciones feudales comunitarias impuestas a las mujeres respecto a su movilidad – incluyendo su confinación generalizada a tener que llevar el velo – esto representa un avance social significativo.

Por otro lado, aunque han sido mujeres jóvenes y un número sorprendentemente elevado de hombres jóvenes quienes encabezaron las protestas contra las violaciones, nunca antes habían contado con tanto apoyo de sus padres y de otras generaciones.

Aunque no todo ese apoyo haya sido enteramente altruista.

La publicidad, las compañías de cosméticos y de la moda – que muchas veces promueven la mercantilización de la sexualidad de la mujer – también se sumaron a las voces que pedían respeto para las mujeres.

Del mismo modo, el gran empuje del apoyo y las reivindicaciones de cambio no impidieron que los medios de comunicación intercalasen durante su cobertura del caso anuncios en los que se muestra a las mujeres como un objeto sexual.

 

La mujer y la industria de servicios

Aunque los participantes en las protestas fueron esencialmente estudiantes y no trabajadores, también contaron con el apoyo de multitud de trabajadoras.

Las protestas sin duda reflejaban el sentimiento de profunda vulnerabilidad e inseguridad que padecen las mujeres trabajadoras en la India, especialmente teniendo en cuenta el número cada vez mayor de mujeres jóvenes que trabajan en el sector de servicios en zonas urbanas del país.

En la estela de la liberalización de la economía india, el crecimiento económico ha estado esencialmente impulsado por la industria de servicios, que representa actualmente el 57 por ciento del PIB de la India.

Aunque el aumento del empleo en servicios está muy lejos del crecimiento en el sector (cifras oficiales indican que el sector emplea apenas un 15 por ciento de la mano de obra total en lo que respecta a las mujeres y un 29 por ciento de los hombres), de hecho varias nuevas ocupaciones de servicios están empezando a abrirse a las mujeres.

Con la multiplicación de los centros comerciales, por ejemplo, han surgido numerosos puestos de trabajo en venta, oficinas, o incluso servicios de seguridad y limpieza.

Sin embargo estas asistentes en ventas, trabajadoras en hostelería, oficinas y restaurantes o incluso operadoras de centros de llamadas, tienen que trabajar hasta mucho más tarde que nunca antes.

Para muchas de ellas, trabajar tarde se ha convertido en una condición virtual de empleo, más que en una muestra de libertad. Otro prerrequisito es que sean jóvenes, lo que hace que resulten mucho más vulnerables a agresiones sexuales.

Un estudio de 2009-2010 sobre mujeres trabajadoras en Delhi (centrado en el sector privado) aporta una percepción bastante representativa del vínculo existente entre dicha vulnerabilidad, las condiciones de trabajo, y el acceso de las mujeres al empleo.

Muestra que el 92 por ciento de las mujeres empleadas en los nuevos puestos de venta y oficinas eran menores de 35 años, y que el 66 por ciento tenía menos de 25.

También es interesante constatar que la mayoría de estas trabajadoras (73 por ciento) responden a un determinado código vestimentario – casi todas usan ropa moderna como faldas, camisetas cortas o pantalones.

 

La ilusión de libertad

Una nueva forma de disciplina cultural de la mujer ha entrado por tanto en juego como parte de la apertura de estos nuevos puestos de trabajo.

Inicialmente podía tener el atractivo de una novedad no tradicional, pero en realidad está impuesta por los requisitos del empleador en lugar de tratarse de una opción personal.

Lo que es más importante, la inseguridad ocasionada por tener que trabajar hasta tarde quedaría reflejada claramente en la preocupación manifestada por esas mismas trabajadoras por el hecho de que no se les facilitase transporte pese a tener que trabajar en ocasiones incluso hasta las 21:00.

Tener que trabajar hasta tarde teniendo en cuenta la juventud de muchas de esas trabajadoras guarda relación con el tercer elemento que destaca respecto a las mujeres empleadas en estos nuevos empleos de ventas y oficinas – el hecho de que la mayoría de ellas no están casadas.

Otra ocupación que han venido ocupando las mujeres de clase media en áreas urbanas de la India ha sido la enseñanza, pero esos puestos se ajustan a un patrón algo diferente.

El estudio efectuado en Delhi indica que aunque mayoritariamente (97 por ciento) las docentes empleadas en la enseñanza con contratos formales estaban casadas, una mayoría casi igual de importante de aquellas con condiciones de trabajo informales estaban solteras.

En el extremo inferior de la escala socio-económica, la mayoría de las trabajadoras empleadas en fábricas (76 por ciento) en Delhi estaban casadas.

Entre las trabajadoras del hogar externas la cifra de mujeres casadas es aún mayor (92 por ciento), mientras que las internas en general estaban solteras.

Cabría preguntarse por qué el estado civil de las trabajadoras debería resultar relevante en este debate. La cuestión es que si las condiciones de trabajo excluyen a la mayoría de las mujeres indias, que de hecho están casadas, ello implica que una proporción cada vez más reducida de mujeres tienen realmente acceso al empleo.

La ausencia de esta masa crítica únicamente sirve para poner de relieve su vulnerabilidad ante el acoso sexual en los lugares de trabajo, particularmente en el transporte público para ir a trabajar.

Es efectivamente el caso que queda de manifiesto en el estudio antes citado, donde casi todas las mujeres en todas las categorías indicaron haber experimentado algún tipo de abuso sexual, aunque en distintos grados, en la calle o especialmente en autobuses o paradas de autobús.

Además, pese a una sentencia de 1997 del Tribunal Supremo de Vishaka solicitando el establecimiento de comités sobre acoso sexual en los lugares de trabajo, ninguna de las trabajadoras entrevistadas confirmaría la existencia un comité de este tipo.

El dictamen de Vishaka se produjo como respuesta a la violación de una trabajadora social por un grupo de individuos en Rajastán, exactamente veinte años del último incidente registrado en Delhi.

Además muestra limitaciones, incluyendo la ausencia de mecanismos que pudieran aplicarse a las trabajadoras en la economía informal.

Con todo, el estudio sobre Delhi demuestra que la sentencia ha sido ignorada incluso ahí donde podría haberse aplicado.

¿No guarda esto relación directa con el bajo número de mujeres que trabajan?

¿No está vinculado a que el porcentaje de mujeres trabajadoras de más de 15 años haya descendido en Delhi pasando de una cifra ya bastante baja del 13,2 por ciento en 1993-94 a una tasa abismal del 7,3 por ciento en 2009-10?

¿No está relacionado con la inquietante reducción en el número de mujeres trabajadoras en India, en más de 21 millones durante la media década anterior a 2009-10, tal como se desprende de las estadísticas nacionales sobre empleo?

¿Podrían las expresiones más recientes de una falta general de valoración hacia la mujer desligarse del hecho de que la mano de obra esté empezando a ser predominantemente masculina?

Las conexiones son evidentes, por lo tanto para incrementar la seguridad de las mujeres en los espacios públicos, India debe abordar y revertir la reducción en el número de mujeres trabajadoras.

La desvalorización del trabajo de la mujer está inexorablemente vinculada a la desvalorización de la mujer en la sociedad.