Alemania: el dumping social de carne y hueso

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En Bélgica, el ministro de Economía Johan Vande Lanotte y la ministra de Empleo Monica De Coninck, del partido socialista flamenco SPA, presentaron la semana pasada a la Comisión Europea una demanda contra las autoridades alemanas por causa de dumping social.

Las empresas belgas del sector de la carne se reestructuran y trasladan a Alemania porque no pueden soportar la competencia desleal.

Ya estuvo bien, a juicio de los ministros Vande Lanotte y De Coninck.

En Alemania, trabajadores procedentes de Europa del Este, en su mayoría de Rumania y Bulgaria, trabajan en toda legalidad por salarios de hambre, es decir, por menos de cinco euros la hora, más de diez horas al día, en los mataderos. No están cubiertos por la seguridad social ni por el sistema de seguro médico.

Las empresas belgas del sector cárnico se sienten impotentes ante esta competencia que consideran desleal. La mayoría de estas empresas explica que no tienen otra opción que reestructurarse y/o trasladar parte de su negocio a Alemania.

Johan Vande Lanotte explicó al diario belga Le Soir del 19 de marzo que “Una de ellas (empresas cárnicas) ya no corta la carne en Bélgica, solamente corta las carcasas en cuatro y las envía a Alemania. Allí la cortan trabajadores con salarios muy bajos, lo que resulta mucho más rentable. Estas prácticas son inaceptables”.

La iniciativa de ambos ministros fue recibida con satisfacción por el Colectivo contra el dumping social en Europa, el cual ya había presentado la misma denuncia en 2011 en nombre del sector cárnico francés.

Por ahora, la única respuesta de parte de la Comisión Europea es la propuesta de una nueva directiva sobre la aplicación de las disposiciones relativas al desplazamiento de los trabajadores.

Esta respuesta ha sido considerada como bastante tibia por parte de numerosos observadores que esperan más de Europa.

Alemania se defiende afirmando que está en conformidad con las Directivas europeas que permiten a nacionales del Este trabajar en Alemania como “trabajadores desplazados” con carácter provisional.

Por su parte, las autoridades belgas sostienen que abundan los casos de fraude y que un impresionante número de rumanos y búlgaros viven en Alemania permanentemente y se ven sometidos a condiciones lamentables.

También en Le Soir, el ministro de Economía del Estado federado de Baja Sajonia, Olaf Lies, confesó su impotencia: “El problema existe desde hace cuatro años, pero está adquiriendo proporciones enormes”.

Asimismo, manifestó su satisfacción ante la iniciativa de los ministros belgas ante la Comisión Europea: “Si el problema adquiere una dimensión europea, la presión será mayor y habrá posibilidades de que la situación evolucione. Ya es hora. Se espera que la Europa social reduzca las diferencias. En este caso, las incrementa.”

Entre tanto, los sindicatos alemanes, incluyendo el NGG, luchan para defender a estos trabajadores del Este sometidos a terribles condiciones de trabajo.

La batalla no parece fácil en vista de la renuencia de las autoridades alemanas, a lo que se añade que la legislación no facilita el establecimiento de controles eficaces.

Alemania, y particularmente su economía, son mostradas por muchos como ejemplo. Basta mirar un poco más detenidamente para darse cuenta de que algunas de las prácticas relacionadas con el mundo del trabajo no son muy distintas a lo que ocurre en China.

¿Se ha convertido Alemania en un coloso con pies de barro?