Hollande debe defender la “libertad, la igualdad y la fraternidad” en Qatar

 

En el momento en que François Hollande se prepara para hacer una visita a Qatar este 23 de junio, lo más probable es que las empresas de construcción francesas se movilicen ejerciendo presión para llevarse una gran tajada de los 100 mil millones de dólares estadounidenses que el estado del Golfo prevé invertir en proyectos de infraestructura para preparar la celebración de la Copa Mundial en 2022.

Aun cuando el presidente Hollande, como todo jefe de Estado, tiene derecho a promover la industria nacional, también debe al menos mencionar las condiciones de esclavitud en las que vive gran parte de los trabajadores y trabajadoras de Qatar.

La mayoría vive en campos de trabajo insalubres donde una docena de hombres se hacinan en una pequeña y sofocante habitación y comparten un solo baño con otras 40 personas.

En verano, el calor suele superar los 45 grados en la desértica península, y los trabajadores de la construcción, que levantan con sus manos estadios, rascacielos, y ahora un importante proyecto ferroviario (donde las empresas francesas son los principales contratistas) deberían recibir salarios superiores a los 220 dólares por mes, disfrutar de los derechos fundamentales de negociación colectiva y elegir libremente dejar su empleo.

Qatar, el país más rico del mundo per cápita, gracias a sus ingentes exportaciones de gas natural, no cumple ninguna de estas normas fundamentales internacionales en lo que se refiere a las condiciones de trabajo. Esta sistemática injusticia resulta aún más flagrante ante la riqueza casi inimaginable de la población nativa.

El 10 por ciento de los 300.000 ciudadanos de Qatar son millonarios, la mayor concentración en el mundo de personas con ingresos de siete cifras.

Representando menos del 15 por ciento de la población de 1,9 millones de personas, los nacionales de Qatar se encuentran entre los seres humanos más privilegiados de la historia de la humanidad.

En el marco del sistema kefala, los trabajadores extranjeros no pueden dejar el país sin un permiso de salida, un documento de migración informatizado controlado por su empleador.

Otros países del Golfo, como Kuwait, Bahrein y los Emiratos Árabes Unidos no utilizan un sistema de control tan draconiano.

 

Zahir Belounis

No son solamente miles de trabajadores y trabajadoras de bajos salarios los que se ven afectados por el represivo sistema de kefala de Qatar.

El futbolista francés Zahir Belounis se encuentra atrapado en Qatar, junto con su esposa e hijas, sin salario ni derecho a salir, desde hace 23 meses.

Los qataríes le dieron una ciudadanía temporal para que jugara con el equipo nacional en un torneo militar internacional.

Después de ese evento, jugó en algunos equipos locales antes de que surgiera un conflicto sobre el equipo en el que iba a jugar finalmente. Ahora se encuentra varado en una especie de limbo permanente. El presidente Hollande debería exigir, por lo menos, que se le permita regresar a su país.

Francia tiene un poder de negociación de naturaleza única con los qataríes. Qatar cuenta en su territorio con una importante base aérea de EE.UU. además de permitir a las fuerzas estadounidenses utilizar su territorio para lanzar la invasión de Irak en 2003.

Sin embargo, a pesar de la protección del Tío Sam, a Qatar le preocupa que los estadounidenses respalden a sus rivales en Arabia Saudita en caso de que un conflicto que existe desde hace mucho tiempo entre los dos vecinos estallara de nuevo.

Para proteger sus bazas, Doha ha vuelto los ojos a París en búsqueda de garantías de seguridad en una zona en la que Irán ocupa un lugar preponderante y como refugio seguro para la inversión de sus petrodólares.

En los últimos años, los qataríes han adquirido varios activos franceses, incluyendo el club de fútbol más rico de Francia, el París Saint-Germain, derechos de difusión de eventos deportivos, parte de la empresa petrolera Total y el grupo de la industria del lujo LVMH, el Hotel Concorde Lafayette en París y varias otras propiedades de alta gama, a menudo con exenciones fiscales especiales.

Incluso han logrado persuadir al ex presidente Nicolás Sarkozy para que haga las veces de “asesor de inversiones” de Qatar por un importe, según se ha dicho, de tres millones de euros al año.

 

Ostracismo

Si el presidente Hollande realmente está dispuesto a defender los valores franceses, debe exigir que se ponga fin de inmediato al sistema kefala para que los trabajadores y las trabajadoras tengan la posibilidad de formar organizaciones independientes para negociar colectivamente con los empleadores.

Si el precio político para conseguirlo es demasiado alto, puede exigir al menos que se ponga fin al sistema de autorización de salida y pedir un procedimiento de quejas para tramitar las denuncias de abusos por parte de los trabajadores, incluidos los ciudadanos franceses.

Si la monarquía absoluta de Qatar sigue negándose a cumplir con las normas fundamentales internacionales debe ser condenada al ostracismo de la comunidad internacional.

Permitir que un Estado represivo y rico en petróleo sencillamente compre su legitimidad en París y en otros países envía un mensaje muy negativo.

Qatar es muy consciente del dudoso trato interno que reserva a los extranjeros y ha estado tratando de comprar amigos en el exterior para compensar la represión en el país.

En un intento por impulsar el “poder de persuasión” del Estado, los responsables de Qatar han estado invirtiendo en proyectos políticos internacionales, como el apoyo al presidente islamista de Egipto Mohamed Morsi y a su homólogo tunecino de los hermanos musulmanes Ennahada.

Asimismo, se habla de que Qatar también ha apoyado a los rebeldes fundamentalistas que están luchando en Mali contra los soldados franceses.

Como parte de su tentativa de comprar un apoyo específico, Qatar tiene previsto invertir 50 millones de dólares en los suburbios esencialmente musulmanes de París con el pretexto de fomentar el “desarrollo económico”.

Si el objetivo fuera realmente sacar a la población de la pobreza, un observador sensato podría suponer que Qatar invirtiera más cerca de su país, en Somalia, Yemen o Chad, por ejemplo, en lugar de hacerlo en uno de los países más ricos del mundo.

Sin embargo, el objetivo de la generosidad financiera de Qatar en los suburbios de París parece ser más político que humanitario, o incluso económico.