La formación es clave para un modelo de agricultura diferente

La formación es clave para un modelo de agricultura diferente

In this image from 2015, students from Portugal and Indonesia prepare a meal with farm produce from Earth University – a global reference in agroecology education – based in India.

(Navdanya International)

En 1909, los químicos alemanes Fritz Haber y Carl Bosh desarrollaron un proceso que permitía, por primera vez, producir amoniaco a gran escala a partir de nitrógeno atmosférico. Este invento resolvió uno de los principales rompecabezas de la agricultura: la carencia de nitrógeno, un nutriente primario de las plantas necesario para la producción de proteínas y clorofila, y clave en la fotosíntesis. Se franqueaba así una de las grandes barreras que habían limitado las cosechas hasta entonces, dando alas a una intensificación e industrialización de los cultivos nunca vista antes.

Pero a medida que se profundizaba en el desarrollo de la agricultura industrial y se evidenciaba toda una serie de perjuicios para las personas y el entorno, surgían voces discordantes que pedían modelos alimentarios con un menor impacto medioambiental y social. Voces que proponían diferentes soluciones pero que desde el principio tuvieron una idea clara en común: la importancia de la formación a la hora de cambiar el modelo.

Así, el austriaco Rudolf Steiner sentó las bases de la llamada agricultura biodinámica, el primer movimiento de agricultura orgánica, con una formación, ‘Curso de agricultura’, impartida por primera vez en 1924, y después convertida en libro. Poco después, en el otro punto del planeta Masanobu Fukuoka desarrolló su propio método, en el que, además de no usar fitosanitarios, abogaba por una intervención mínima en el terreno, y también estableció una granja-escuela en Japón para enseñarlo.

Desde entonces, la formación ha sido una constante, y hoy en día, sigue viva en los cientos de centros de enseñanza, algunos formales, y otros informales, que alrededor del mundo muestran las diferentes versiones de agricultura libre de fitosanitarios. “Hoy, en un momento de crisis múltiples intensificadas por la globalización, necesitamos alejarnos del paradigma de la naturaleza como algo inerte. Tenemos que ir hacia un paradigma ecológico, y para esto, la mejor profesora es la propia naturaleza”, aseguraba la reconocida activista Vandana Shiva en la presentación de su Universidad de la Tierra, un centro de enseñanza que abrió en 2001 en India para estudiantes de todo el mundo y que es una referencia en la enseñanza de la agroecología.

Este centro, que ha inspirado otras escuelas similares, está ahora replicando el modelo en Europa “donde también hay problemas con el modelo industrial de agricultura” y han empezado formaciones en Italia, explican desde la organización Navdanya International, fundada por Vandana Shiva.

La Universidad de la Tierra no es la única iniciativa en Asia. Uno de los centros más antiguos es el Asian Rural Institute (ARI), de vocación cristina, que funciona en Japón desde 1973. En el Sudeste Asiático, la organización ALiSEA (Agroecology Learning alliance in South East Asia) ofrece formaciones a agricultores de la región con financiación del gobierno francés y la Unión Europea.

Por su parte, la Asian Farmers’ Asociation (AFA), fundada en 2002, tiene como uno de sus principales objetivos mejorar los conocimientos de los agricultores para que adopten prácticas más sostenibles en los 16 países asiáticos en los que trabaja. Hay también iniciativas personales promovidas por agricultores convencidos como el Pun Pun Center for Self-Reliance de Tailandia, que ha formado a más de 100.000 agricultores desde 2004 gracias al empeño de su fundador, el agricultor Jon Jandai. O promovidas por gobiernos regionales, como la Liga de Municipios, Ciudades y Provincias de Agricultura Orgánica de Filipinas (LOAMCP-Ph).

En América Latina, Miguel Altieri, profesor emérito en agroecología de la Universidad de Berkeley, asegura que la formación es especialmente importante para revertir la “descampesinización” de la agricultura que se ha producido. “En América Latina, se calcula que hay como 20 millones de familias campesinas, de las cuales un cuarto aún mantienen los sistemas tradicionales, sobre todo en la zona andina, en la zona de mesoamérica y en algunas partes del trópico húmedo bajo. Los demás se convirtieron a la Revolución Verde [agricultura intensiva con organismos modificados genéticamente], pero ahora están volviendo”, explica Altieri. “Para ello, ha habido mucho trabajo de rescate del conocimiento tradicional que ya está sistematizado”.

En esta labor, destacan los Institutos de Agroecología Latinoamericana (IALA) y otros centros similares creados por la Vía Campesina (LVC) y la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC) en diversos países de América Latina.

“En los Institutos Latinoamericanos de Agroecología los jóvenes estudian con el compromiso de volver a la tierra. Pero no solamente tienen una formación técnica, sino que tienen también una formación política para entender por qué sus padres se tuvieron que ir de la tierra, por qué sus padres son pobres y cómo ellos pueden de alguna manera revertir esa situación”, explica Altieri.

Para el agroecólogo esta es una diferencia fundamental con otros modelos no convencionales ya que “la agroecología no es sólo un conjunto de prácticas agrícolas” sino que tiene implicaciones que van más allá, como el acceso a tierra y al consumo, la autonomía de los agricultores, o los mercados justos. “Es toda una transformación social y política”, explica.

En África, Ibrahima Seck, coordinador de la Federación Nacional para la Agricultura Biológica (FENAB) de Senegal, una organización paraguas para iniciativas que promueven la agroecología y la agricultura ecológica en el país, apunta a la colonización europea como una de las principales razones de la intensificación de la agricultura. “Con la colonización, había cultivos de rentas, como el algodón o el cacao, que se producían según las necesidades de las metrópolis. Y nuestros gobiernos, tras la independencia han reproducido el modelo”, asegura.

Y eso hizo que se perdieran los saberes tradicionales.

“Para nosotros, la base fundamental de la agricultura biológica son los conocimientos endógenos de nuestros padres. Y ahora hay que volver a enseñarlos”, continúa Seck. El modelo replicador de la FENAB se centra en el ‘maestro formador’, una persona que ha recibido formación para enseñar a otros maestros en agricultura ecológica. “Hemos formado a más de 42 maestros, que a su vez han formado cada uno a 50 multiplicadores, es decir, agricultores líderes que son capaces de reproducir la formación en sus lugares de origen”, explica Seck. La iniciativa de la FENAB forma parte de un programa más amplio del Knowledge Centre for Organic Agriculture in Africa (KCOA) que se ha puesto en marcha en doce países del continente africano. Similar es la Ecological Organic Agriculture Initiative (EOA-I), apoyada por la Unión Africana y la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación, que ha formado a 10.000 agricultores en 8 países.

No hay datos exactos sobre cuántos agricultores se forman cada año en el mundo, no obstante, y como pista, el número de agricultores certificados como ecológicos que recoge la Federación Internacional de Movimientos de Agricultura Orgánica (IFOAM) va en aumento. Y aunque muchos de los agricultores no convencionales nunca llegan a tener una certificación, los que sí la tienen han pasado de los 200.000 en 1999 hasta los 3,7 millones en 2021, sobre todo en países del sur global como India, Uganda y Etiopía.

Un modelo basado en la cooperación

Sonja Brodt, coordinadora para Agricultura y Medio Ambiente del Programa de Investigación y Educación para la Agricultura Sostenible de la Universidad de California, tiene muy claro que una de las claves para construir un sistema alimentario más sostenible es la cooperación. Una cooperación que permita no solo afianzar el trabajo de los agricultores, sino que impulse la innovación para encontrar nuevas soluciones.

“Algo que ayuda a la innovación es que haya diferentes personas que aporten diferentes perspectivas”, asegura la científica. Brodt lidera un proyecto de granja de demostración en California que enseña cómo mejorar la salud del suelo y la resiliencia climática pero que busca también promover la innovación entre agricultores y otros actores. En esas llamadas “redes de innovación”, los científicos, como ella, tienen su propio papel. “La observación es clave en la ciencia y es algo que los agricultores ya hacen”, explica. “La ciencia lo que hace es sistematizar esas observaciones y llevarlas a otros contextos. También podemos hacer algunas observaciones más profundas gracias a los instrumentos que tenemos”, explica Brodt.

Para Loren Cardeli, uno de los fundadores de la ONG internacional A Growing Culture (AGC), este cambio de modelo no se dará a menos de que se cambien las narrativas y se deje de relacionar la agricultura industrial como el único sistema capaz de alimentar a una población creciente. “Tenemos todas las evidencias de que la agroecología es mejor para las comunidades y más eficiente”, asegura Cardeli.

“De todos los monopolios que la agricultura industrial tiene, el monopolio más poderoso que tiene es el monopolio del miedo”, añade. Para conseguir este cambio de narrativa, AGC ofrece apoyo a los agricultores para llegar a los medios y formaciones para que sepan contar sus propias historias. “Apenas hay organizaciones dedicadas a las narrativas y la comunicación de este cambio cultural”, asegura Cardeli. “Y esto es muy necesario para adoptar un modelo de agricultura que priorice las personas sobre los beneficios”, concluye.

This article has been translated from Spanish.