La revolución global de la música latina y su carga social

La revolución global de la música latina y su carga social

There is a significant social component behind the success of sounds like reggaeton and artists like Puerto Rico’s Bad Bunny, ranging from the rejection of the insults directed at Latino migrants by President Donald Trump to its empowerment of a community. J Balvin (left) and Bad Bunny (right) perform Qué Pretendes (Who do you think you are?) at the 2019 MTV Video Music Awards.

(AFP/Angela Weiss)

Quién podría imaginar que un cantante puertorriqueño sería capaz de desafiar al líder del país más poderoso del mundo. O que el reggaetón iba a jugar un papel fundamental en las marchas que sacudieron América Latina a finales de 2019. Lo que hace tan sólo unos años era impensable, hoy es una realidad. La revolución global de los sonidos latinos está generando un profundo cambio en la sociedad contemporánea.

Para comprender el impacto de este fenómeno hay que retroceder al 9 de noviembre de 2016, cuando Donald Trump se convierte en presidente de Estados Unidos. “México nos envía a la gente que tiene muchos problemas, que trae drogas, crimen, que son violadores”, había espetado durante la campaña que le llevó a la Casa Blanca. En paralelo promete construir un muro y devolver a “los indeseados” a su lugar de origen. Su ataque contra la comunidad latina es constante, público y virulento.

Por aquel mismo 9 de noviembre de 2016, Benito Antonio Martínez Ocasio no es más que un joven de Puerto Rico que trabaja en un supermercado y sueña con dedicarse a la música. Cuatro años después, Bad Bunny (su nombre artístico) es quizá la estrella de la música más influyente del mundo, mientras Donald Trump se enfrenta a las urnas en el peor momento de su mandato, criticado por su gestión de la pandemia de coronavirus y con el movimiento Black Lives Matter en su contra.

“Donald Trump presidente del racismo. Tu odio y tiranía, eso sí es terrorismo. Que la lucha no pare, que nadie baje su puño, que sepan que estamos en casa, que este es nuestro terruño”, proclama la estrella de 26 años en una entrevista para Time.

Lo excepcional del caso no es tanto que un artista que canta en español critique al gobernante de un país poderoso —eso ha sucedido otras veces en la historia reciente— sino el impacto real que puedan tener sus palabras.

Igual que años atrás las declaraciones de cantantes negros como Jay-Z y Beyoncé impulsaron a Barack Obama a la presidencia, hoy son muchos los que confían en que figuras latinas como Bad Bunny influirán en las elecciones del 3 de noviembre en Estados Unidos, donde viven más de 60 millones de latinoamericanos.

La comunidad

“La presencia de los latinos en este país existe desde hace varias generaciones, son parte cada vez más importante de la sociedad más allá del problema horrible de racismo que existe hoy contra los migrantes que vienen desde Centroamérica”, dice Tomas Cookman, quizá la figura de origen latino (nació en Nueva York, de sangre puertorriqueña) más influyente de la música global como fundador del sello Nacional Records y responsable de LAMC, el ciclo de conferencias de referencia sobre música latinoamericana.

Para este visionario empresario —que se ha adelantado a varios de los fenómenos que han marcado la cultura popular de las últimas décadas— pese a que siempre ha habido figuras latinas de la música con un alcance internacional: Shakira, Gloria Estefan, Enrique Iglesias, “nunca hubo tantas como ahora con influencia en otros países”.

Cita la portada que dedicó la revista estadounidense Rolling Stone a Bad Bunny en junio de este año o el peso de figuras como el reggaetonero colombiano J Balvin y la cantante española de flamenco de vanguardia Rosalía, quienes a través de sus redes sociales (donde les siguen millones de fans) moldean cada día los gustos de la juventud.

Esa creciente influencia de las nuevas estrellas latinas de la música es objeto de estudio de la ecuatoriana Priscila Álvarez. “Sus canciones no son piezas culturales construidas de la nada, muestran unos códigos concretos que conectan con la juventud y crean unas identidades”, apunta. Esta investigadora de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, matiza sin embargo que los mensajes que lanzan estos artistas no siempre van contra el sistema. Compara su salto al mainstream (y cómo sus contenidos se blanquean y uniforman para triunfar) con lo que sugieren las teorías de la socióloga Rosalind Gill, que advierte del peligro de convertir una lucha como el feminismo en una moda.

Pero lo cierto es que ya se habla de un “latin gang” o de “la comunidad” para referirse a estos artistas que saltaron a la fama durante los años de la presidencia de Trump sin realmente tener nada en común más allá de ese sentimiento de compartir un origen y un idioma.

“Es la primera vez en la historia de la música que el español tiene tanto protagonismo, eso nos da un gran poder a los artistas latinos”, dice Nathy Peluso, una cantante argentina que vive en España desde hace varios años y cuenta con más de un millón de oyentes mensuales en su perfil de Spotify.

Primavera latinoamericana

Cuando en el verano de 2019 aparecieron imágenes de las manifestaciones en Puerto Rico encabezadas por Ricky Martin, Bad Bunny y Residente (del grupo Calle 13) algunos pensaron que era una anécdota sin importancia. Nada más lejos de la realidad: aquella sería conocida como “la revolución del reggaetón” por la importancia de canciones como Afilando los cuchillos. Las movilizaciones desembocaron en la dimisión del gobernador Ricardo Roselló.

Esa ola de rechazo contra las élites al mando se contagió durante la segunda mitad de 2019 a otros países de la región y los medios empezaron a hablar de una “primavera latinoamericana” en referencia a las protestas que sacudieron el mundo árabe entre 2010 y 2012. De repente, la nueva música latina saltó a la política.

“Algo está cambiando, nunca antes el gobierno nos había tomado en serio. La energía que hay en estas marchas es la de una nueva generación que exige un cambio y en esa revolución los artistas debemos estar presentes”, decía en octubre del año pasado el rapero chileno Gianluca, mientras las calles de su país ardían literalmente por la represión de los militares.

Con sólo 23 años, Gianluca fue uno de los jóvenes que grabaron una nueva versión del clásico revolucionario de Víctor Jara El derecho de vivir en paz para dar ánimos a los protestantes. Poco después su compatriota Mon Laferte apareció en la ceremonia de los Grammy Latinos en Las Vegas, donde fue una de las ganadoras de la noche, con los senos al aire y un mensaje: “En Chile torturan, violan y matan”.

En todos los casos las estrellas de la música locales contribuyeron a la masificación de las protestas, ya fuera a través de himnos cantados o prestando su imagen para la lucha.

En Ecuador resonaron las caceroladas en las calles con el apoyo de artistas como Mateo Kingman y Huaira, en Bolivia las protestas indígenas fueron al son de las canciones de Kaypi Rap y MZ Racheal La Dama mientras en Colombia Edson Velandia y Totó La Momposina hicieron suyo el grito de “¡El pueblo no se rinde, carajo!”.

“Siento que existe una desconexión de todos los gobiernos latinoamericanos frente a las necesidades reales del pueblo. Es importante que la gente se manifieste para pedir más atención de los que mandan”, decía entonces el colombiano Juanes. “Hoy en día lo que puedan decir estos artistas tiene un impacto enorme, hay mucha gente escuchando sus opiniones, especialmente los más jóvenes”, reflexiona Cookman.

Reggaetón: el pegamento integrador

Aunque el empuje de la primavera latinoamericana se frenó por la emergencia sanitaria de la COVID-19, la explosión de la música latina todavía no ha encontrado su techo. “Los números nunca engañan y muestran un crecimiento tremendo en los últimos años”, dice Inma Grass, responsable de Altafonte, una distribuidora con presencia en varios países de América del Sur, España, Portugal, México y Estados Unidos.

Para ilustrar el creciente peso de lo latino en la industria millonaria de la música (y, con ello, en las sociedades), esta experta cuenta una anécdota: “Conozco desde hace décadas el trabajo de las multinacionales y el foco siempre había estado en lo anglosajón hasta que hace algunos años empezaron a mirar hacia lo latino como un mercado más que apetecible”.

La confirmación llegó durante el descanso de la Super Bowl en febrero de este año, un acontecimiento que siguen millones de personas: cuatro latinos (Shakira, Jennifer Lopez, Bad Bunny y J Balvin) pusieron a bailar y a comentar, en directo y en diferido y en las mayores redes sociales a medio planeta.

Plataformas como Spotify se han encargado de democratizar el acceso a la música y de crear una nueva identidad compartida: la de un público potencial gigantesco que ahora quiere escuchar música en su idioma, el español.

En todo ese giro latino ha sido clave un ritmo sudoroso y pegadizo que nació en Panamá y se popularizó en Puerto Rico y que ha cargado tradicionalmente con el estigma de la violencia y el machismo: el reggaetón.

“El tema del orgullo latino está muy presente en la música contemporánea, incluida la de España, basta con hablar el mismo idioma. Eso, vinculado al presente, está simbolizado por el reggaetón. Tiene un elemento de patriotismo, que va desde la oposición a Trump hasta empoderar las tradiciones de cada región”, argumenta la investigadora Álvarez.

DJ Flaca, una argentina que llegó a España cuando era joven, ha vivido en sus propias carnes ese cambio de percepción hacia el reggaetón (al menos, desde la modernidad). Sufrió racismo en el colegio, tuvo miedo de pinchar en sus fiestas los éxitos de Don Omar y hoy es un icono de la nueva escena que arrasa entre la juventud por sus sesiones de reggaetón.

“Estamos viviendo una diáspora creativa: es el momento en el que los hijos de migrantes vivimos, existimos y hacemos música fuera de nuestros países, mezclando todo con todo, conectando con los españoles de nuestra generación”, dice esta artista, de nombre real Sofía Conti.

El profesor de antropología social de la Pompeu Fabra Carles Feixa lleva desde 2005 analizando las culturas juveniles y cree que el reggaetón hoy es un pegamento que une a distintos sectores de la sociedad, sin importar el color de la piel, la orientación sexual o el poder adquisitivo. “Ha salido del gueto favoreciendo la inclusión”, dice.

En ciudades europeas que reciben migración latina como Madrid, Barcelona, Valencia, Lisboa, Turín, Milán, Génova o Berlín sonidos como el reggaetón unen en los parques y en las fiestas nocturnas a jóvenes locales junto a dominicanos, colombianos, hondureños o ecuatorianos.

“Esta nueva ola representa una nueva forma de entender el mundo. El público creó este movimiento y mezcló a gente que no tenía nada en común más allá de disfrutar del baile, se abrió a todos sin importar que tengas la piel más o menos morena”, dice la chilena Tomasa del Real, creadora del género “neo perreo”.

La incógnita es: ¿por qué sigue despertando una reacción tan agresiva en su contra? Después de bailarlo desde que era adolescente y, años después, tratarlo como un objeto de estudio, Álvarez tiene una respuesta: “desde España hay un componente de racismo, de despreciar lo que viene de fuera, y en países como el mío, o en otros de Latinoamérica, el rechazo viene desde lo económico, como un marcador de la clase social”.

Concuerda con ella Mala Rodríguez, uno de los nombres más importantes del hip hop en español. “Durante años la música latina, en general, se ha sentido en España como algo menor, se ha mirado por encima. Por suerte eso empieza a cambiar pero a algunos les cuesta aceptar al reggaetón. No se dan cuenta de que en el fondo hay un problema de racismo, se creen más cultos por escuchar rock”.

Mientras el género se abre camino, hay quien se pregunta si acaso no será sólo una tendencia pasajera. “Si es una moda, lleva ya muchos años. Todo es cíclico, llegarán otros géneros pero el reggaetón seguirá evolucionando, ramificándose en tendencias diferentes, mezclándose con electrónica, hip hop y otros tipos de música”, apunta Grass.

Tomas Cookman lo tiene claro: “la explosión de la música latina ha venido para quedarse”. Y va más allá del reggaetón, desde el dembow dominicano hasta la electro cumbia andina. Piensa que es un fenómeno similar al del hip hop en Estados Unidos a finales de los 70, una expresión de la calle que nació a partir de migrantes latinos y afro y se convirtió en parte de la cultura popular con una fuerte carga social. “Es un fenómeno imparable”, advierte.

This article has been translated from Spanish.