Las empresarias afganas intentan sortear las sanciones internacionales y a los talibanes desde sótanos y trastiendas

Las empresarias afganas intentan sortear las sanciones internacionales y a los talibanes desde sótanos y trastiendas

The workshop of Khadija Rahimi (not her real name), an Afghan businesswoman who makes and sells artisanal carpets for export from an old boiler room, photographed on May 23 2023. With the Taliban back in power, and tough restrictions on women’s rights in place, many female entrepreneurs have relocated their factories out of sight, into basements and backrooms.

(Francesca Borri)

Detrás de dos puertas de hierro y tras bajar un estrecho y empinado tramo de escaleras puedo ver un sótano. Al entrar, me golpea el traqueteo metálico de las máquinas de coser Singer, un sonido que producen seis costureras en una de las fábricas afganas secretas gestionadas por mujeres.

Cuando los talibanes tomaron de nuevo el poder en agosto de 2021, dos décadas después de haber sido derrocados por las fuerzas lideradas por EEUU, Zahra Shah* se vio obligada a cerrar su taller en el centro de Mazar-i-Sharif, la cuarta ciudad más grande de Afganistán, situada en la zona norte del país. Como precaución, se mudó al sótano de un discreto edificio de apartamentos a las afueras de la ciudad. Shah inició su negocio por primera vez hace diez años, con tan solo 100 dólares estadounidenses; hoy en día cuenta con 16 empleadas que producen sus codiciados vestidos.

Sin embargo, su éxito se ha visto limitado por acontecimientos que no puede controlar. “Ahora vendo en línea y no en mi taller. Vendo por Instagram. Pero no resulta fácil”, se lamenta. Para las ventas en línea se necesitan unas técnicas de comercialización que no domina, así como tiempo y recursos. Shah nos explica que sus ingresos se han reducido a menos de la mitad en los últimos dos años, lo cual refleja la situación económica del resto del país.

Durante el primer año de gobierno talibán, la economía afgana perdió 5.000 millones de dólares, borrando de un plumazo los anteriores diez años de crecimiento. Una de cada tres empresas tuvieron que cerrar y las mujeres sufrieron las peores consecuencias de la crisis: la cifra de mujeres desempleadas aumentó un 25%.

Aunque en un principio la comunidad internacional mostró su indignación debido a las graves restricciones de los derechos de la mujer por parte de los talibanes, el gobierno islamista destruyó rápidamente años de avances en el ámbito de la igualdad de género. Por ejemplo, han prohibido a las mujeres estudiar en las universidades y trabajar en las ONG y han limitado drásticamente su acceso a la educación, la sanidad pública, la vivienda, el empleo y la justicia. Después de una visita a Afganistán en mayo, los expertos de la ONU describieron “una situación extrema de discriminación de género institucionalizada” que “no tiene parangón en ningún otro lugar del mundo”.

Sin embargo, sobre el terreno, Shah se lamenta de que dichas palabras de condena no se hayan materializado en medidas prácticas. “Se habla mucho de las mujeres afganas y de la solidaridad, pero en la práctica la única ayuda que podemos recibir es un visado Schengen para salir del país. ¿Para qué? Aquí he creado mi propio espacio. ¿Qué haría en Europa? ¿Producir vestidos afganos que nadie quiere comprar?”, se pregunta. “Iré algún día, pero como diseñadora. No como refugiada”.

Las sanciones son “un desastre”

Mazar-i-Sharif tiene el mismo aspecto de siempre. Su nombre significa ‘el Noble Sepulcro’, pues, según creen, en su famosa mezquita Azul del siglo XV está enterrado Alí, el fundador del islam chiita.

Hoy en día, la ciudad es un hervidero de peregrinos las 24 horas del día durante todo el año, pero en las calles solo hay hombres. Eso no significa que todas las mujeres estén metidas en casa. Muchas de ellas están ocupadas trabajando en el subsuelo, literalmente: en sótanos, bodegas, al fondo de los patios o en la parte trasera de las oficinas.

Algunas de estas mujeres dirigen sus propios negocios. Islamic Relief, una ONG con sede en Londres, ha ofrecido una mano amiga a aquellas cuyos negocios se fueron a pique desde que los talibanes regresaron al poder. En colaboración con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), hace poco apoyó a 400 mujeres empresarias con 1.000 dólares a cada una. Este dinero lo han utilizado para reabastecerse de tejidos o fertilizantes. Para renovar los telares o convertir un terreno baldío en un huerto o un almacén en un taller de orfebrería. Básicamente, ofrecen a las mujeres con empresas que tienen dificultades una manera de volver a ponerse en marcha sin tener que empezar de cero.

El proyecto forma parte del programa ABADEI, una iniciativa más amplia de ayuda urgente de 265 millones de dólares creada por el PNUD en octubre de 2021 y diseñada para evitar que las pequeñas y micro empresas afganas se desplomen, en especial las que son propiedad de mujeres. En dari y pastún, ‘abadei’ significa “comunidades prósperas y resilientes”. Además de apoyar a unas 50.000 pequeñas empresas dirigidas por mujeres con ayudas, préstamos y asistencia técnica, este programa también ofrece trabajos de corta duración remunerados con efectivo para los desempleados, así como una renta básica temporal para las poblaciones más vulnerables.

Sin embargo, los talibanes no son lo único que preocupa a estas empresarias. “Para los medios de comunicación internacionales, el problema aquí es el burka. Pero sinceramente, yo solo llevo mi hiyab. Como antes”, nos cuenta Khadija Rahimi*, hija, nieta y bisnieta de tejedores de alfombras. Se formó en Irán y sus piezas artesanales las compran clientes de todo el mundo.

Sin embargo, hace poco Rahimi ha tenido que trasladar su taller a un cuarto de calderas, un espacio que dista mucho de ser ideal para unas alfombras artesanales que alcanzan un valor de miles de dólares: “Mi mayor problema es el sistema bancario. Vuestras sanciones”, denuncia inequívocamente. “Ahora, estáis centrados en Ucrania y os habéis olvidado [de Afganistán]. Pero nuestro sistema bancario está bloqueado. Y para mí ha sido un desastre”.

Antes de que los talibanes tomaran el poder en 2021, la cooperación internacional era un pilar de la economía, junto a las inversiones extranjeras directas y las remesas de la enorme diáspora afgana.

Sin embargo, la economía ahora se encuentra al borde del colapso debido a la retirada de la mayoría de las ayudas extranjeras para el desarrollo y a las sanciones estadounidenses y europeas que han impedido que el banco central afgano pueda acceder a los alrededor de 9.000 millones de dólares de sus reservas externas.

Shirin Azizi* es otra modista que pudo reiniciar sus actividades comerciales gracias al proyecto ABADEI. Cuenta con 60 empleadas y un socio en el extranjero, pero últimamente le ha resultado increíblemente difícil hacer negocios en Afganistán. “Por supuesto, el otro problema es la obligación actual de ir acompañada de un hombre. De un mahram. Especialmente para mi comercio nacional: porque es obligatorio para cualquier viaje de más de 75 kilómetros. Por tanto, resulta muy complicado reunirme con los compradores y proveedores y revisar los muestrarios”, explica a Equal Times.

“Y por si fuera poco, tienes que pagar en efectivo. Hay que pagar con el hawala [un sistema informal de transferencia de dinero]. O en especie”. Este sistema ayuda a los comerciantes a sortear obstáculos, pero con tantos intermediarios, también reduce sus beneficios. “Y todos salimos perdiendo. También la comunidad internacional. Porque las sanciones son demasiado estrictas. No son eficaces”, se lamenta. “No tienen ningún sentido”.

¿Cómo saber cuándo una norma es obligatoria o no?

Según la ONG Human Rights Watch, “los shocks económicos han sido la principal causa del deterioro de la situación” en Afganistán. De una población total de unos 40 millones de personas, 28,3 millones de afganos necesitan urgentemente ayuda humanitaria y, según UNICEF, cada día 167 niños mueren de enfermedades que se pueden prevenir. Aun así, las ayudas siguen llegando: para 2023, la ONU solicitó 4.600 millones de dólares para Afganistán, la mayor suma de la historia para un solo país. Y sin embargo, con menos del 6% de dicho objetivo cumplido, también es el país más infrafinanciado.

Después de que los talibanes prohibieran a las mujeres trabajar en las ONG y la ONU, la mayoría de las organizaciones internacionales abandonaron sus proyectos. En teoría, este proyecto del PNUD y de Islamic Relief no debería existir. Porque solo se permite ayuda humanitaria –alimentos, mantas, medicinas– y no ayuda al desarrollo. Pero como ocurre con muchas cosas en Afganistán, ABADEI se mueve en contextos ambiguos. “En los últimos años, la ayuda suponía el 75% del gasto gubernamental. Y el 40% del PIB. Nuestro objetivo es que los afganos ya no dependan de nadie. Eso también es libertad”, declara Maryam Hazrat, la economista a cargo del proyecto.

En Mazar-i-Sharif abundan las contradicciones –como en el resto de Afganistán–. Hoy en día, a su universidad solo pueden acceder hombres, al igual que a sus parques y gimnasios. Pero hace poco volvió a abrir un gimnasio que admite a mujeres y algunos de los colegios para niñas. Asimismo, en las afueras de la ciudad, las mujeres pueden montar en bicicleta discretamente.

Es en este contexto en el que Halima Ajab* ha convertido el trastero de una agencia de seguros en una cocina. Y detrás de una plancha de plexiglás, dirige el mejor restaurante de comida para llevar de toda la ciudad, con nueve cocineras y una carta de cuatro páginas. “En realidad, una nunca sabe cuándo una norma es obligatoria o no. Y puede variar de ciudad a ciudad. O incluso de calle a calle”, explica a Equal Times. Según nos cuenta, cuando abrió su negocio por primera vez, la policía del Ministerio de Propagación de la Virtud y Prevención del Vicio (el cual, irónicamente, resurgió del anterior Ministerio de Asuntos de la Mujer) pasó a hacerle una visita:

“Los talibanes llegaron y me querían obligar a cerrar. Pero en teoría, la ley no prohíbe a las mujeres que trabajen; tan solo estipula que nos quedemos en casa, a menos que sea realmente necesario salir. Pero si no trabajo, ¿cómo puedo ganarme la vida? Así que les respondí que para mí vivir era realmente necesario”, afirma. ¿Y qué pasó entonces? “Pues que ahora forman parte de mis clientes habituales”.

Jamila Safi* dirige una fábrica de pasta decorada con un letrero de neón dentro de un aparcamiento de automóviles. La policía de la virtud son sus clientes habituales. A pesar de las enormes dificultades a las que se enfrenta, tiene esperanza en el futuro. “Antes trabajábamos desde casa. Porque nadie lo recuerda ahora, pero había tiroteos en cada esquina”, asegura. “La verdad es que con los estadounidenses [que estuvieron enfrascados en una guerra en Afganistán desde que invadieron el país tras los atentados del 11 de septiembre en 2001] la mayor parte del país solo vivió penurias y violencia. Y fue ahí donde surgieron los talibanes”.

Safi cree que todos los afganos tienen que unirse para reconstruir el país. “Somos todos musulmanes. Y todos compartimos los mismos valores. ¿Y quién nos está apoyando? Una ONG que se llama Islamic Relief (Ayuda Islámica). No la CIA”, argumenta. “Nos lo podemos plantear como hombres y mujeres, talibanes y no talibanes. O como madres e hijos, padres e hijas, hermanos y hermanas. Y hablar los unos con los otros”. Según dice, con los talibanes al menos se puede dialogar. “No es fácil, pero tienen la puerta abierta”. Sin embargo, “la ONU se esconde detrás de muros de seis metros de altura”.

Safi confiesa que ella cree que la mayor parte de las prohibiciones de los talibanes son estratégicas, no ideológicas. Después de todo, incluso Suhail Shaheen, el principal portavoz del emirato, tiene dos hijas que estudian en Qatar. Pero como los derechos de la mujer son lo que preocupa al mundo, los talibanes los están usando como una herramienta de negociación contra las sanciones. “Claro que quiero que vuelvan a abrir los colegios. Todos queremos eso”, concluye. “No deberían tratarnos como a peones en un juego. Pero eso también es cierto para todos vosotros”.

*Todas las empresarias que entrevistamos para el presente artículo utilizaron nombres falsos para proteger su identidad.