Turquía sigue adelante con la controvertida construcción de una gran presa de 1.200 millones de euros

Turquía sigue adelante con la controvertida construcción de una gran presa de 1.200 millones de euros

The ruined citadel above Hasankeyf is one of the only parts of the town that will remain above the water level of the Ilısu Dam’s reservoir.

(Jennifer Hattam)

Para un pueblo tranquilo más acostumbrado a los balidos del ganado, los gorjeos de los pájaros y la llamada resonante a la oración, los ruidos demoledores que se oyeron sin cese este verano conmocionaron a la población. Se rompieron grandes rocas de los riscos de piedra caliza que rodean al pueblo, llenando cuevas que se remontan al Neolítico.

“Es duro. Miras a la izquierda y están cavando; miras a la derecha y están construyendo otra carretera al otro lado del río”, dice un trabajador de un restaurante de Hasankeyf, un pequeño pueblo situado a las orillas del río Tigris, en el sureste de Turquía.

Las obras que se están llevando a cabo forman parte de un polémico proyecto valorado en 1.200 millones de euros (1.400 millones de dólares) para construir una presa, la cual amenaza con desplazar a decenas de miles de personas en el valle del Tigris y sumergir 12.000 años de historia en Hasankeyf. Se cree que el pueblo, con siglos de ocupación humana que abarcan distintos períodos históricos, reúne 9 de los 10 criterios para ser incluido en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO. Sin embargo, aunque los lugares para los que se presenta la solicitud solo deben cumplir un criterio, Turquía nunca ha pedido la inclusión de Hasankeyf en la lista.

Según un informe publicado por el diario The Guardian en agosto de 2017, “la presa aumentará el nivel del Tigris en Hasankeyf en 60 metros, lo cual sumergirá el 80% de la antigua ciudad y numerosos pueblos que la rodean, entre ellos más de 300 sitios históricos que todavía no se han explorado”.

Los efectos del proyecto, que es representativo de otras tendencias políticas y de desarrollo en Turquía y está inmerso en las tensiones regionales, también tienen el potencial de propagarse mucho más lejos.

Ahora que, según se ha comunicado, se ha construido el 95% de la presa de Ilısu, los preparativos para que la mayor parte de Hasankeyf desaparezca bajo las aguas de su embalse se encuentran en su fase final este año con el derrumbamiento de partes de los riscos y el traslado en mayo de la tumba de Zeynel Bey, del siglo XV, el primero de los nueve monumentos históricos que se planea reubicar en un parque arqueológico concebido para tal fin. También se han iniciado las obras para construir nuevas viviendas en un terreno más elevado al otro lado del río.

“Nuestra intención es terminar las viviendas en 2018 y a continuación trasladar el actual Hasankeyf al nuevo asentamiento”, dijo el gobernador de distrito de Hasankeyf, Faruk Bülent Baygüven, a la prensa turca en octubre. Los funcionarios dicen que los residentes del área se beneficiarán del auge del turismo una vez se llene la presa y citan el potencial de visitas en barco a la antigua ciudadela de Hasankeyf situada en la cima del acantilado, una de las pocas partes de la ciudad que permanecerá por encima del nivel del agua. También se han sugerido excursiones de buceo y visitas al nuevo parque arqueológico.

“El distrito se convertirá en un centro de deportes acuáticos y turismo cultural”, dijo Baygüven en septiembre, añadiendo que el Gobierno “ha empezado a trabajar en la acuicultura para ofrecer unos ingresos alternativos a los residentes afectados por la presa de Ilısu”.

“Me mudaré… No tengo otra opción”

Sin embargo, muchos residentes no están muy seguros de su futuro en Yeni (Nuevo) Hasankeyf. “Puede que las nuevas viviendas sean más cómodas, pero no sé a qué me voy a dedicar, y la tierra allí no es fértil”, dice un padre de cinco niños que solo quiso hablar si se mantenía su anunimato, como muchos habitantes del pueblo. “Reúno las condiciones para comprar una casa nueva, así que me mudaré [al nuevo asentamiento], pero no tengo otra opción”.

Se consideró que solo alrededor de un tercio de los aproximadamente 2.000 residentes de Hasankeyf que solicitaron comprar casas en el nuevo asentamiento reunían las condiciones. Muchos dicen que los pagos que recibieron del Gobierno por sus casas actuales estaban por debajo del valor del mercado, por lo que tendrán que endeudarse para comprar las nuevas viviendas. Las personas que vivían en una casa de alquiler no recibieron ninguna compensación. El tamaño de las parcelas en Yeni Hasankeyf son otro motivo de preocupación.

Muchos residentes mantienen actualmente a sus familias, al menos parcialmente, mediante el cultivo de alimentos y la cría de ganado, actividades para las cuales probablemente no dispondrán de espacio en sus nuevas casas. Los comerciantes a los que se han asignado locales comerciales en el nuevo asentamiento se preguntan cómo se ganarán la vida si se les obliga a mudarse antes que los residentes del pueblo, como parece ser el plan actualmente.

Nadie en Hasankeyf sabe exactamente dónde va a vivir en el nuevo asentamiento, cuándo se tiene que mudar, cuáles serán las condiciones para los negocios o cuándo empezarán a llegar los prometidos turistas. “Si preguntas algo a los funcionarios locales, simplemente se encogen de hombros”, dice un residente.

Los proyectos urbanísticos en el pueblo de Ilısu, donde se está construyendo la presa unos 100 kilómetros río abajo, no auguran nada bueno. “El Estado ha construido un pueblo nuevo para los residentes y estos se han mudado, pero los jardines de las casas no son lo suficientemente grandes para que puedan cultivar como antes”, dice Ercan Ayboğa, un activista perteneciente a dos grupos que hacen campaña en contra de la presa, la iniciativa Mentengamos Hasankeyf vivo y el Mesopotamian Ecology Movement.

“Algunos habitantes trabajan en las obras de construcción de la presa y tareas conexas, pero no saben qué tipo de ingresos tendrán cuando se terminen las obras”, añade. “No hay nada claro, no hay garantías”.

Los pueblos rurales pequeños como Hasankeyf e Ilısu cada vez corren mayor peligro en Turquía, donde el Gobierno se ha embarcado en cientos de proyectos de generación de energía hidroeléctrica y ha concedido derechos sobre la tierra a empresas mineras por medio de leyes “de expropiación urgente”, lo que ha provocado la migración a pueblos y ciudades más grandes. Esto ha creado presión sobre los centros urbanos, que a su vez se están reconfigurando rápidamente en proyectos “de transformación urbana” masivos, y sobre el entorno natural.

Daños ambientales e inestabilidad regional

En Hasankeyf, se saca grava del lecho del río para utilizarla como material de construcción, mientras que los nuevos puentes que se están construyendo al otro lado del Tigris para permitir el acceso de los vehículos de construcción afectan el flujo del río. Ya se ha informado de la aparición de peces muertos en el cauce y los activistas medioambientales han identificado docenas de especies, de pájaros y murciélagos a peces de río y tortugas de caparazón blando en peligro de extinción, que dicen que se verán afectadas por la pérdida de hábitat cuando se llene la presa.

El proyecto también puede tener efectos potencialmente devastadores río abajo, en Irak. “La salinidad del Tigris [en Irak] ya es muy elevada, y el agua en muchos sitios no cumple los requisitos mínimos para su uso en agricultura o para beberla”, dice Ismaeel Dawood, cofundador de la campaña Save the Tigris and the Iraqi Marshes (Salvemos el Tigris y los humedales iraquíes). “También hay escasez de agua en el cauce del río Éufrates, por lo que el Gobierno de Irak canaliza agua del Tigris para mantener vivo el Éufrates”.

Según Dawood, restringir el flujo del Tigris con una presa grande como la de Ilısu no solo afectaría al entorno de la cuenca del río, y los medios de vida de las personas que residen en la zona, sino que también exacerbaría la inestabilidad y las tensiones de la región.

“Ya hay conflictos internos por el agua entre ciudades en diferentes provincias, problemas políticos entre ciudades y provincias, incluso conflictos reales entre tribus”, dice.

“Los turcos, los kurdos, los iraquíes y los iraníes deberían presionar a sus Gobiernos para que utilicen el agua como una herramienta para lograr una paz sostenible entre las comunidades, en lugar de crear conflicto. Las presas grandes representan una amenaza para el patrimonio cultural y la paz”.

El Gobierno turco hace alarde de los 3.800 millones de kilovatios-hora de electricidad que la presa de Ilısu generará cada año para responder a las necesidades energéticas crecientes del país. Sin embargo, el activista Ayboğa afirma que la dimensión económica es solo uno de los numerosos motivos.

“La presa de Ilısu también es importante como un posible instrumento que se podría utilizar contra Irak, para ejercer presión en una región inestable en la que las relaciones cambian con frecuencia”, dice. Ayboğa y otros también creen que el Gobierno turco tiene intención de utilizar la presa para ayudar a controlar una parte intranquila del país. El sureste de Turquía está densamente poblado por miembros de la minoría kurda y en esta región se encuentra la oposición política kurda y es el escenario de una insurgencia armada.

La violencia en la región ha llevado a varias oleadas de desplazamientos durante los últimos 30 años, inclusive en la capital oficiosa kurda (turca) de Diyarbakır, donde vastas extensiones del distrito histórico Sur de la ciudad han sido expropiadas y están experimentando una transformación urbana tras un conflicto armado desde finales de 2015 hasta principios de 2016. Las ONG locales dicen que no se les ha permitido evaluar la totalidad de los daños causados al patrimonio arquitectónico y cultural del barrio por la violencia o el proyecto de renovación.

Las protestas contra los proyectos han sido silenciadas en el actual estado de emergencia declarado por Turquía tras una tentativa de golpe de Estado en julio de 2016. Desde entonces, se han restringido gravemente las manifestaciones, se han cerrado medios de comunicación y más de 60.000 personas han sido detenidas, supuestamente por estar vinculadas al golpe, incluidos periodistas, defensores de los derechos humanos, académicos y activistas sindicales.

En Hasankeyf, la reticencia a hablar en público parece deberse tanto al miedo como a la futilidad, mientras la ciudad se convierte en un lugar en obras ante los ojos de los residentes.

Además de las cuevas arrasadas, donde algunas familias guardaban al ganado, hay alambradas de púas que cierran partes de los desfiladeros en los que la gente cogía hierbas salvajes y dejaba pastar a sus animales. Se ha cerrado un manantial de agua potable utilizado durante generaciones y los restos de un puente medieval que cruza el Tigris se ha recubierto de piedras para que no se caiga cuando esté sumergido.

Con el sentimiento de que se acerca el último invierno que pasarán en el pueblo, la gente corta las moreras que han tenido en su jardín durante años para utilizar como leña. Les dicen que cualquier día las tiendas de la principal calle comercial del pueblo se cerrarán para empezar los preparativos para quitar el minarete de piedra tallada de la mezquita Rızk, del siglo XV.

“Trasladar este patrimonio es tan solo otro tipo de presión del Gobierno”, dice Murat Tekin, un tendero local. “Sin todas estas obras antiguas e históricas ya no será Hasankeyf”.