“Aceitunas amargas”, cuando los ataques de los colonos y el cambio climático causan estragos en la olivicultura palestina

“Aceitunas amargas”, cuando los ataques de los colonos y el cambio climático causan estragos en la olivicultura palestina

Kazem al-Hajj Muhammad sostiene en sus manos uno de los 80 olivos y almendros arrancados y gravemente destrozados tras un ataque de colonos israelíes el 20 de octubre de 2022.

(Stefano Lorusso)

Armados con barras de metal y piedras, un grupo de hombres se abalanzó sobre Kazem al-Hajj Muhammmad y su olivar en la aldea de al-Mughayyir, al noreste de Ramala, en la madrugada del 20 de octubre de 2022.

La banda de casi dos docenas de colonos del cercano asentamiento ilegal israelí de Idei Ad atacó al olivicultor y a su amigo Mazen Mohammed, propietario del olivar contiguo, arrancando y destrozando un total de 80 olivos y almendros jóvenes entre las dos propiedades. Los allanadores también prendieron fuego a un vehículo y a un depósito de agua antes de retirarse a sus casas en Idei Ad, en el norte de Cisjordania.

“El ejército israelí ayudó a los atacantes lanzándonos botes de gas lacrimógeno y balas de goma para que los colonos siguieran destruyendo nuestros cultivos”, rememora al-Hajj Muhammed, de 45 años y padre de cuatro hijos.

No es la primera agresión de la que es víctima: ya perdió un ojo en un ataque similar de colonos hace una década. Y de ninguna manera se trata de incidentes aislados.

La ONG israelí de derechos humanos Yesh Din documentó 42 ataques de este tipo en 2021. En el curso de este año, la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas (OCHA) ha registrado 23 incidentes que han perturbado la temporada de cosecha, dando como resultado la destrucción de más de 800 olivos. El Comité Internacional de la Cruz Roja estima que solamente entre agosto de 2020 y agosto de 2021, los colonos destruyeron más de 9.300 olivos.

La temporada de cosecha, que va de octubre a noviembre, es un salvavidas financiero para aproximadamente 80.000 familias palestinas en toda Cisjordania. Sin embargo, sus olivares representan algo más que dinero: los palestinos lo ven como un símbolo de su vínculo histórico con la tierra, una oportunidad de transmitir tradiciones a sus hijos y conectarles con su herencia.

Los olivos y la agricultura son mi principal fuente de ingresos, pero no puedo hacer nada para proteger mis cultivos”, explica al-Hajj Muhammed a Equal Times, rodeando con los brazos un árbol arrancado, luchando contra un sentimiento de resignación. “Los colonos han hecho estragos en la vida de los agricultores palestinos, no solo desde el punto de vista económico”.

En el pico de la temporada, al-Hajj Muhammed alguna vez llegó a cosechar 30 kilos de aceitunas de cada árbol. Tras perder 35 árboles en el ataque, calcula que la pérdida de este año es de una tonelada de aceitunas, por un valor de nos 6.000 shekels (aproximadamente 1.750 dólares o 1.700 euros).

La cosecha, que antes se realizaba en un ambiente festivo, ahora se ve empañada por el miedo y la impotencia, ya que los ataques israelíes se multiplican e intensifican durante este periodo. La situación se ha deteriorado tanto que los activistas acompañan a los agricultores a sus huertos durante la cosecha en un intento de disuadir, o en su defecto, documentar nuevos ataques.

Una cultura del miedo, una política de impunidad

El 19 de octubre, en el pueblo de Kisa, al sur de Belén, atacantes procedentes del asentamiento de Ma’ale Amos perforaron con una barra de hierro el pulmón de una activista israelí de 70 años que tuvo que ser hospitalizada. Dos días después, en Burin, al suroeste de Naplusa, un agricultor palestino de 22 años perdió un ojo por una pedrada lanzada por colonos de Yitzhar, en presencia de voluntarios internacionales.

El pueblo de Burin, de unos 2.500 habitantes en el norte de Cisjordania, está enclavado entre dos colinas sobre las que se levantan dos asentamientos israelíes: Yitzhar y Har Bracha. Es una de las comunidades más afectadas por la violencia que ejercen los colonos, y el 80% de Burin se encuentra en la zona C, bajo control militar y administrativo israelí.

El 7 de noviembre, pocas semanas después de las agresiones contra la activista israelí y el agricultor palestino, Doha Asous, agricultora de 60 años, se levantó a las 5 de la mañana para dirigirse a su olivar a cosechar, solo para encontrar 35 de los preciosos árboles plantados por su padre hace 70 años hechos pedazos y esparcidos por el suelo después de que los habitantes de Yitzhar los cercenaran con una motosierra. “No pude contener mi pena. Abracé los troncos rotos y les dije adiós para siempre”, recuerda Asous. “En ese momento el ejército israelí me sacó de mi campo”.

Muchos de los huertos de los agricultores palestinos están situados en las proximidades de asentamientos en zonas restringidas bajo control administrativo y militar israelí, lo que significa que los agricultores deben solicitar permisos que especifiquen cuándo y durante cuánto tiempo pueden acceder a su propiedad. Además, la legislación israelí permite al Gobierno confiscar los campos palestinos si están abandonados durante más de tres años, un retroceso a los códigos de uso del suelo de la época otomana.

En conjunto, estas normas incentivan los ataques para impedir que los agricultores accedan a sus huertos, permitiendo así las reclamaciones de abandono y la eventual confiscación de las tierras. “Muchas familias han renunciado a acceder a sus tierras por miedo a que las maten”, afirma Ghassan Najjar, activista agrícola de Burin. “Durante la cosecha, los colonos nos atacan a diario: quieren apoderarse de nuestras tierras y construir más asentamientos”.

En la actualidad, el número de israelíes que viven en unos 250 asentamientos construidos en territorio palestino, de forma ilegal según el derecho internacional, oscila entre 600.000 y 750.000. Y mientras los asentamientos siguen expandiéndose, los derechos de los palestinos a acceder a sus tierras en esas zonas se ven coartados por permisos cada vez más restrictivos.

El olivar de Asous se encuentra en la zona C, controlada por Israel, donde está prohibido realizar actividades durante todo el año, tales como podar, arar o abonar, lo que repercute negativamente en la producción de sus olivos. Este año solo le permitieron dos días de acceso para cosechar sus ocho dunams de tierra, unos dos acres. “Es más o menos suficiente para cosechar una docena de árboles”, señala, una fracción de los árboles que posee.

Aun así tiene más suerte que la mayoría de los palestinos: la tasa de aprobación de permisos ha ido disminuyendo desde 2014 hasta alcanzar una tasa de denegación del 73% en 2020, según la agrupación de derechos humanos HaMoked, con sede en Israel, que proporciona asistencia jurídica gratuita a los palestinos e interpone demandas contra las violaciones israelíes de la legislación en materia de derechos humanos en Cisjordania y la Franja de Gaza.

“Los colonos se sienten autorizados a atacar a los palestinos”

Asous presentó una denuncia por los daños causados a su huerto ante la oficina local de Israel y la administración civil, el órgano de gobierno israelí que opera en Cisjordania. “Ni siquiera se trata de dinero; estoy emocionalmente unida a mis árboles. Para mí, los olivos son como mis hijos”, afirma. “Ahora no tengo tregua: cuando pienso en ellos me acongoja una profunda pena”.

Es posible que nunca se dé curso a su denuncia: según Yesh Din, desde 2005 más del 92% de las investigaciones sobre denuncias presentadas por víctimas palestinas se cerraron sin imputaciones judiciales.

“La impunidad anima a los colonos a apoderarse de más tierras. Se sienten más autorizados que nunca a utilizar medios violentos para atacar a los palestinos. Es difícil imaginar que la situación pueda ser peor, pero es probable que lo sea”, afirma Chanah Dulin, directora de relaciones internacionales de la ONG Yesh Din, quien añade que la cooperación entre los colonos y el ejército en ataques organizados se ha convertido en una pauta establecida.

Las elecciones legislativas de noviembre supusieron un fuerte aumento de la violencia de los colonos, ya que el Partido Sionista Religioso, de extrema derecha, y el partido Otzma Yehudit subieron en las encuestas.

Itamar Ben-Gvir, líder de Otzma Yehudit y partidario de expulsar de Israel a los ciudadanos árabes “desleales”, se convertirá en el próximo ministro de Seguridad Nacional de Israel en virtud de un nuevo acuerdo de coalición, que le otorgará el control de la división de policía de fronteras israelí en Cisjordania.

“El Estado de Israel está utilizando a los colonos como su brazo armado no oficial en Cisjordania para apoderarse de más tierras. Los colonos están totalmente respaldados por el Estado. Prevemos presenciar mucha más violencia a medida que los partidos de extrema derecha vayan ganando posiciones de poder”, añade Dror Sadot, de la ONG B’Tselem, con sede en Jerusalén, que documenta las violaciones de derechos humanos en los territorios ocupados y califica las políticas israelíes en Cisjordania de “régimen de apartheid”.

Como el triunfo de la comunidad religiosa nacionalista ha hecho que la extrema derecha israelí se integre en la política dominante, las agrupaciones de derechos humanos están cada vez más preocupadas por las implicaciones que representa para los palestinos de los territorios ocupados, llegando incluso a temer una anexión formal de toda o parte de Cisjordania mediante una votación en la Knesset.

La otra amenaza existencial: el calentamiento global

También para los agricultores que se han librado de los ataques a sus olivos, la cosecha ya no es lo que era antes. Los rendimientos se han reducido en los últimos años debido a las cambiantes pautas climáticas y a las fluctuaciones de temperatura durante el crucial periodo de floración, lo que dificulta la capacidad de los árboles para crecer y dar fruto.

En años buenos, el sector olivarero mueve entre 150 y 190 millones de euros, según estimaciones del Centro de Comercio Palestino. La aceituna, considerada un símbolo de la identidad palestina, se vende como alimento y se utiliza para producir aceite de oliva, jabón y cosméticos.

Sin embargo, “en la última década hemos asistido a un notable descenso de la producción agrícola en Cisjordania: los efectos del cambio climático son desoladores”, explica Abed Yasin, especialista en medio ambiente del Centro de Desarrollo Económico y Social de Palestina, que trabaja en estrecha colaboración con los agricultores de Cisjordania.

“En abril y mayo, las temperaturas más altas de lo habitual secan la flor del olivo y, al cabo de unas semanas, se cae”.

En 2020, en particular, la cosecha fue asombrosamente pobre. Ese año solo se produjeron 13.000 metros cúbicos de aceite de oliva en Cisjordania, poco más de la mitad de los 25.000 metros cúbicos producidos en 2014, según la Oficina Palestina de Estadística.

Este año, “un mes de enero más cálido de lo habitual, seguido de heladas nocturnas en febrero, alteraron el proceso de floración. Como resultado, sufrí grandes pérdidas”, afirma Robert Abuied, de 65 años, propietario de la almazara más antigua de Belén.

Admite que la cantidad de aceite de oliva que produce se ha reducido a la mitad en menos de una década, tanto por la disminución del tamaño de los frutos como por una menor productividad de los árboles en general. “Las aceitunas son cada vez más pequeñas, al igual que mis ingresos”, explica Abuied a Equal Times. “Aún no ha terminado la cosecha y ya he perdido por lo menos 15.000 shekels (4.220 euros) en comparación con el año pasado”.

Según Yasin, del Centro de Desarrollo Económico y Social de Palestina, el calentamiento global es especialmente implacable en Cisjordania, sobre todo para cultivos como el olivo y la vid, que no se adaptan a las primaveras cálidas y los inviernos secos. “El número de días de lluvia ha disminuido en los últimos años, mientras que los fenómenos meteorológicos extremos son más frecuentes”, explica Yasin. “La caída de una cantidad excesiva de lluvia en un día, seguida de días sin lluvia, impide que los árboles absorban la cantidad adecuada de agua de lluvia”.

Y si bien los agricultores de todo el mundo pueden trabajar para adaptar sus prácticas de cultivo a un clima cada vez más cálido, la imposibilidad de acceso regular de los palestinos a sus olivares, además de los ataques cada vez más violentos contra los árboles y contra los propios agricultores, auguran un futuro sombrío para su histórico modo de vida.

“El cambio climático y la ocupación israelí hacen nuestro trabajo más difícil de lo que ya es”, afirma Abuied, propietario de una almazara, quien a su vez posee varios dunams de tierra en la inaccesible zona de Seam. “Aceitunas amargas: este es nuestro presente, este será nuestro futuro”.

Este artículo ha sido traducido del inglés por Patricia de la Cruz

La realización de este reportaje ha sido posible gracias a la financiación de Union to Union, una iniciativa de las uniones sindicales suecas LO, TCO y Saco.