El profundo trauma por los terremotos de Turquía y Siria ensombrece el nuevo año escolar en la región sudoriental de Turquía

El profundo trauma por los terremotos de Turquía y Siria ensombrece el nuevo año escolar en la región sudoriental de Turquía

According to the United Nations Population Fund, 2.5 million children in Turkey are in need of humanitarian assistance and psychosocial support following the devastating earthquakes that killed more than 50,000 people across the Turkey-Syria border this February.

(Michele Burgess/Alamy)
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El 11 de septiembre de 2023, la campana sonó a las 8:30 en punto en la escuela primaria Lions İlkokulu en Gaziantep, una de las ciudades principales de la región sudoriental de Turquía, en la frontera con Siria.

Los alumnos de segundo grado y mayores parecían entusiasmados de regresar a las aulas después de unas largas vacaciones de verano, mientras que los niños de seis años que se acercaban a los edificios de la escuela por primera vez parecían ansiosos y nerviosos.

“Me preocupaba enviar a mi hijo Eymen a la escuela porque sigue habiendo réplicas de vez en cuando”, dijo Ayse, de 42 años, mientras acompañaba a su hijo a la puerta del colegio en su primer día. “Sin embargo, asumí el riesgo una vez que se determinó que el edificio de la escuela era sólido y con el apoyo psicológico del profesor de Eymen. En realidad, espero que mi hijo supere su miedo a los terremotos gracias a la escuela”.

Para los niños de esta ciudad de 2 millones de residentes –muchos de los cuales son refugiados sirios– el inicio de este nuevo curso académico fue diferente del resto. El 6 de febrero, dos terremotos de magnitud 7,8 y 7,5 sacudieron la frontera entre Turquía y Siria, cobrándose la vida de más de 50.000 personas y causando daños valorados en aproximadamente 34.000 millones de dólares estadounidenses.

Solo en el lado turco de la frontera, casi 2 millones de personas en 11 provincias se vieron desplazadas por el desastre, que ha sido el más letal de la historia moderna de Turquía. Casi ocho meses después de la tragedia, muchas personas siguen viviendo en refugios improvisados y contenedores.

El ministerio turco de Educación Nacional –con el apoyo del Banco Mundial, el Fondo Mundial para la reducción de los desastres naturales y la recuperación y la Unión Europea– ha construido 57 escuelas antisísmicas desde 2017, 24 de las cuales se encuentran en áreas afectadas por los terremotos de febrero de 2023; todas resistieron al desastre.

En el periodo inmediatamente posterior a los terremotos, la mayoría de ellas se utilizaron como refugios temporales para albergar a personas sin hogar, y en varias áreas –en particular los pueblos en zonas rurales– las clases se suspendieron durante un largo tiempo.

“A finales de enero, los estudiantes llevaban un par de semanas de vacaciones. Es nuestra pausa habitual de invierno en Turquía”, explica Yusuf Bitir, un profesor de tercer grado en Lions İlkokulu, que tiene alrededor de 800 estudiantes y se encuentra en el noroeste de Gaziantep. “Los estudiantes tendrían que haber retomado las clases el lunes 6 de febrero tras las vacaciones de invierno, pero en una sola noche nuestras vidas cambiaron para siempre”.

Aunque el edificio de la escuela de Bitir no sufrió daños importantes, las clases se suspendieron durante más de seis semanas, lo que representa el periodo más largo que los niños turcos han estado sin asistir a clase desde la pandemia de coronavirus. Mientras que todas las universidades del país recurrieron a las clases en línea hasta el final del año escolar tras la tragedia, la educación obligatoria se suspendió en cinco de las 11 provincias afectadas.

Como consecuencia, las vidas de los niños se vieron trastornadas y la falta de rutinas diarias tuvo un efecto considerable en su bienestar psicológico. Las organizaciones humanitarias advirtieron que los niños son el grupo etario más afectado en el periodo posterior a un terremoto. Según el Fondo de Población de las Naciones Unidas, 2,5 millones de niños en Turquía necesitan asistencia humanitaria y apoyo psicosocial. Los incidentes de acoso y autolesión entre los niños han aumentado y la amenaza a las tasas de alfabetización en una región con índices altos de abandono escolar, incluso antes del desastre, preocupa a los expertos.

Zeynep Bahadir, una psicóloga clínica de Estambul que se especializa en traumas en situaciones posteriores a desastres, advierte que los efectos psicológicos de una catástrofe de este tipo en los niños varían en función de su edad. “Aquellos que llevaban una vida normal, iban a la escuela y hacían amigos allí, ahora están enfadados y confundidos”, explica Bahadir. “Es más probable que los niños pequeños de entre dos y seis años, cuyo cerebro todavía no se ha desarrollado completamente, tengan más miedo de su entorno, se aferren con ansiedad a sus padres y no quieran alejarse de ellos”.

La educación como medida paliativa

En las semanas posteriores al desastre, las vidas de los niños se vieron trastornadas, ya que vivían en asentamientos con tiendas de campaña e iban a escuelas improvisadas en ellos. “Cambió completamente la forma en que se enseñaba a los niños”, dijo Yara al-Ashtar, una trabajadora humanitaria de la International Network for Aid, Relief and Assistance (INARA) encargada de la evaluación psicológica de las personas desplazadas en campamentos con tiendas de campaña en Hatay y Kahramanmaras, las provincias más afectadas por la destrucción. “La educación en estos contextos era solo una medida paliativa, ya que se ofrecía solo dos horas al día y más como una oportunidad para jugar que educación real. Los trabajadores humanitarios o psicoterapeutas enseñaban a los niños, lo que no les permitía colmar los déficits de aprendizaje”, añade.

Bitir dice que las pocas escuelas que reabrieron en abril no se centraron en la enseñanza, sino en ayudar a los niños a superar primero su miedo a nuevos seísmos. “Creo que es más importante aumentar su confianza, aunque esto haya ralentizado la consecución de nuestras metas académicas”, dice Bitir. “Pero era necesario que los niños estuvieran más relajados, en particular los que nunca habían asistido a la escuela, y también los profesores, para superar nuestros propios miedos”.

Sare, de 9 años, iba a regresar a Lions İlkokulu la mañana del 6 de febrero cuando ella, sus padres y sus tres hermanas se despertaron a las 4:17 por los temblores. “Estaba asustada, no entendía lo que pasaba. Agarré mi muñeca y la apreté fuerte”, explica.

Las cuatro hijas de la familia ya estaban traumatizadas, ya que su abuelo había fallecido hacía tan solo dos semanas. Durante un tiempo, la familia de Sare estuvo desplazada en otra ciudad, donde se refugiaron temporalmente para alejarse de las réplicas continuas. Regresó a la escuela en mayo durante unas semanas. En septiembre, su hermana pequeña empezó el primer grado. Tiene mucho miedo y le preocupa que se produzcan nuevas replicas mientras está en clase, lejos de sus padres. Pero su familia, incluida Sare, trata de alentarla.

Bitir, profesor de la clase de Sare, se muestra contento ante el número de alumnos al inicio del nuevo año académico a principios de mes. Él y sus colegas estuvieron en contacto con los padres antes del comienzo de las clases y decoraron las aulas para ayudar a los niños a sentirse como en casa.

“Muchos niños pasaron su primer día de escuela en contenedores. Mis estudiantes tienen suerte porque tenían un edificio al que regresar”, dice Bitir.

La enseñanza y el aprendizaje a través del trauma

Regresar a la escuela es difícil no solo para los niños, sino también para los profesores. Algunos han experimentado un trauma psicológico inmenso. Mehmet Bezgin, de 28 años, es un profesor de matemáticas de secundaria de Gaziantep que enseña en Pazarcik, uno de los pueblos más afectados en la provincia de Kahramanmaras. Esa mañana perdió su casa, su escuela y a algunos de sus estudiantes.

“Tuve la suerte de no estar allí. En Pazarcik, la reapertura de la escuela después de las vacaciones de invierno se aplazó debido a las fuertes nevadas”, recuerda. A pesar del trauma, considera que los profesores deben estar preparados para dejar sus propios problemas de lado para ayudar a los niños a superar sus miedos y retomar sus estudios.

Sin embargo, mientras que la vuelta a la escuela en septiembre se desarrolló relativamente bien para los niños turcos, la situación de los niños refugiados sirios fue mucho más complicada. Las 11 provincias del sureste de Turquía acogen a casi 2 de los 3,7 millones de sirios que viven en Turquía desde el comienzo del conflicto.

Muchos de ellos son niños. “Los niños sirios en la zona afectada por los terremotos han experimentado el doble trauma de verse desplazados dos veces en su corta vida: la primera por el conflicto y la segunda por un desastre natural en el país que consideraban seguro”, explica Bahadir.

Añade que esto tendrá consecuencias enormes en su desarrollo temprano “porque ya soportan la carga de un desplazamiento anterior en un país de acogida y menos oportunidades de acceso al sistema educativo local”.

En los pasillos de Kids Rainbow, una ONG que ofrece actividades extraescolares a los refugiados sirios en Gaziantep, la atmósfera creada por la vuelta a clase parece alegrar temporalmente a los cerca de 100 niños que corren por sus instalaciones.

Durante el periodo inmediatamente posterior al terremoto, el centro –que no sufrió daños– ofreció actividades recreativas para los niños, así como sesiones de apoyo psicológico para los padres. “La situación empeoró después del terremoto, ya que algunas escuelas sufrieron daños y no se podía dar cabida a todos los estudiantes, por lo que se dio prioridad a los niños turcos”, explica Mustafa Kara Ali, que dirige Kids Rainbow.

Alrededor del 20% de sus estudiantes normales se vieron desplazados a otras provincias. El número de niños inscritos en su lista de espera ha aumentado a 300 niños, el doble que en 2022. “Tratamos de ayudarlos como podemos, pero es difícil colmar un déficit educativo tan grande tras años de abandono por parte de las instituciones”.

Este artículo ha sido posible gracias a una beca de Early Childhood Global Reporting, del Dart Center for Journalism and Trauma, que depende de la escuela de periodismo Columbia Journalism School, en Nueva York.