Una acalorada negociación para el tratado mundial sobre plásticos revela el desafío que supone la transición justa en este sector

Una acalorada negociación para el tratado mundial sobre plásticos revela el desafío que supone la transición justa en este sector

Workers make products at a household plastic company in Fuzhou, Fujian province, China. The question of ‘just transition’ in the plastics sector will be one of the biggest issues during negotiations for a global, legally binding plastics treaty in Nairobi, Kenya next month

(Costfoto/NurPhoto via AFP)

Al decir la palabra ‘plástico’, la gente piensa en muchas cosas: comodidad, falso, economía, cirugía... Cuando Shirley Payne piensa en el plástico, recuerda un episodio terrorífico que le sucedió en febrero de 2023 y en el que tuvo que luchar para no morir ahogada.

“Pensé que me iba a morir”, explica esta maestra jubilada de 77 años. Su patio trasero limita con una enorme refinería de plástico que se extiende por un terreno de 370 kilómetros cuadrados en Port Arthur (Texas), una población conocida como ‘el callejón del cáncer’.

Shirley acababa de acostarse cuando sintió que el lado derecho de la lengua se le “estaba inflamando”, nos cuenta. “Intentaba tragar saliva pero no podía. La lengua se me seguía hinchando, así que agarré el teléfono y llamé a mi hijo con la marcación rápida. Pero no podía decirle lo que me estaba pasando. Ni siquiera podía hablar. Vino a mi casa directamente y me llevó al hospital a toda prisa. Para cuando ingresé, ya estaba en pleno shock anafiláctico y tenía la lengua envuelta en una toalla. Estaba colgando casi hasta el pecho”.

Los médicos trataron a Shirley con morfina y efedrina y luego le derivaron a un alergólogo. Según nos relata, el especialista achacó el episodio a “algo en el aire”.

Hoy en día, Shirley lleva a todas partes dos inhaladores de efedrina para emergencias, pero el miedo a sufrir otro ataque le impide salir de casa durante más de varios minutos cada vez.

“Es como si estuviera viviendo en una burbuja”, se lamenta por teléfono desde Port Arthur. “Incluso me da miedo sentarme en el patio y respirar el aire del exterior. La calle está llena de un polvo blanco y cada vez que pasa un coche se levanta una polvareda. Cuando llamé al ayuntamiento, me dijeron que no podían hacer nada porque la refinería es la propietaria de la calle. Tengo mucho miedo porque sé que mi vida está en peligro”.

El marido de Shirley, un trabajador de la industria petroquímica, murió de cáncer de pulmón –después de años sufriendo de asbestosis– en un claro reflejo de la crisis sanitaria que afecta a su vecindario.

El asunto sobre cómo garantizar que se hará justicia –para todas las personas como Shirley– estará presente en las negociaciones para lograr un tratado mundial jurídicamente vinculante sobre los plásticos, que se iniciaron el año pasado y se reanudarán en Nairobi (Kenia) en noviembre. Para las comunidades como la de Shirley, el cambio no se producirá con la rapidez necesaria.

Vivir y morir en una “ciudad envenenada”

Según la organización de periodismo de investigación ProPublica, en Port Arthur una persona de cada 53 se enfrenta al riesgo excesivo de padecer cáncer. Dicha cifra es 190 veces superior a la tasa aceptable de la Agencia de Protección Medioambiental de Estados Unidos, que asciende a una persona de cada 10.000.

Sin embargo, los lugareños aseguran que tanto las autoridades como las empresas que operan en la localidad –entre las que se encuentran ExxonMobil, Texaco/Motiva, Chevron, Valero Refining, Total, Shell y Saudi Refining/Saudi Aramco– han ignorado en gran medida el sufrimiento de Port Arthur, debido a que sus habitantes son en su mayoría pobres, afroamericanos e hispanoamericanos que son los que históricamente han trabajado en las fábricas.

John Beard es un antiguo dirigente sindical de United Steelworkers y fundador de la Red de Acción Comunitaria de Port Arthur que trabajó durante 38 años como operario en la refinería de ExxonMobil de la ciudad.

Los directivos de la empresa “no te conocen. No vamos juntos a la iglesia. No estamos en los mismos círculos sociales. Nuestros hijos no van juntos al colegio ni juegan en los mismos equipos de fútbol americano ni de baloncesto. No están en el equipo de animadoras ni en el grupo de teatro. No tenemos esa relación porque ellos no se juntan ni interactúan con nosotros”, explica a Equal Times.

Beard afirma que, debido a su trabajo, ahora tiene una capacidad pulmonar reducida, pero que muchos de sus colegas lo han pasado peor. “El año pasado, un amigo mío descubrió que había contraído un tipo de leucemia”, revela a Equal Times. “Otro compañero de trabajo de Port Arthur falleció hace entre ocho y diez meses. Enfermó cuando nuestra fábrica estaba en huelga, pasó por todas las pruebas médicas y, cuando por fin le diagnosticaron que tenía cáncer, le dijeron: ‘Te quedan como mucho seis semanas de vida. Te vamos a mandar a tu casa para que puedas dejar todos tus asuntos arreglados’. Al final sólo fueron cuatro semanas y tres de ellas las pasó sedado por el dolor”.

Como si fueran las esquelas de un periódico local, Beard recita los nombres y nos cuenta las historias de otros compañeros de trabajo que murieron de cáncer. “Conozco a gente que se jubiló un viernes y para el lunes ya habían fallecido”, recuerda. “La mayoría de la gente no llega a vivir más de cinco años después de jubilarse. Yo estoy en mi sexto año, así que me considero afortunado, pero conozco a mucha gente que no ha tenido esa suerte, sólo por haber trabajado en una fábrica y estar expuesto todo el tiempo a esos productos en el aire”.

Etta Hebert, una superviviente de cáncer, tenía un marido que estaba en remisión, una hija, una prima y una hermana que padecieron la misma enfermedad que ella, un exmarido que murió de un tumor en el hígado y un hermano que falleció de cáncer de próstata.

“Vivimos en un foco de cáncer muy evidente”, se lamenta Beard. “Así es cómo vivimos en una ciudad envenenada. Están sacrificando a la gente y ya estamos hartos de estar enfermos y cansados. Ya no queremos más plantas petroquímicas”.

Productos químicos tóxicos, un trabajo digno y un planeta sano

Este sector es tan peligroso para trabajar que, en 2013, tan solo una refinería y planta química de ExxonMobil en Luisiana registró 76 accidentes –como incendios y explosiones– que provocaron la liberación al aire de “casi 230 toneladas de productos químicos contaminantes”.

Los trabajadores de las fases iniciales de producción, refinado y transformación de plásticos pueden estar expuestos a aditivos químicos peligrosos como los ftalatos, el bisfenol A (BPA), el plomo, las sustancias perfluoroalquiladas (PFAS, también conocidas como ‘sustancias químicas perpetuas’) y los éteres de difenilo polibromados (PBDE). Dichas sustancias pueden ser cancerígenas, reprotóxicas y alterar el sistema endocrino, pero a muchos trabajadores –quizás a la mayoría– no les proporcionan los equipos de protección adecuados y la cantidad de plásticos que se acumulan dificulta su fácil eliminación por parte de los trabajadores, la industria o el planeta.

Sin embargo, para muchos trabajadores la amenaza a corto plazo de perder su trabajo puede pesar más que el temor a largo plazo de contraer una enfermedad terminal.

Tom Grinter, director del sector químico de la federación sindical mundial IndustriAll, afirma: “Todo el mundo quiere vivir en un mundo con unos océanos limpios y sanos para nuestro planeta. Hay que proteger al planeta mientras avanzamos y todos queremos trabajar juntos para encontrar soluciones a los problemas medioambientales, pero obviamente no en detrimento de la protección de los derechos de los trabajadores ni de los empleos dignos”.

“Para un trabajador del sector químico de Perú que se enfrenta al despido sólo por haberse afiliado a un sindicato, conservar el derecho a tener un sindicato prevalece sobre la cuestión de una economía circular a corto plazo”, añade.

La cuestión de la ‘transición justa’ –sobre cómo ganarse y mantener el apoyo de los trabajadores de los sectores de producción, transformación y refinado cuyos puestos de trabajo están en juego– será uno de los temas más peliagudos del proceso de negociación del tratado sobre plásticos.

Según un alto funcionario de la Unión Europea, que participa en las negociaciones y que se entrevistó con Equal Times con la condición de que se respetara su anonimato: “hay que prestar mucha atención a las etapas iniciales del ciclo de vida de los plásticos, pero quizá no del modo que desearían algunos sindicatos. Estamos hablando de abordar un sector de la producción que, en algunos casos, puede tener un impacto negativo en el medio ambiente, por lo que afectará negativamente a la producción y podrían pensar que eso tendría un impacto negativo en los puestos de trabajo de la industria. Eso está claro”.

Beard dice que, por esta razón, los sindicatos deberían matizar cuando hablen de poner fin a la era de los combustibles fósiles, porque en su opinión son palabras demasiado agresivas.

En cambio, propone un mensaje sencillo y claro para los trabajadores que se enfrenten al despido: “Si el viernes te quedas sin tu antiguo trabajo en la industria petroquímica, entonces entra el lunes por la mañana en tu nuevo puesto de trabajo limpio y ecológico en el sector de las energías renovables, que cuenta con un buen salario digno y sindicalizado para no perder ni una sola nómina”.

Reducir los plásticos para limitar el calentamiento global

Los plásticos son tan omnipresentes que se encuentran en todas partes, desde los envases de los alimentos y los fetos hasta los muebles y la nieve recién caída en la Antártida. En septiembre se encontraron microplásticos incluso en las nubes.

Sin embargo, los últimos estudios indican que la producción tendrá que reducirse en un 75% de aquí a 2050 simplemente para cumplir el objetivo del Acuerdo de París de limitar el calentamiento global a 1,5°C. Aun así, la tendencia apunta a un aumento explosivo de la producción que la industria espera pueda admitirse con una eliminación más ecológica.

Por ejemplo, la consultora londinense Euro Petroleum Consultants propuso una tasa de reciclaje de los plásticos del 75% para sortear el aumento de más del 100% en el uso de los combustibles fósiles por parte del sector de aquí a 2050. La patronal Plastics Europe propugna una “inversión masiva en infraestructuras de recogida, clasificación y reciclaje a escala mundial”.

Uno de los negociadores del tratado reveló en privado que habrá que cortar las alas a la industria en cualquier eventual tratado sobre los plásticos.

“Resulta difícil llegar a un acuerdo sin obligaciones relacionadas con el volumen de producción de plásticos primarios”, declaró la fuente. “Creo que el debate tienen mucho que ver con establecer algún tipo de límite al crecimiento de la producción de plásticos”.

Sin embargo, Estados Unidos está a la cabeza de las naciones que quieren esperar a que se apliquen “planes nacionales de acción” voluntarios y no resulta difícil entender por qué.

La producción mundial de plásticos ayudó a impulsar el crecimiento económico en la posguerra y aumentó vertiginosamente de 2 millones de toneladas al año en 1950 a unos 380 millones de toneladas anuales en 2015, lo cual ha generado 6.300 millones de toneladas métricas de residuos. Teniendo en cuenta la tendencia actual de producción y gestión de residuos, esa cantidad ascenderá a 12.000 millones de toneladas para 2050. Adicionalmente, y en lo que se refiere a emisiones, si en 2020 el ciclo de vida completo del sector del plástico generaba 1,3 gigatoneladas de CO2, se prevé que dicha cifra casi se triplique en 2050, hasta alcanzar las 3,2 gigatoneladas, lo que podría condenar a las generaciones futuras a un cambio climático fulminante.

Residents and workers in the US coastal town of Port Arthur, Texas suffer from high rates of respiratory issues and cancer due to the high levels of pollution emitted by the many petrochemical companies and multinationals operating there.

Photo: SIPA US/Alamy

Con un valor en el mercado mundial de 593.000 millones de dólares en 2021, los plásticos constituyen un regalo para los inversores, pues siguen dándoles beneficios. Como proclama la canción ‘Barbie Girl’ del grupo Aqua: “La vida en plástico es fantástica”.

Sin embargo, el precio de esta bonanza para los inversores ya lo han pagado la flora y la fauna del planeta –a un coste anual de unos 3,7 billones de dólares–, así como los trabajadores del sector y sus comunidades, por una cifra que nunca se ha llegado a calcular.

Hoy en día, tan solo se reciclan el 9% de los residuos plásticos, mientras que los vertederos y la incineración son mucho más habituales, a pesar del coste ambiental que estos provocan. El resto de dicho porcentaje destruye las zonas costeras, el aire, la tierra y nuestros cuerpos por igual. En un estudio del año pasado se encontraron microplásticos, que pueden transportar sustancias químicas tóxicas y provocar la liberación de disruptores endocrinos, en el 75% de las muestras de leche materna.

Gravar a las multinacionales para financiar los servicios públicos de gestión de residuos

Según explica Daria Cibrario, responsable de políticas de la federación sindical mundial Internacional de Servicios Públicos, el tratado sobre los plásticos tiene un gran potencial para cambiar esta situación, siempre y cuando venga acompañado de una oleada mundial de “inversiones públicas adecuadas” en la recogida de los residuos municipales. Cibrario propone unas nuevas iniciativas jurídicas y unas soluciones completamente biodegradables.

“Las autoridades públicas deberían ser audaces y no limitarse a subcontratar estas actividades al sector privado, que a menudo se nutre de trabajadores vulnerables como los recicladores de residuos y ensalza los beneficios de la economía de mercado”, advierte Cibrario. “Cuando existe una amenaza para la vida en el planeta, no podemos confiar en las soluciones del mercado. Las empresas privadas desreguladas son las que generaron el problema. Es responsabilidad de los Estados hacer que los actores empresariales rindan cuentas y garantizar que paguen lo que les corresponde para solucionar el problema”.

“Debemos invertir no sólo en las infraestructuras de gestión de residuos –es decir, equipar a los países para que dispongan de una recolección, clasificación, transporte y eliminación segura adecuados–, sino también en los trabajadores. Además, deben reforzarse las finanzas de los gobiernos locales que tengan como objetivo crear también infraestructuras humanas”, prosigue. Según propone, los fondos para todo esto deberían recaudarse mediante los impuestos a las multinacionales contaminantes.

Gerardo Gabriel Juara, secretario de medio ambiente del Sindicato de Trabajadores del Medio Ambiente en Buenos Aires, opina lo mismo: “Está claro que las naciones y las empresas deben asumir un compromiso colectivo para lograr una transición que genere más y mejores empleos en la cadena de producción de plásticos y en sus tareas auxiliares”.

Adoum Hadji Tchéré, secretario general del Sindicato Nacional de Trabajadores Municipales de Chad (Synacot), exige a los Estados que fomenten los plásticos biodegradables y creen conciencia sobre su reutilización, reciclaje y reducción.

“La contaminación por plásticos constituye un grave peligro para nuestros miembros de los servicios de gestión de residuos, pues provoca infecciones respiratorias. Además, los residuos plásticos obstruyen el drenaje del agua, lo que provoca peligrosos desbordamientos cuando llueve: la consecuencia es que nuestros miembros se ven obligados a retirar los tapones de plástico, lo cual aumenta su carga de trabajo y crea más riesgos laborales”, denuncia.

No excluir a ningún trabajador

Según la Organización Internacional del Trabajo, entre 15 y 20 millones de personas trabajan en la economía informal del reciclaje en todo el mundo –con otros cuatro millones en el sector formal–. Muchos de ellos se enferman o se pasan la vida entera trabajando en montañas de basura que pueden llegar a medir hasta 6 metros de altura en lugares como el vertedero de Dandora en Nairobi, que se vio afectado por una alerta de cólera en 2018.

Los sindicatos y numerosos ecologistas quieren lograr que todos los trabajadores de la gestión de residuos –incluidos los recicladores– tengan unas condiciones de trabajo dignas y garantizar que los trabajadores de las etapas iniciales no queden excluidos.

“No podemos depender de un ejército de trabajadores pobres para que pongan en práctica la visión utópica de una economía circular, en la que el 100% de los residuos plásticos se reciclan y las empresas pueden seguir produciendo”, advierte Cibrario. “A veces los trabajadores de la gestión de residuos se encuentran en unas condiciones sumamente precarias, sin contratos, EPI [equipos de protección individual], formación o incluso una seguridad social básica. Muchos de ellos, que trabajan en vertederos ilegales, quieren conservar su derecho al trabajo. Y nosotros les decimos: ‘¡Tenéis derecho a trabajar, pero que sea un trabajo digno!’”.

Las multinacionales y las patronales del sector del plástico se han aliado en ocasiones con algunos grupos de recicladores de residuos, en una tendencia que los sindicatos tildan de cínica y divisiva.

Bert De Wel, el coordinador mundial de políticas climáticas de la Confederación Sindical Internacional (CSI), concluye: “El gran énfasis que se hace en los recicladores de residuos [en las negociaciones] es muy importante, ya que se trata de los trabajadores más vulnerables de la cadena de valor. Sin embargo, dicha postura no es políticamente neutra. Desplaza la atención hacia la etapa de reciclaje y de los residuos plásticos, lo que a algunas partes les parece muy bien porque así no tienen que hablar de la prevención de residuos en origen”.

El tercer Comité Intergubernamental de Negociación (INC3), que se celebrará en Nairobi entre el 13 y el 19 de noviembre en la sede del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, abordará todas estas cuestiones, tras la publicación en septiembre del primer borrador del tratado para su negociación.

El nuevo texto no incluye ninguna decisión, sino una lista con múltiples opciones que un ecologista describió como un compendio de “todos nuestros sueños y todas nuestras pesadillas”. Todavía queda por ver cuál de ellas se impondrá.

La quinta y última ronda de negociaciones debería concluir a finales de 2024 y se espera que ya se haya aprobado un tratado para principios de 2025.

Asimismo, se espera que dicho acuerdo establezca medidas jurídicamente vinculantes en todas las fases del ciclo de vida de los plásticos, desde las etapas iniciales de la producción, procesamiento y refinado en el sector petroquímico, hasta las finales con los recolectores municipales y los recicladores de residuos.

Los plásticos: un plan B para la industria de los combustibles fósiles

Los productos petroquímicos se consideran una alternativa para la industria de los combustibles fósiles debido a su potencial para compensar la reducción de la demanda en otros sectores a medida que se van extendiendo los vehículos eléctricos y avanza la revolución de las energías renovables. Hoy en día, los productos petroquímicos representan alrededor del 10% del consumo total de combustibles fósiles.

Daniela Durán González, la responsable de las campañas jurídicas del Centro para el Derecho Ambiental Internacional (CIEL), revela a Equal Times: “A medida que van avanzando las negociaciones, empezamos a ver cómo entran con fuerza las industrias que consideran los plásticos como un ‘plan B’ para el sector de los combustibles fósiles. Los petro-Estados que empiezan a oponerse y resistirse al avance de las negociaciones, así como los grandes productores de polímeros plásticos y sus precursores y las empresas muy vinculadas a los productores de petróleo y gas del mundo, ya se están implicando”.

Otra trabajadora del CIEL, Jane Patton, declaró que en el último INC de París, los gigantes petroleros Shell y Exxon, así como la empresa química alemana BASF, fueron algunas de las empresas que enviaron a miembros de sus equipos para que presionaran.

Sin embargo, el funcionario de la UE que se entrevistó con Equal Times rechaza la idea de que se deba excluir a los productores de plástico de las negociaciones porque tengan un conflicto de intereses. “Es normal que esas empresas participen en los debates”, señala nuestra fuente bajo anonimato. “Eso no significa que estemos de acuerdo con todo lo que dicen. Pero nos preocuparía mucho que no estuvieran, porque eso significaría que no se están tomando en serio lo que estamos haciendo”.

Una de las cuestiones de la negociación que puede generar discrepancias es la de la reducción obligatoria de la producción de plásticos basados en materias primas de combustibles fósiles. La propuesta se enfrenta a la oposición de Estados Unidos, las naciones del golfo Pérsico y algunos países asiáticos.

El año pasado se consiguió rechazar un intento por parte de Japón de limitar el tratado a la contaminación marina y la eliminación de plásticos. Más tarde, más de 150 científicos y organizaciones de la sociedad civil firmaron una carta en la que se quejaban de los grupos de presión de la industria en las negociaciones.

“Es evidente que los países e industrias que dependen de los combustibles fósiles están muy descontentos con los debates sobre las disposiciones que afectan a los volúmenes de producción de los plásticos primarios”, advierte el funcionario de la UE. “Será un ámbito de debate muy complicado’”.

Los países reticentes sostienen que se puede dominar la contaminación por plásticos mediante unos programas de reutilización, reciclaje y reducción de residuos que permitan seguir aumentando la producción. Se cree que un grupo más ambicioso de 59 países apoyará los límites a la producción.

Según fuentes bien informadas, los temas como las subvenciones públicas a la producción de plásticos, la prohibición mundial de los plásticos de un solo uso y las restricciones a los productos químicos tóxicos también podrían constituir puntos de inflexión en las negociaciones.

“Siempre necesitaremos plásticos”

La cuestión sobre quién financiará a los países que empiecen a abandonar los plásticos no sostenibles se convertirá inevitablemente en un foro para el regateo con preguntas como: ¿quién se beneficiará?

El funcionario de la UE calificó esta cuestión de “peliaguda”, pero que a la larga podría resolverse con ayudas bilaterales a través de entidades multilaterales y no mediante un mecanismo financiero financiado por los gobiernos. Sin embargo, “existe un elemento importante de transformación industrial y económica que exigirá una considerable movilización de recursos a nivel nacional en todos los países”, concluyó.

Mientras las organizaciones patronales como Plastics Europe abogan por “una producción sostenible de plásticos” para las próximas décadas, Maike Niggemann, asesora política del sindicato IndustriAll, sostiene: “siempre necesitaremos plásticos y no hay manera de evitarlo”.

Los ecologistas quieren que se introduzcan cuanto antes más alternativas a los plásticos en la cadena de producción, pero Niggemann hace hincapié en la enorme variedad de productos que actualmente dependen de ellos.

“No se pueden sustituir todos los plásticos, así que no creo que se produzca una ‘eliminación progresiva’ hasta que desaparezcan”, afirma. “Habrá más circularidad. Buscaremos materias primas diferentes y puede que haya que eliminar gradualmente algunos con propiedades tóxicas, pero un futuro sin ningún tipo de plástico no es un futuro deseable”.

Uno de los negociadores a los que entrevistó Equal Times declaró lo mismo: “Incluso en contextos sumamente optimistas, resulta difícil ver cómo podríamos llegar a un acuerdo si incluimos unos objetivos de reducción del volumen de plástico. Creo que el debate gira en torno a fijar algún tipo de límite al crecimiento de la producción de plásticos”.

De vuelta en Port Arthur, mientras valora la posibilidad de que las tormentas provocadas por el calentamiento global vuelvan a azotar con fuerza la costa de Texas, John Beard tiene un punto de vista muy diferente. “Esto es contaminación y la contaminación puede matar”, advierte. “Tenemos que coger al toro por los cuernos, porque si estos productos son dañinos, no deberíamos exportarlos y otros no deberían aceptarlos”.

A las empresas que se niegan a responsabilizarse de los daños que causan sus productos aboga por decirles claro: “Ya no tenéis mercado para hacer negocios. No compraremos ningún producto que saquéis al mercado. Los iremos prohibiendo poco a poco y os vais a quedar sin negocio”.

“No entienden otra cosa que el dinero”, concluye Beard. “Si les quitas la posibilidad de ganar dinero, cambiarán su comportamiento”.