Ciudades que ponen en valor los espacios para jugar

Ciudades que ponen en valor los espacios para jugar

Children play at the Holistic Actions for Development and Empowerment training centre in Kampala, Uganda, which recently won a 2022 Real Play City Challenge Award for creating a space where play supports climate action.

(Holistic Actions for Development and Empowerment)
News

El barrio de Adriana Quiñones, en la zona oriental de Cali (Colombia), es un enjambre de bloques irregulares de viviendas verticales. Apenas se ven zonas de juego entre tanto ladrillo visto, azoteas y calles de hormigón, aunque la razón principal por la que esta joven de 16 años creció con miedo a jugar al aire libre es la violencia.

“Mi barrio daba mucho miedo”, dice en un video que describe los efectos de una iniciativa que ha mejorado la zona para los menores. “Miedo a salir y no saber si iba a encontrar a alguien que me disparara”.

La Convención sobre los Derechos del Niño de las Naciones Unidas consagra el derecho del menor al esparcimiento y al juego. La actividad al aire libre es fundamental para su desarrollo físico y mental. Entre otros muchos beneficios, los infantes que practican actividades físicas tienen menor riesgo de padecer enfermedades crónicas como la obesidad, las enfermedades cardiovasculares o la diabetes de tipo 2. El juego puede ayudar a los niños a aumentar su resiliencia, autocontrol y sus habilidades frente al estrés.

Múltiples factores impiden que los menores jueguen hoy al aire libre, sobre todo en las ciudades. La violencia se lo impedía a Adriana, pero también el problema del desarrollo informal de su localidad, que adolece de una planificación meditada que contemple las repercusiones del uso del suelo y la construcción para la infancia.

Tim Gill, autor de Urban playground: how child-friendly planning and design
can save cities
(Parques infantiles urbanos: Cómo la planificación y el diseño adaptados a los niños pueden salvar ciudades) afirma que los menores son “invisibles” a la hora de planificar una ciudad. Esta tiende a responder a los dictados de la economía, obviando el hecho de que en 2050 casi el 70% de los niños del mundo vivirán en zonas urbanas, según Unicef, la agencia de la ONU para la infancia.

“Este enfoque economicista perjudica a los niños”, afirma Gill. “Carecen de voz directa en la política: dependen de que los adultos y las instituciones velen por sus intereses”.

La mala planificación y diseño urbanos menoscaba a los menores más que a cualquier otro grupo demográfico, añade Gill. “La contaminación, la inactividad o simplemente el peligro en las calles perjudica la salud infantil”. Según la Organización Mundial de la Salud, los traumatismos causados por accidentes de tráfico son la principal causa de mortalidad entre los niños y los jóvenes de 5 a 29 años.

Para abordar este problema, Gill anima a ponerse unas “gafas infantiles” al diseñar la ciudad. Es decir, a que los adultos tengan en cuenta a la población infantil, pero también que los propios niños participen en los debates y la toma de decisiones. Para Gill este enfoque conducirá a resultados a largo plazo y a beneficios futuros para la sociedad, en lugar de a soluciones a corto plazo potencialmente perjudiciales.

Acabar con la “brecha de juego”

El trabajo que la ONG Despacio está realizando en Cali con el proyecto Vivo Mi Calle desde 2019 aborda esos obstáculos típicos de las ciudades con el enfoque recomendado por Gill. Por ejemplo, el municipio había construido un puente peatonal sobre una tubería de alcantarillado expuesta para conectar las zonas de vivienda con la escuela del barrio, pero no tuvo en cuenta a los menores del vecindario al diseñarlo y construyó un puente tan ancho que las motocicletas y los vehículos lo utilizaban para evitar las congestionadas carreteras principales. Además, las bandas callejeras lo usaban como “frontera invisible”, lo que ponía en riesgo de ser atacados a los menores que se encontraran del lado “equivocado”. “No era seguro para los niños”, afirma Lina Quiñones (sin relación familiar con la anterior), responsable de salud urbana de dicha organización. “La gente se sentaba encima y debajo del puente a consumir drogas”.

Para restablecer la seguridad de la ruta hacia la escuela, Vivo Mi Calle trabajó con los líderes de la comunidad. Colocaron maceteros a lo largo del puente que impedían que los vehículos lo cruzaran y obligaban a las motos a reducir la velocidad. Tras consultar a los líderes comunitarios se acordó que gente del barrio se responsabilizaría del mantenimiento del puente, se encargaría de disuadir a los drogadictos y de hablar con los cabecillas de las bandas sobre la necesidad de respetar la seguridad de los niños. La ONG pidió a los menores su opinión sobre cómo rejuvenecer la zona y respondieron que el puente tenía un aspecto apagado, así que pintaron juntos el hormigón con cuadros de vivos colores rojos, azules, amarillos, blancos y verdes. También instalaron wifi en el puente. “Ahora se llama el Puente de Colores”, dice Lina Quiñones. “Hoy es un espacio seguro en el que los menores juegan y van a hacer las tareas escolares”.

El impacto de Vivo Mi Calle fue galardonado el año pasado en el concurso internacional Real Play City Challenge, que premia a las ciudades y urbanistas que impulsan las oportunidades para jugar y utilizan el juego como herramienta para afrontar los retos globales. Lo organiza la Real Play Coalition, una alianza sin ánimo de lucro formada por National Geographic, la Fundación LEGO, IKEA, Arup –una empresa de servicios profesionales para el desarrollo sostenible– y Unicef. PlacemakingX, una red de líderes mundiales cuyo objetivo es reinventar los espacios públicos, es uno de los socios del premio.

Sara Candiracci, directora asociada de Arup, afirma que en las ciudades existe una “brecha de juego”. Quienes adoptan las decisiones saben que los niños juegan, pero no comprenden del todo su importancia, sobre todo en la primera infancia.

“Los primeros cinco años de la vida de un niño son muy importantes, porque es cuando se desarrolla el 80% de su cerebro”, explica. “El entorno en el que crece, el tipo de interacción humana y los estímulos que recibe... pueden sentar unas bases sólidas para su bienestar y su desarrollo futuro”.

La coalición ha respondido a esta carencia recopilando pruebas que demuestran los beneficios de las “ciudades lúdicas” y la forma de modernizarlas. El premio es una de las maneras de dar visibilidad a las soluciones aplicadas por comunidades y autoridades municipales. En colaboración con otras organizaciones socias, Arup ha creado una Guía de diseño sobre la proximidad de los cuidados, que explica cómo urbanistas, diseñadores, promotores, dirigentes municipales y especialistas en primera infancia pueden incorporar a su trabajo principios de diseño que favorecen a los menores y a las familias.

Esto reviste especial importancia en los países de rentas bajas, donde las oportunidades de ocio y aprendizaje a través del juego para los menores pueden ser limitadas, subraya Candiracci. A pesar de ello, una de las ganadoras de los premios Real Play City Challenge es una iniciativa de Kampala (Uganda) que demuestra que el cambio es posible incluso con pocos fondos o planificación.

Las comunidades impulsan el cambio

Todo empezó cuando Ahumuza Rhona, directora de la ONG de Kampala Holistic Actions for Development and Empowerment (HADE), observó lo duramente que trabajan los padres que viven en asentamientos informales para conseguir dinero con el que alimentar a sus familias. Sus hijos solían quedarse solos o tenían que acompañarles al trabajo, lo que les dejaba pocas oportunidades para jugar.

Para solucionar este problema, HADE empezó a impartir formación a las madres jóvenes para que aprendieran habilidades con las que generar ingresos, como la confección. Además, en su centro de formación crearon un jardín cerrado donde los pequeños pueden jugar. “Tenemos a alguien que los vigila y garantiza su seguridad”, dice Rhona.

El proyecto también aborda problemas medioambientales, ya que enseña a las madres a reciclar materiales encontrados durante la limpieza de la comunidad y a convertirlos en artículos para la venta, como alfombras y juguetes. El equipamiento de la zona de juegos también está hecho de materiales reutilizados. Los voluntarios de HADE construyeron una máquina con un alfabeto gigante cuyas letras giran y están hechas de metal usado, neumáticos y chanclas. Los pequeños hicieron un enorme árbol de Navidad con botellas de plástico recicladas. HADE también plantó un huerto en el lugar y proporciona pelotas y juegos de ajedrez.

El concurso Real Play City Challenge premió a HADE por estas iniciativas en su categoría de “lugares donde el juego apoya la acción climática”. “Ha ayudado a los niños a mejorar sus capacidades mentales”, afirma Rhona. “Allí permanecen activos en lugar de deambular por las calles. Con esta iniciativa también hemos trabajado en la sensibilización de los líderes locales y en destacar la importancia del juego infantil”.

El cambio puede impulsarse desde las comunidades, pero también puede llegar desde arriba, desde las administraciones locales y nacionales. En la India, el Ministerio de Vivienda y Asuntos Urbanos lanzó en 2020 un premio a las iniciativas urbanas que promueven la salud y el bienestar de la infancia (Nurturing Neighbourhoods Challenge). La ciudad de Kohima, en el estado nororiental de Nagaland, se lo tomó como un reto que la llevó a evaluar en qué medida estaba atendiendo a su población infantil. Debido al singular sistema local de tenencia de la tierra, según el cual las comunidades tribales son propietarias de los terrenos, apenas se asignaban espacios para jugar. Además, el terreno es montañoso y está densamente urbanizado.

“Exploramos distintas vías para desarrollar espacios de juego”, explica Niepukhrie Tepa, responsable de datos de Kohima Smart City Development Limited (KSCDL), la empresa creada para implementar las mejoras en la zona y otra de las ganadoras del Real Play City Challenge. Explica que, como los niños sólo podían jugar en las calles, acababan pasando todo su tiempo dentro de casa. “Hasta que una comunidad identificó un espacio, un antiguo vertedero”, explica Tepa, y juntos, la comunidad de Forest Colony y la KSCDL, convirtieron el descampado en un “parque de bolsillo” con zona de juegos y asientos para adultos.

Además de beneficiar la salud infantil, este parque ha mejorado la cohesión de la comunidad ya que permite a los cuidadores reunirse –algo que fue especialmente importante durante los confinamientos por la pandemia de covid-19, cuando los niños estudiaban en casa–. “Para la ciudad de Kohima es nuevo considerar los proyectos de desarrollo a través de los ojos de los menores y de sus cuidadores”, dice Tepa. “Pero vamos a incorporar esta idea en cada vez más proyectos”.

No dejar a ningún niño atrás

Desde 1996 Unicef ha utilizado la Convención sobre los Derechos del Niño de las Naciones Unidas como base para animar a ciudades y municipios de todos los tamaños a favorecer a la infancia, a través de su iniciativa Ciudades amigas de la infancia. Para ello, promueve la creación de asociaciones entre las partes interesadas locales, es decir, gobiernos, comunidades y los propios niños.

Las ciudades que se adhieren a la iniciativa deben comprometerse a incorporar una participación infantil significativa en la planificación urbana y a eliminar la discriminación en su contra. Deben examinar la situación de los menores en su localidad, incluida la forma en que se defienden sus derechos. A continuación, el municipio elabora un plan de acción para abordar las necesidades urgentes y se compromete a aportar fondos para solucionar los problemas. Tras un periodo de tiempo acordado, Unicef valora si la zona ha logrado resultados tangibles y puede concederle el logotipo de Ciudad Amiga de la Infancia.

Hasta ahora, la iniciativa se ha aplicado en más de 3.000 municipios de 42 países, entre los que figuran Finlandia, Malaui, Irán y Georgia. “Cada uno tiene contextos y desafíos muy, muy diferentes”, afirma Diana Vakarelska, especialista en políticas de gobernanza local de Unicef. “Puede tratarse de la mejora de escuelas, de la seguridad vial, de la iluminación de las calles, de la creación de espacios verdes y parques infantiles o de abordar problemas relacionados con la violencia contra la infancia”.

En los últimos años se está volviendo cada vez más difícil que los gobiernos pongan el foco en la infancia, debido a las múltiples crisis que están atravesando muchos países, afirma Vakarelska. La covid-19, los conflictos, el cambio climático y la recesión económica están pasando factura.

“El reto es mantener el gasto público para la infancia y asegurarse de que las prioridades infantiles no quedan atrás”, insta.

En Cali, Adriana no tiene dudas de cuánto ha mejorado su barrio gracias a las iniciativas que colocan en el centro a los menores. “Ha cambiado el colorido, el ambiente; a los jóvenes y su forma de pensar”, dice. “Veo a todos transformando no sólo su comunidad, también su ciudad y hasta el país”.