Un nuevo reto para Europa: ¿Quién cuidará de la vejez rural?

Un nuevo reto para Europa: ¿Quién cuidará de la vejez rural?

Participants and staff of the neurocognitive school of Casares, a village in southern Spain.

(Roberto Martín)

Europa se hace vieja. Aunque no se hace vieja por igual. De los 90 millones de europeos que hoy superan los 65 años –y que en 2050 serán casi 130 millones–, por lo menos uno de cada cinco vive en territorios donde hay menos servicios públicos, peor transporte, mayor distancia al hospital más próximo, menor número de profesionales del cuidado. Son, en definitiva, los mayores que viven en lo rural.

En regiones como el este de Alemania, el norte/centro de Italia o el noroeste/centro de España, la pirámide de población ha ensanchado tanto su vértice que hoy los mayores representan ahí entre el 20 y el 30% del total de sus vecinos, con una proporción perversa: cuanto más pequeño, disperso y despoblado es el municipio, mayor población envejecida afrontando en solitario los retos que eso supone.

Durante todo este tiempo el cuidado de los mayores en las zonas rurales había recaído en las familias, en la comunidad. En eso que algunos sociólogos denominan “generación soporte”. “Una generación de entre 30 y 50 años, sobre todo mujeres”, explica a Equal Times Ángel Martín, profesor de Sociología de la Universidad de Salamanca. “Una generación menguante”.

Porque el éxodo a las ciudades ha trastocado el andamiaje de cuidados en los pueblos. En el caso de España, la socióloga Begoña Elizalde ha detectado, por ejemplo, cómo –a falta de mujeres– muchos hombres, sobre todo hijos solteros, han empezado a ejercer de cuidadores tras la crisis económica de 2008. Aun así este cambio es tan coyuntural como insuficiente.

Con las zonas rurales cada vez más vacías y sin apenas recursos –ni públicos ni privados– para afrontar la dependencia o la soledad, ¿qué alternativa les queda a sus mayores?, ¿languidecer solos?, ¿abandonar el pueblo?, ¿concluir la última etapa de su vida lejos, en una residencia?

“Como sociedad debemos dar respuesta a este debate”, señala Martín. “Se trata de un debate sobre derechos. Cualquier persona debería poder envejecer en las mismas condiciones con independencia de dónde viva”.

Más inversión pública

Josefina tiene 65 años. Vive sola. Su madre hace tiempo que falleció, su hermano hace solo tres meses. En condiciones normales Josefina pasaría las mañanas sin otra compañía que la del televisor, pero desde hace un año Josefina va a la escuela. Una escuela particular donde la ayudan a entrenar la memoria, a mantenerla fuerte para que no se gaste antes de tiempo. Está en su mismo pueblo, en Casares. Y aunque quizá ella no lo sepa, en pocos pueblos de España es posible encontrar algo así.

La iniciativa parte del esfuerzo de una asociación sin ánimo de lucro, la Asociación Botika, y de una enfermera jubilada, María Valadez, que con solo 25 años sufrió daño cerebral y constató en carne propia la falta de recursos similares en la zona.

A su escuela neurocognitiva acuden mayores con patologías –demencias, párkinson, alzhéimer–, pero otros muchos que no. Sobre todo mujeres viudas, mujeres solas como Josefina, que vienen aquí simplemente a socializar. A evitar que la soledad sea el combustible de un temprano deterioro. “Estamos demostrando que aumentamos la calidad de vida de las personas, tenemos mayores con 97 años que vienen todos los días”, explica María Valadez.

“Nuestro centro es más que un recurso, somos comunidad. Estamos pendientes de si van al médico, nos preocupamos cuando tienen una gripe, si no vienen en dos días les llamamos a ver qué pasa. A muchos de nuestros mayores les hemos acompañado hasta el final”.

La escuela de Botika –que también atiende a personas con daño cerebral y diversidad funcional– es un ejemplo de buenas prácticas en un país, España, cuya ley de atención a la dependencia –pensada como tantas leyes desde lo urbano– apenas proporciona a sus mayores unas pocas horas de cuidado a domicilio al día. Su proyecto, en cambio, abre todas las mañanas de forma ininterrumpida, ofrece servicios a usuarios y familiares. Cuida distinto, pero requiere voluntad. Y dinero. Recursos para pagar a un equipo de profesionales –psicólogas, terapeutas, monitoras, auxiliares de clínica–, que en su caso costean gracias a un delicado equilibrio entre las ayudas que reciben del Ayuntamiento –que también les cede el local–, algunas empresas privadas y sus propios usuarios.

“El presupuesto lo cierro de un año para otro, nunca sé hasta cuándo va a durar. Este año hemos tenido que pedir un esfuerzo económico a nuestros usuarios, si no habríamos cerrado”, reconoce Valadez y recuerda: “Los cuidados no tienen que salir de la caridad de las personas. Es el sistema público el que debe invertir en ellos”.

¿Solo cuestión de dinero?

“Nadie se plantea que haya niños sin escuela infantil. Entonces, ¿por qué se permite que algunos mayores no tengan acceso a servicios importantes para ellos?”. Quien habla es Pilar Rodríguez, gerontóloga y coordinadora de un programa, pionero en España, en la atención a la vejez rural. Arrancó hace veinte años en Asturias con una premisa sencilla: Si el 90% de los mayores, sean rurales o urbanos, desea envejecer en su casa, hay que ponerlo igual de fácil en ambos casos.

Esto lo consiguieron acercando servicios a las zonas rurales –de ahí su nombre, Rompiendo Distancias–, tanto peluquería, como biblioteca, lavandería, atención personal o comida a domicilio. Además de eso, también apoyaban a los familiares, les ayudaban a adquirir material de apoyo –sillas de ruedas, andadores–, a mejorar la accesibilidad de sus casas, muchas de ellas con escalones, barreras arquitectónicas. Todo en coordinación con los servicios sociales y las asociaciones sin ánimo de lucro de cada pueblo.

Un programa así necesita dinero, pero también –asegura Rodríguez– una buena planificación. “Pasa por ofrecer soluciones diferentes según el lugar, hacer un diagnóstico del territorio y sus habitantes y luego disponer los recursos. Que sean los servicios los que se adapten a sus necesidades y no al contrario”.

Existen más proyectos europeos que tratan de atender a la vejez rural acercándoles servicios. En Finlandia, por ejemplo, se han puesto en marcha centros de salud móviles, en Francia los carteros realizan visitas preventivas a personas mayores aisladas, en Alemania tratan de acercar servicios de salud mental a través de granjas.

En Valladolid (España) hay ahora un proyecto piloto financiado por la Comisión Europea. Bajo el nombre Rural Care, trata de sumar el esfuerzo de distintas administraciones –locales, regionales, nacionales–, de coordinar servicios sociales y de salud, actores públicos y privados, con tal de que los mayores puedan envejecer con dignidad en sus pueblos. Para ello, se centran en hogares de riesgo, aquellos con personas solas o con dependencia, analizan sus necesidades y elaboran un plan de apoyos personalizado, mano a mano con el propio mayor.

“No es un programa excesivamente caro. Garantizar que las personas se queden en sus hogares es más efectivo, también en coste, que mantener una residencia”, cuenta a Equal Times Alfonso Lara Montero, director de la European Social Network que impulsa el programa. De hecho, las dificultades están siendo otras. La primera, reclutar a personas que quieran participar, sobre todo por la desconfianza y la presión social en estos lugares donde la tradición marca que el cuidado sea solo cosa de familia.

“Por otro lado –admite Lara Montero–, este tipo de programas no pueden abordarse de manera externa a otras situaciones, como la calidad del transporte, las carreteras, el acceso a internet. Por mucho que se quiera desde el ámbito de los servicios sociales, se pueden poner en marcha programas innovadores pero no se puede hacer sin poner soluciones a este contexto más amplio”.

Cuidado a pequeña escala

Sin nadie que les cuide, la residencia, hasta ahora la única alternativa para estos mayores en el final de su vida, había sido siempre la más difícil, porque implica el abandono, el desarraigo, el desangrar de los pueblos que en muchos casos dependen de sus mayores para existir. Sin embargo hoy se plantean otras opciones.

“No tenemos que pensar siempre en grandes y medianas residencias. Quizá lo mejor sea crear pequeñas infraestructuras, micro residencias, eco residencias, que ofrezcan en el mismo pueblo un modo de vida parecido al que tienen en sus casas”, explica el sociólogo Ángel Martín.

Algunas ideas ya se plantearon en el programa Rompiendo Distancias, entre ellas centros rurales de atención diurna, viviendas tuteladas, mini residencias o centros polivalentes donde combinar la parte residencial con otras áreas para hacer actividades e incluso mezclar distintas generaciones. En todos estos casos, resulta imprescindible resolver otro problema, tan complejo en el mundo urbano como en el rural: la falta de cuidadores profesionales.

“Para tener personal con formación y vocación se necesita que su trabajo sea reconocido con mejores salarios y condiciones laborales”, subraya Pilar Rodríguez. “Puedes aprovechar la gente joven que sigue en los pueblos, darles formación y empleo”. O atraer gente de fuera. Aunque para ello habrá que mejorar igualmente las carreteras, los servicios, el acceso a internet, el “contexto”.

Los mayores, bien pensado, podrían convertirse así en motores de para mantener la vida de los pueblos, en remedio para ese otro reto –y unido a éste–, el de la despoblación.

“El debate sobre los cuidados en lo rural va más allá de la calidad de vida de los mayores”, recuerda Martín. “Está vinculado a qué medio rural queremos. Y esto tiene repercusiones en el medio ambiente, el cambio climático, la forma en que producimos nuestros alimentos. ¿Queremos que los pueblos permanezcan o los abandonamos en manos de grandes corporaciones para que pongan huertos solares o macro granjas porcinas?”.

This article has been translated from Spanish.